Almodóvar logra al décimo intento el mayor premio de un festival de clase A

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

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Pedro Almodóvar recoge el León de Oro del Festival de Venecia por su primera película rodada en inglés, «La habitación de al lado»
Pedro Almodóvar recoge el León de Oro del Festival de Venecia por su primera película rodada en inglés, «La habitación de al lado» ETTORE FERRARI | EFE

Con la irregular «The room next door», el director español obtiene en el Lido de Venecia lo que Cannes le ha negado repetidamente

08 sep 2024 . Actualizado a las 10:51 h.

Era una muy nítida jugada ganadora. Cuando Almodóvar anunció que su primer largometraje hablado en inglés competiría en esta 81.ª Mostra de Venecia quedaba claro que todas las corrientes de la laguna del Lido remaban en su favor. Con The room next door (La habitación de al lado) ha obtenido el cantado León de Oro de manos de un jurado presidido por Isabelle Huppert. Atención, es la primera ocasión en estas más de ocho décadas que el cine español gana este premio porque cuando lo obtuvo Buñuel en 1967 con Belle de Jour la producción era francesa. Pero quizás tiene más relevancia esta otra consideración: es también la primera vez que el director manchego obtiene el Oro en algún festival internacional clase A. Hasta ahora en Cannes —donde es tan querido— se le negó esa suerte en siete ocasiones. Y otras dos en Venecia, la última hace tres años, con Madres paralelas. A la décima fue la vencida.

Más allá del logro del autor español, de la carga de presión que se quita de encima, creo que no hay razones artísticas para la euforia en The room next door. Este drama sobre la buena muerte y la sororidad cuenta el final elegido para su vida por una veterana periodista de guerra (Tilda Swinton) una vez que todos los tratamientos de su enfermedad terminal se han mostrado inútiles. Ella desea elegir cuando morir, tomándose una pastilla. Pero quiere hacerlo con una vieja amiga, Julianne Moore, acompañándola en la habitación vecina de un retiro en un bosque de Woodstock. Es un escenario límbico muy atmosférico y en él residen los momentos de mejor cine del filme. Pero antes de eso hemos asistido a una serie de fallas tanto de guion como incluso de registro de esas dos grandes actrices (mejor Julianne Moore, más vampirizada por el manchego Tilda Swinton). Los dos flash-back (el de los carmelitas homosexuales en la guerra de Irak y el del veterano de Vietnam) son puritita ida de olla marca de la casa. Y el encadenado de referencia culturales de solapa —de los Dublineses de Joyce y John Huston al grupo de Bloomsbury con mucha Virginia Wolf, más Faulkner, Rosellini o los cuadros de Hopper —eran disculpables en el Almodóvar snob que abandonaba la Telefónica en los 80. Pero son pueriles e irritantes en un director de 75 años.

Está todo bien. Hemos entendido que esto se trata de otorgar —por fin— un premio de oro en un gran festival a la trayectoria de uno de los autores internacionalmente más respetados. Y por eso, la frialdad con la cual la mayor parte de la prensa internacional recibió la película no era un obstáculo para que la plegaria de Almodóvar encontrase en la Huppert y en un jurado lleno de gente brillante comprensión y cariño. Pese a los carmelitas y a toda la hilazón de despropósitos.

El segundo reconocimiento en importancia, el Gran Premio del Jurado para la italiana Vermiglio, de Maura Delpero, es un acierto porque estamos ante la película revelación del concurso. Ese drama rural intimista en los nevados Dolomitas de la Europa de entreguerras es un precioso prodigio de sensibilidad, de acierto en el tempo y los pasos de estación, en la minuciosidad de esta crónica que remite en su poética al gran Ermano Olmi.

Me deja con cierta desazón el que The Brutalist, la película indeleble que esta edición de la Mostra lega como algo visionario, de riesgo y magnitudes inabarcables en las dimensiones de su viaje creativo, se vaya con el bronce, el premio como mejor director para Brady Corbet. Resulta evidente lo colosal de la aventura de este norteamericano impasible: su relato-río de un arquitecto húngaro huido de Europa que llega a los Estados Unidos para conocer el sueño americano se expande en las dos caras de esa moneda. Cuando un millonario mecenas le permite realizar una construcción revolucionaria sabemos que ha comprado su alma. Pero nunca llegamos a intuir la altura de ese abismo al borde del cual Brady Corbet sitúa a Adrien Brody. Hay en esas imágenes opiáceas un viaje psicotrópico al averno filmado en 70 milímetros de belleza espectral. Reconoces ecos de El manantial de King Vidor o del Barton Fink de los Coen. Pero esto es más extremo y alucinógeno en su fabricación de la pesadilla y la irracionalidad como estados alterados de la conciencia. Ves lo que ha hecho Brady Corbet. Y luego piensas lo bien que estaría el laureado Almodóvar con un plan de jubilación.

Nicole Kidman, delirante Copa Volpi por ir de diva masoca 

El premio merecedor de irse a un juzgado o a una farmacia de guardia es el de Nicole Kidman

como ejecutiva masoquista en la nefanda Babygirl. La idea que tiene este filme de la transgresión convertiría 50 sombras de Grey en un tratado lacaniano. A Kidman se ve que se le valora meterse muy pasados los cincuenta en riesgos de la carne. Por otra parte, en la misma mañana de la noticia de esta Copa Volpi recibía la del triste fallecimiento de su madre. No sé si, aún así, el Kubrick que le enseño de verdad la mirada sabia del deseo en Eyes Wide Shut le iba a perdonar esto de la diva masoca, en verdad reaccionario hasta la médula.

Tampoco está justificado el premio a Vincent Lindon, quien siempre llena la pantalla. Pero el drama del padre de origen obrero y el hijo atrapado por unos colegas de ultraderecha en la francesa Jugar con fuego es tan laxa y huérfana de pulso como un telefilme de mesa camilla. La nobleza de Walter Salles al tratar la tragedia de un desaparecido durante la dictadura brasileña en Aínda estou aquí merece su premio de guion y se le debe otro a la gran actriz Fernanda Torres. Pero ella no va del palo sado-maso sino de personaje fuerte ante lo realmente quebradizo. La georgiana Dea Kulumbashvili es una depredadora de festivales. Es normal que el descenso a los infiernos de la doctora que practica abortos en la desasosegante April cace un Premio especial del Jurado. Se ha ganado un sitial como cineasta de la crueldad. Y eso que no es del despiadado club de sus colegas mexicanos, aunque ya lo parece.