Por qué Brasil, Colombia y Chile se distancian de Maduro

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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De izquierda a derecha, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, con su homólogo en Brasil, Lula da Silva, en una conferencia en Brasilia.
De izquierda a derecha, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, con su homólogo en Brasil, Lula da Silva, en una conferencia en Brasilia. Ueslei Marcelino | REUTERS

03 ago 2024 . Actualizado a las 15:00 h.

La crisis política venezolana ha dado lugar a alineamientos esperables: Cuba o Bolivia a favor del régimen de Maduro, Estados Unidos o Argentina en contra. Pero hay tomas de posición menos predecibles, y, por tanto, interesantes. Colombia, Chile y Brasil, en principio aliados ideológicos del régimen chavista, han tomado distancias, en distinta medida.

Para empezar, hay que decir que la afinidad de Colombia, Chile y Brasil con el régimen venezolano es relativa. Estos tres países tienen Gobiernos de izquierda, pero que han llegado al poder mediante elecciones democráticas. Venezuela ha manipulado sus procesos electorales antes, pero esta vez ha sido de una manera tan burda que solo pueden dejarla pasar Gobiernos realmente afines ideológicamente (como Bolivia) o que además reciben petróleo venezolano a precio reducido y tienen poco interés en los procesos electorales (Cuba).

Pero hay motivos más concretos. Chile tenía malas relaciones con Venezuela ya antes de esta crisis. El Gobierno chileno culpa a la inmigración descontrolada de venezolanos de las altas tasas de delincuencia que sufre el país (con lo cual, de paso, se absuelve a sí mismo de su responsabilidad en ese deterioro). Santiago acusa a Caracas de boicotear sus intentos de hacer repatriaciones, y además cree que Maduro utiliza una red de delincuentes venezolanos (el Tren de Aragua) para llevar a cabo crímenes políticos dentro del país, como el del militar opositor venezolano Roland Ojea, asesinado en Chile por sicarios el pasado febrero. Por su parte, Colombia, país fronterizo con Venezuela, tiene todavía más miedo a una nueva ola de refugiados, pero sobre todo le irrita que Venezuela siga ofreciendo santuario a los narcotraficantes y a las guerrillas colombianas que todavía no han aceptado la paz (el ELN, principalmente). Brasil no tiene quejas de este tipo, porque su frontera con Venezuela es poco accesible, pero Lula da Silva gobierna en coalición con una decena de partidos que van de la izquierda a la derecha y no quiere enajenarlos apoyando una causa tan impopular, sobre todo con unas elecciones municipales programadas para octubre de este año.

Esto no quiere decir que estos aliados «blandos» del régimen de Maduro vayan a abandonarlo a su suerte. Chile es quien ha ido más lejos, insinuando claramente la idea del fraude electoral, pero de momento no ha roto relaciones. Brasil y Colombia impidieron el miércoles con su abstención una moción contra Maduro en el seno de la OEA (Organización de Estados Americanos). Estos países creen que todavía hay margen para una negociación que calme las aguas. O, más bien, quieren creerlo, porque parece evidente que el régimen venezolano ha activado su estrategia represiva y no está interesado en ninguna mediación. Quizá solo si la oposición consiguiese movilizar al país en un grado nunca visto y se produjesen fisuras en el Ejército, pensaría Maduro en recurrir a esa opción. Su cálculo actual parece ser que puede aplastar las protestas, encarcelar a los líderes de la oposición, aislarse y aguantar las sanciones internacionales. Sería luego, pasado un tiempo, cuando podría solicitar esa mediación de Colombia, y sobre todo de Brasil, presentándola como un regreso a la moderación, para irse librando otra vez de las sanciones internacionales. Es una técnica que Maduro ya ha utilizado con éxito otras veces.