El problema ya no es que Biden pierda, también que gane
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Vladimir Putin no es quien manda en Ucrania, pero puede acabar siéndolo si el que sigue siendo presidente de Estados Unidos es Joe Biden. Esa es la amarga sospecha que empezó a aletear el jueves entre los líderes de los países de la OTAN cuando Biden confundió el nombre de Volodímir Zelenski con el del hombre que quiere matarle y conquistar su país. Que casi todos esos líderes aplaudiesen mecánicamente (Pedro Sánchez y Giorgia Meloni fueron la excepción) sonó más a lástima que a cortesía. Entiéndase bien esto: no es que esa metedura de pata signifique que Joe Biden está enfermo. Eso sólo lo dirá un médico. La lista de «tomas falsas» de los políticos es inacabable, y Biden ha tenido estas confusiones a lo largo de toda su carrera.
El problema es otro: igual que un político no solo tiene que ser honrado, sino también parecerlo, como dice la tan trillada frase, a un presidente de Estados Unidos no le basta con estar en plenas facultades mentales, tiene que convencer al mundo de que lo está. Especialmente en este momento. Cualquier signo de debilidad física o mental es una invitación para los enemigos de Estados Unidos (que, aunque a mucha gente le resulte difícil aceptarlo, también son, casi todos, los nuestros). Es por lo que, cuando Stalin vio en Yalta a Roosevelt en silla de ruedas y a Churchill resoplando al subir escaleras, comprendió que media Europa era ya suya. Es por lo que Kennedy se hacía fotografiar jugando al fútbol americano y ocultaba cuidadosamente su dependencia de los analgésicos. Ya es bastante preocupante imaginarse a Donald Trump relamiéndose como un gato en su mansión de Florida, pero hoy es Vladimir Putin quien se regocija sentado en su interminable mesa del Kremlin.
Eso es lo que cambia con este último desliz. Hasta ahora, este asunto se veía a través de los ojos del partido demócrata norteamericano y su preocupación de si Biden está en forma para ganarle a Donald Trump. Pero eso ha pasado a ser una preocupación local. En el resto del mundo empieza a insinuarse la preocupación no de que Biden pierda, sino de que gane. Tan solo el hecho de que sea Trump, con sus ideas caprichosas y contradictorias en política exterior la alternativa, su relación nunca aclarada del todo con Rusia y su aislacionismo hostil hacia la OTAN, siguen haciendo preferible a Biden. Pero ya no por mucho. Sea como sea, la esperanza desesperada de cambiar de candidato se desvanece rápidamente entre calendario y cabezonería, pero empieza a dar igual, porque el resultado podría ser el mismo. El jueves Biden también dijo que Donald Trump era su vicepresidente. Otro error que suena a profecía, porque, incluso si los demócratas lograsen in extremis sustituir a Biden por Kamala Harris, acabará siendo Trump quien herede la presidencia.
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