Carmen y Uri dan la vuelta al mundo en velero con su hijo de 2 años: «Hay noches durísimas por el viento, pero estamos demasiado emocionados para echar de menos la tierra»
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«Ojalá los hijos fuesen como las mareas, porque serían predecibles», dicen. Esta familia gallega de nómadas marinos soltó amarras en abril, tras diez años de ahorro, para dar la vuelta al mundo. Más de 440.000 personas siguen por redes sociales su aventura diaria en el mar, donde Leo cumplió 2 años con vistas al paraíso
09 jul 2024 . Actualizado a las 15:37 h.Tres personas y un hogar que baila con el viento (a veces un intenso tango) en el océano. En tres océanos, y una decena de mares, sostienen y sostendrán a diario ese hogar Carmen, Uri y su hijo Leo, que con 2 añitos es el habitante más joven de la casa flotante de estos tres mosqueteros marinos a los que más de 440.000 personas siguen por redes (Intagram, Facebook, TikTiok) en su aventura de dar la vuelta al mundo en velero. Ese hogar con desalinizadora, cocina, colchones de primera, cuentos, internet y atención médica a bordo, que soltó amarras del Club El Balis, de Barcelona, el 27 de abril es el Forquilla. Tal es el nombre del sueño convertido en casco, quilla, timón y velas de una pareja de cine que se conoció en A Coruña, cuna de Carmen, rodando La unidad, de Dani de la Torre. Diez años de ahorro y el sistema de trueque aplicado a patrocinios y publicidad les han permitido embarcarse en esta aventura sin ser ricos.
Carmen y Uri son una pareja de «adictos» (hey, «adictos a la sensación de libertad, de salitre en la piel», matizan) que, al subirse a un velero por primera vez, se pirraron de un estilo de vida que desencadenó en su cerebro «la reacción química más potente» del bienestar. Bailan día a día entre endorfinas, dopamina y serotonina, desayunan cada amanecer un bañito en el mar («y otro y otro más»), duermen con el arrullo de las olas y sus vistas cambian con regularidad... Fue probar y no querer vivir ya de una manera distinta a la del mar.
Tras más de tres años viviendo a bordo, con Barcelona como puerto base, e ir cumpliendo una larga lista de preparativos y patrocinios para emprender esta vuelta al mundo por mar, esta familia de nómadas salados cuenta su plan de aquí al 10 de noviembre. «El plan es la subida del Guadalquivir hasta Sevilla, aunque quizá las cosas vayan variando. Luego Huelva [ahí les pillo cuando hablamos], sur de Portugal y Madeira, donde terminará el periplo por la costa ibérica», detalla Carmen. Seguirán a Porto Santo, Canarias, Cabo Verde y su cruce del Atlántico será el 10 de noviembre. «Cruzaremos con un rali, la ARC [Atlantic Rally for Cruisers]. Nos contactaron y sumarnos nos pareció muy interesante para no ir solos. A los barcos ni los ves, pero al menos vas haciendo el seguimiento por radio y te hacen sentir acompañado», comparte la coruñesa.
¿Sois muy estrictos con los plazos? «No, pero, por ejemplo, tenemos claro que el 10 de noviembre empieza el cruce del Atlántico. Así que tenemos que hacer la preparación con la ARC unos días antes». Otra de las fechas fijas fue la parada en Marbella, tras el ofrecimiento que les hizo una empresa de telemedicina. «Nos ofreció (Quironsalud) un maletín para llevar a bordo. Hicimos una formación para hacer diagnósticos en el barco con un médico guiando la sesión», explica Carmen. Así que pueden, digamos, ir al médico en plena mar. «Tienes 24/7 todas las especialidades, menos pediatría, que es de ocho de la mañana a diez de la noche, horario español».
Sus expectativas se van cumpliendo. «La salida fue espectacular. Cientos de personas mirándonos, hablándonos, ¡nos trajeron mil cosas! ¿Sabes cuando la gente se despide en el muelle viendo partir a sus familiares para siempre en barcos enormes? Así. Nos llenaron el velero de queso, de vino, de amuletos de toda clase para tener suerte», dice Carmen.
«LOTERÍAS» Y VIENTOS
Baleares fue el primer destino, un destino «espectacular» después de años de preparación de este viaje: «En mayo no había casi nadie en Baleares, ¡y sí un tiempazo impresionante! Las playas de aguas cristalinas eran casi solo para nosotros». Allí les pilló, el 13 de mayo, el segundo cumpleaños de Leo. «Fue gracioso lo que pasó —cuenta su madre—. Estaba yo haciendo esnórquel y nadando me encuentro 20 euros, y sigo nadando y 5. Pero es que en el fondo del agua había un fajo de billetes». Pues 375 euros se llevó por sorpresa Carmen el día del cumple de Leo en su inmersión.
Descubrieron el paraíso de Cabrera, y de las Baleares se movieron a Calpe, de ahí a Murcia, y vivieron la dureza de enfrentarse a 40 nudos de viento, como gigantes. «Pasamos una noche complicada, que se traduce en que tienes que estar de guardia. Por lo que pueda pasar», dice Carmen. Uri y ella se turnaron en vigilancia mientras su hijo capeó el temporal en La Azohía «durmiendo a pierna suelta».
La crianza y la parte doméstica merecen un capítulo en el relato. Esa parte se hace «difícil» de gestionar los días difíciles. Pero la pareja es previsora para apañarse, en días duros, para no tener que cocinar in situ. Al mal tiempo, ensaladas, gazpacho y mucha previsión. «Si sabes que el mar va a estar muy movido, haces algo antes o un plato sencillo. Cocinamos cada día, generalmente en el barco. Somos bastante previsores». Ni un día entraron en puerto durante el primer mes. «Sí hemos tenido que entrar en puerto hace poco porque, en la costa del sur de España, es complicado fondear. No hay tantos recovecos en los que esconderte», cuenta Carmen.
Los puertos, «por suerte», les dan acogida «sin problema». «Nosotros usamos una aplicación, Navily, que es como un Booking. Te deja hacer reserva en puertos que las permiten, y te dice también, con un código de colores, si una cala es apta para fondear. Te pone por horas cómo vas a estar de cómodo en función de por dónde viene el viento. También te dice si la cala tiene playa, si tiene servicios, como súper, farmacia...».
¿Cómo lleváis vivir en el mar con el espacio justo? «Muy bien porque nos hemos acomodado a nuestras necesidades. Uri y yo ya estábamos acostumbrados a vivir en un barco y a estas dinámicas de trabajo. El factor más determinante era Leo, pero hemos amoldado su camarote y sus juegos y todo para que lo tenga cómodo, para que pueda subir y bajar a su aire. Tiene una pizarra gigante en la pared para pintar, juguetes, una estantería llena de cuentos, unas pegatinas de animalitos marinos en el techo. Él ha encontrado su voz del barco».
Aparte de sus cuentos y sus Legos, Leo tiene juguetes naturales. «Está la estructura del barco, Leo engancha el cabo, le da a la manivela, le encanta... O el timón automático, que se mueve solo y él pone las manos sobre él y hace como que lo lleva él. Es todo el imaginario de estar en un barco. Y están los juguetes de playa y el hacer trasvases de agua con sus cubos», cuenta Carmen. ¿Veis a otros niños en esta aventura? «Muchísimos, cada día o casi cada día hay niños a bordo o en la playa. Leo ve a un peque y va directamente y dice: ‘Peque’ y se pone a jugar con él. Hay una cosa significativa y es que cuando Leo va a la playa dice ‘hola’ y después ‘hi’». Al agua Leo no le tiene miedo. «¡Sí al frío del agua! Tiene respeto», dice su madre.
«No tenemos peleas, lo hablamos todo mucho y de hecho es muy importante, porque el estado de ánimo del barco se nota muchísimo. No es que lo hagamos todo perfecto, pero aquí no puedes dejar que algo se enquiste»
¿Y una pelea de pareja a bordo, como se gestiona? «En nuestra relación hemos trabajado hablar mucho, mucho, mucho las cosas. Entonces, cuando surge cualquier conflicto, que suelen ser más por el barco, siempre tenemos claro que hay cosas en las que yo tengo la voz y Uri la tiene en otras». Conviviendo 24/7, es una prueba la mar de dura. «Pero es que no tenemos peleas, lo hablamos todo y de hecho es muy importante, porque el estado de ánimo del barco se nota mucho. No es que lo hagamos todo perfecto, pero aquí no puedes dejar que algo se enquiste. Nos hemos cruzado dos personas que hemos encontrado nuestro equilibrio y trabajamos los dos para que siempre vaya p’alante todo», asegura Carmen.
«Ojalá los niños fueran como las mareas, porque serían predecibles. Tienes olas repentinas. A veces querrías salir y, claro, no puedes... Es muy cansado criar a un niño a bordo, pero de la misma manera que esa es la parte peor es también la mejor, ves cada pasito que da y cada cosa que aprende»
¿Lo mejor y lo peor de criar a un niño a bordo? ¿Los hijos son como las mareas? «Ojalá, porque serían predecibles... Tienes olas repentinas. A veces querrías salir y, claro, no puedes... Mis padres dicen que podemos hacer este viaje porque él es un cielo, un niño superobediente, que no se pasa de la raya ni la lía cuando estás navegando. Y eso ya es mucho», valora Carmen.
«Más que nada, es la intensidad que puedes vivir con un hijo en sus momentos más bestias, pero a bordo, con todo el cansancio que supone llevar un barco. Debes estar todo el rato a la altura y no liarla. No hay abuelos, y te implicas cien por cien en que él vaya aprendiendo las cosas. No es tenerlo en estado vegetal de ‘acompaño a mis padres en su aventura’. Es muy cansado, pero de la misma manera que esa es la parte peor es también la mejor. Ves cada pasito que da y cada cosa que aprende. Es una pasada, flipas con las caras que dibuja Leo, que ya se sabe todos los colores en inglés. Está aprendiendo a diferenciar las letras y cuenta superbién. Y eso te llena de orgullo».
Viven con emoción su entrada en el Atlántico. Y solo echan de menos, de la tierra, a la gente. «Todavía estamos demasiado emocionados para echar de menos la tierra», dicen los capitanes del Forquilla (@velero_forquilla)
«Si te pica dar la vuelta al mundo en velero, hazlo. Hay que prepararse mucho, pero si te pica de verdad debes hacerlo y saber que, por más que te prepares como debes, nunca vas a estar cien por cien preparado», concluye Carmen. La vida misma, pero en el mar...