Debacle conservadora, espejismo laborista

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Downing Street en Londres
Downing Street en Londres TOLGA AKMEN | EFE

05 jul 2024 . Actualizado a las 12:34 h.

Tan solo los referendos de las dictaduras tienen menos intriga. Se esperaba una debacle del Partido Conservador en Gran Bretaña y es lo que ha sucedido. Y digamos que, como un efecto secundario, se ha producido también una victoria arrolladora del Partido Laborista. Cierto que los tories han sobrevivido como partido, pero el hecho de que esto les parezca un consuelo delata que saben que, en el fondo, merecían un resultado aún peor. Y, sin embargo, una vez dicho todo esto, conviene aclarar que los números tienen algo de espejismo. El sistema electoral británico, mayoritario uninominal a una vuelta, amplifica enormemente tendencias que no son tan rotundas como parecen. Así, aunque vayan a disponer de una mayoría abrumadora en escaños, los laboristas han obtenido en realidad un tercio de los votos (33 %). Esto es tan sólo un punto más que en el 2019 e incluso siete menos que en el 2017, dos elecciones que perdieron. Lo que les da esta gran victoria es el derrumbe del voto conservador, que cae casi veinte puntos, del 43 % que consiguió Boris Johnson hace cinco años al 23 % que obtiene Rishi Sunak ahora. ¿A dónde se ha ido ese voto? La mayor parte, un 14%, al partido Reform UK de Nigel Farage, cuyo porcentaje sumando al de los tories les habrían incluso otorgado la victoria. Lo que nos da una pista respecto a por qué han perdido los conservadores. Sin duda, el desastre ha tenido mucho que ver con el hartazgo con los constantes cambios de líder, los navajazos y los egos contrariados; pero también con una cúpula del partido a la que el votante percibe como poco comprometida con valores conservadores, especialmente en el asunto de la inmigración, que es prácticamente el único punto del programa de Farage.

Es posible que el mismo problema empiece a acosar a sir Keir Starmer, el nuevo primer ministro, una vez pasada la luna de miel. En su caso, la militancia de su partido le ve poco comprometido con los valores de la izquierda. La suerte para Starmer es que los constantes cambios de líder, los navajazos y los egos contrariados de su partido ya se han resuelto estando en la oposición, de un modo menos visible. Tras hacerse con el control del partido con mucha dificultad, Starmer ha conseguido domesticarlo por medio de purgas y expulsiones, como la del antiguo líder Jeremy Corbyn y otras figuras del ala izquierda del laborismo. Pero ahora Corbyn ha conseguido renovar su escaño como independiente, con lo que promete ser una espina clavada en el costado del primer ministro. Y, aunque resignado de momento, dentro del partido sigue habiendo un sector radical que espera con los cuchillos afilados, confiado en que, antes o después, el “centrismo” no del todo sincero de Starmer fracase. No tiene por qué ser así, y en manos del nuevo primer ministro está el impedir este contagio de la «maldición tory» a su propia gestión. Para ello cuenta, al menos, con una ventaja de partida: si no la ilusión, porque su victoria ha sido más bien por incomparecencia del contrario, sí la novedad. Cuando, en una sociedad, el sentimiento más extendido es el hartazgo ese es justamente el mejor antídoto.