Pase lo que pase en la segunda vuelta de las elecciones francesas, el hundimiento del centro es ya una realidad incontestable. La mayoría gubernamental macronista ha encogido hasta situarse en un 21 % en primera vuelta. Es el final del experimento que Emmanuel Macron lanzó hace ocho años con el fin de reconfigurar el paisaje político francés. Lo consiguió, pero aquel éxito quizá no hizo sino sentar las bases de este fracaso. Un fracaso que será duradero, porque Macron no podrá presentarse ya más veces a la presidencia y entonces el macronismo, huérfano, se esfumará con la misma rapidez con la que apareció en su momento, dejando en el aire la pregunta de si no tendrá alguna responsabilidad en la división de la política francesa en dos extremos irreconciliables.
Es posible que la tenga. La única duda es si esta transformación política de Francia se hubiera producido de todos modos, y Macron al menos la ha contenido durante unos años, o si más bien ha actuado de catalizador. Esto último es bastante probable y para entenderlo hay que contemplar el macronismo como lo que realmente ha sido. Antiguo ministro en el Gobierno socialista de François Hollande, Macron vio venir la crisis de los partidos tradicionales y el auge de los populismos, y decidió crear el suyo propio, un «populismo de centro» que, presentándose como radical en su afán regenerador, atrajese el descontento de izquierda y derecha. Quizás no hubiera funcionado en otra parte, pero en Francia, donde el presidencialismo es tan acusado y el caudillismo de De Gaulle es el hecho fundacional de la V República, resulta fácil hinchar esta clase de liderazgos carismáticos. Con su maniobra, Macron dinamitó simultáneamente al Partido Socialista y la derecha gaullista tradicional. De la nada surgió un movimiento (no un partido) amplio, pero poco asentado. Su nombre mismo de «¡En Marcha!» delataba ya su carácter nómada e inconcreto, y frente a él tan solo quedaron una extrema derecha y una extrema izquierda antisistema.
Pero el populismo siempre es frágil a medio plazo y era solo cuestión de tiempo que Macron decepcionase. Para entonces, esa decepción ya solo podría canalizarse a través de los partidos radicales, y es lo que ha ocurrido. Ahora es el voto macronista el que va a salir a subasta para ser repartido entre los dos grandes bloques de los extremos. La política no termina nunca y más pronto o más tarde se podrán reconstruir un centro derecha y un centroizquierda, pero no será sin que Francia pase antes por esta fase actual en la que solo caben dos opciones: un gobierno radical (y veremos hasta qué punto antisistema) de RN con una fuerte contestación en la calle por parte de la izquierda, o un año de inestabilidad parlamentaria y bloqueo hasta que puedan celebrarse nuevas elecciones. A Macron, que ya ha dicho que no dimitirá, le tocará presidir, por tozudez o penitencia, sobre una cosa o la otra.
Comentarios