Los caballos y los asnos son en Hidra el único medio de transporte
10 jun 2024 . Actualizado a las 09:54 h.Invadidas por el turismo de masas, poco queda ya del apacible encanto de las islas griegas que describió el escritor inglés Lawrence Durrell en sus libros, sobre todo en verano. Incluso en las más remotas islas es posible encontrar algún mamotreto de cemento de varias plantas para albergar a turistas ávidos de sol y playa. ¿Es así en todas las islas griegas? Hay alguna inesperada excepción, como la pequeña Hidra, situada solo a un par de horas en ferri de Atenas.
Gracias al celo de las autoridades locales, una ley prohíbe construir edificios de más de dos plantas, lo que ha permitido mantener intacta su orografía. «Aquí, incluso si quieres pintar la casa, o cambiar de color las ventanas tienes que pedir permiso», explica Stam, el responsable del Museo de Historia de la Isla. De hecho, en Hidra está prohibido circular en cualquier vehículo de motor, con contadas excepciones. Como en tiempos inmemoriales, los caballos y asnos continúan siendo el único método de transporte en tierra firme.
A todas horas, pero sobre todo a primera hora de la mañana, se les puede ver subiendo o bajando peldaño a peldaño las endemoniadas calles de Hidra, la capital, construida en una bahía natural en las laderas de un escarpado monte. «Aquí estamos en la gloria. No hay coches, no hay ruidos. Desde que yo era una niña, Hidra apenas ha cambiado», comenta una anciana en un inglés básico. Y no exagera, pues en el museo hay una fotografía del 1890, y la fisonomía del lugar es prácticamente la misma.
Al estar tan cerca de la capital, durante el día, centenares de turistas vienen a este lugar. Al mediodía, el puerto de la capital experimenta un cierto trasiego de visitantes, que se entretienen en sus tiendas de ropa de lujo o buscan un restaurante. Ahora bien, basta alejarse un poco del puerto, para recuperar la calma. A un cuarto de hora a pie, se halla Kamini, una aldea de pescadores que no cuenta con ninguna de las típicas tiendas de souvernirs, flotadores y toallas que inundan la entera costa mediterránea. El único añadido de las últimas décadas deben ser un par o tres de restaurantes.
Fue este ambiente tranquilo, su luz cálida y un mar de un azul eléctrico lo que sedujo después de la II Guerra Mundial a artistas del mundo entero. Quizás el más conocido sea Leonard Cohen, que compuso aquí algunas de las canciones que pocos años después le darían fama mundial. La familia conserva aún la casa que compró aquí hace décadas, y que visitó por última vez meses antes de morir, en el 2016. Entonces, fue homenajeado con la dedicatoria de una angosta calle que lleva su nombre, precisamente, la que lleva a su propiedad. Así, los turistas ya no deben importunar a los locales preguntando por su localización.
Cuando el sol se pone detrás de las montañas del cercano Peloponeso, Hidra recupera su tranquilidad, y decenas de gatos vuelven a convertirse en los señores de sus calles… siempre que no haya un partido importante de alguno de los más laureados clubes griegos. Cuando el Olympiakos se enfrentó a la Fiorentina en la final de la Conference League, no quedó ni una mesa libre. A medianoche, un héroe local marcó el gol de la victoria, y los gritos y cohetes sacudieron la isla.
Hidra cuenta hoy con unos 3.000 habitantes, que caen a 2.000 en invierno. Pero hace un par de siglos, su población era de más de 25.000, y desempeñó un importante papel en la Guerra de Independencia. De Hidra eran los mejores oficiales de la marina. No en vano, aquí se inauguró la más antigua Academia de la Marina Merchante del mundo, en el año 1800.
«La población se encoge porque los jóvenes se van. Todos los amigos ya lo hicieron. El invierno es aburrido, y es casi imposible encontrar un alquiler. Y una casa puede costar un millón de euros. Todas las que están vacías se dedican al turismo», lamenta Joni, un joven biólogo crecido en la isla. La especulación inmobiliaria ya llega incluso a los paraísos perdidos.
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