Mark Guscin, escritor que entrevistó a Rosario Porto en la cárcel: «Para mí no hay duda de que en el crimen de Asunta participó una tercera persona»
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«Mi hipótesis es que Asunta sabía que su padre abusaba de ella», dice Guscin, que habló con Rosario Porto en dos ocasiones. «Me encontré a una persona deshecha que ya no quería vivir», señala
11 jul 2024 . Actualizado a las 12:47 h.Mark Guscin es licenciado en Filología Clásica, historiador, escritor y traductor. A finales del 2017 y a principios del 2018 entrevistó a Rosario Porto en la cárcel, en dos sesiones de una hora, donde no pudo grabar, pero, gracias a esas conversaciones, sí obtuvo una información privilegiada de un caso que nos impactó a todos y que a él le interesó especialmente. «Quería aplicar el método de estudio de los análisis de los textos históricos, porque en esa meticulosidad, uno obtiene muchos detalles sobre las palabras y abre otras posibilidades. Es historia, pero historia reciente», explica Guscin, que acaba de publicar en español Lo que nunca te han contado sobre el caso Asunta. Conversaciones en la cárcel con Rosario Porto, que inicialmente salió en inglés en el 2018, y en el que ha aportado ahora el suicidio de Rosario Porto. También Guscin examinó para esta obra las 34 horas de conversaciones y silencios de Rosario y Alfonso Basterra en los calabozos.
—¿Qué fue lo que más te impresionó de tu visita a Rosario en la cárcel?
—Esperaba encontrarme con una mujer más creída y segura de sí misma, pero estaba absolutamente destrozada, salvo cuando habló de los funcionarios de la cárcel. Entonces sí se puso soberbia, porque ella decía que no tenían su nivel cultural. Aparte de eso, lloraba todo el tiempo. Estaba deshecha.
—¿Hubo algún momento de tensión, porque supongo que le preguntaste si mató a su hija?
—Yo la avisé de que le iba a hacer preguntas muy difíciles, y me dijo: «Vale, estoy dispuesta a contestar». Sobre las cuestiones más comprometidas, que fueron sobre el lorazepam, simplemente negó la evidencia. Me dijo que era un error del laboratorio, y yo insistí en que no, que era evidencia científica de la autopsia. Ella lo negaba. Se sorprendió cuando yo le pregunté que, si no había sido ella, la única opción era Alfonso Basterra. Y me dijo que no, y que si tuviera la mínima sospecha de él, no le temblaría el pulso en denunciarlo. Entre los dos respetaron ese pacto de no agresión, de silencio, de inocencia.
—En ese análisis minucioso, nos descubres que la expresión «tú y tus jueguecitos», que tanto ha dado que hablar, Rosario nunca la dijo en el calabozo.
—No lo dijo. Eso fue un invento de una cadena de televisión, como tampoco se dijo: «No te dio tiempo a deshacerte de eso». En rigor, lo que ella dice es: «No te dio tiempo a eso», que cambia mucho el sentido...
—Lo que sí dijo Rosario fue: «Tú y tu imaginación calenturienta», ¿qué te contó al respecto sobre eso?
—Eso sí lo dijo: «Tu imaginación calenturienta nos va a generar muchos problemas». Rosario me explicó que ella se refería con esa expresión a que cuando Alfonso le escribía por correo, él estaba enfadado, porque ella lo había dejado. Digamos que sus correos no son un modelo de educación y fineza. Pero, dijese lo que dijese, calenturienta tiene connotaciones sexuales. Una mente calenturienta es una mente cochina.
—En el libro vemos a través de los correos la relación tóxica de Rosario y Alfonso. Dices que incluso hay constancia de que él la maltrató físicamente.
—Eso es lo que pone Cruz Morcillo en su libro sobre el caso Asunta. Rosario confesó que Alfonso le pegó un par de veces. Creo que soy bastante cuidadoso con eso, no es una acusación mía, es lo que dice el otro libro que se escribió sobre este asunto. Puede ser. Hay muchos casos en que una mujer maltratada sigue pendiente y necesitada del hombre que la maltrata. Rosario, por muy divorciada que estuviera de Alfonso, siguió necesitándolo.
—El control de él es tremendo. Hay un correo en el que Alfonso le dice a Rosario: «Tienes raxo en la nevera para comer, Asunta tiene el DNI caducado, tienes que llevarla al médico tal día...».
—Sí, y conociendo como conocía él a Rosario, sabiendo cómo estaba psicológicamente ella, se aprovechó de esa circunstancia para hacerse más fuerte.
—Hasta el punto de que, divorciados, ella le paga la cuota de autónomos cuando se hace «freelance».
—Sí, es una relación curiosa de personas curiosas. A mí me parece muy extraño estar tan necesitada de él.
—Tú en el libro pones en duda la versión oficial del asesinato. ¿Tienes claro que participó una tercera persona?
—Sin la más mínima duda, para mí está clarísimo que el cadáver de Asunta no estaba en la pista forestal a las 9, 10 u 11 de la noche el día del asesinato. Hay un testigo que lo dice, que lo subraya, que pasó tres veces por allí y no estaba. Hay un informe de la Guardia Civil que dice que la luminosidad era tremenda, que el cuerpo se puso ahí para que alguien lo viera. Después la Guardia Civil dio marcha atrás sobre esto y expresó que era noche cerrada, porque encajaba mejor con la versión oficial. Pero en el primer informe está apuntado, tengo la copia.
—También señalas que los hombres que encontraron el cadáver dicen que en el lapsus de tiempo en que se marcharon del lugar y volvieron, notaron que un brazo de Asunta estaba cambiado de posición. Y que al principio tuvieron la sensación de que alguien los observaba.
—Reconozco que la sensación de que alguien te está mirando no es una evidencia como para tener en cuenta en un juicio, pero el hecho de que se moviera el brazo del cuerpo sí. Al principio estaba sobre el pecho, y luego a lo largo de su cuerpo. En el juicio hicieron caso omiso de estos detalles. Yo entiendo que no interesa porque de lo que se trata es de decidir quién mató a la niña. Pero existe un interés legítimo en qué pasó después y en quién puso el cuerpo. Para mí no fue ni Rosario ni Alfonso, fue una tercera persona. Estoy absolutamente convencido de eso.
—Si a Asunta la drogaron al mediodía con 27 pastillas de lorazepam, ¿cómo pudo caminar dos horas después?
—Con 27 pastillas, que se supone que tomó en la comida, sería imposible. Tal vez le dieron esas pastillas en polvo antes de salir para Montouto, quizás en una bebida. Si fuera al mediodía, poco después ya no podría mantenerse en pie. Yo tengo serias dudas también sobre la testigo que dice que vio a Alfonso y a Asunta en la calle ese día. Por lo mismo, no se mantendría en pie y las horas no encajan.
—Das a entender que Basterra pudo planear el crimen para incriminar a Rosario. Que pudo dejar las cuerdas naranjas a la vista en la papelera y dejar las cuerdas cortadas iguales al lado del cuerpo.
—Sí, es una de las posibilidades. Yo lo que intenté es analizar cada posibilidad, tanto de culpabilidad como de inocencia. Y esa es una de las posibilidades. Hay muchos casos de hombres abandonados por sus mujeres que buscan venganza, a veces matando a los hijos.
—¿Cuál es tu hipótesis?
—Es muy difícil, porque no hay una sola que cumpla con todo. Lo único que puedo decir es que si fueron los dos es porque tuvieron que silenciar a Asunta. Asunta sabía algo e iba a decirlo, la tenían que silenciar.
—¿Tu apuesta son los abusos sexuales?
—Sí, mucho más que un supuesto asesinato de los padres de Rosario. Hay que tener cuidado con el término abuso, porque él no la violó. Pero la niña sabía que estaba abusando de ella, si tenemos en cuenta las fotografías; también el ADN de Alfonso se encontró en la ropa interior de Asunta, había semen en las paredes de la habitación de Asunta. Pero todo esto no entró en el juicio, porque la vida sexual de Alfonso Basterra no se juzgó. Pero, desde luego, el móvil del crimen sí implica un grado más de culpabilidad.
—¿Se sabe que el semen de la habitación de Asunta era de Basterra?
—No, porque no se analizó. Cuando se hizo el registro del apartamento con la luz forense es lo que dijeron... Que vieron manchas de semen en las bermudas de Alfonso, que se encontraron en el suelo, al igual que en la pared de la habitación de Asunta. ¿De quién iba a ser? Pero no se analizó.
—¿Tú esto se lo preguntaste a Rosario, le dijiste si sabía que su exmarido abusaba de Asunta?
—Sí, pero ella lo negó. Hubo un pacto entre los dos de defenderse mutuamente, lo cual implica que los dos eran culpables, para mí no hay duda. Para mí el lorazepam es clave, es una evidencia científica.
—Y apareció lorazepam en el vestido de Rosario...
—Sí, ¿para qué iban a drogar a la niña? Si al menos explicaran por qué la drogaban... Aunque fuese un hecho grave, no sería un asesinato, pero no lo justificaron. Para mí la prueba del lorazepam es contundente.
—Si Rosario sabe que Alfonso está abusando de su hija, ¿lo admite sin más?
—Sí, sí, sí. Los dos saben en todo momento lo que está pasando. Por eso son igualmente culpables. Y es lo más difícil de entender, porque normalmente en los asesinatos de los hijos participa solo uno de los progenitores. Pero que los dos se pongan de acuerdo lo hace único. Por eso creo que Asunta sabía algo de los dos.
—¿Rosario se liberó tras la muerte de sus padres?
—Sí. Además, eso fue una de las cosas que me contó. Que de joven sus padres dominaron su vida, la agobiaban, la obligaron a dejar a un novio, la obligaron a estudiar lo que ella no quería, la obligaron a trabajar en el bufete, la obligaron a ser cónsul de Francia. Es como en las telenovelas, una familia privilegiada, en que si quieres seguir con los privilegios, tienes que cumplir con lo que dicen tus padres. Hasta que Rosario dijo «basta» cuando ellos murieron: dejó el bufete, dejó de ser cónsul de Francia y dijo «ahora voy a vivir mi vida». Ella estaba muy enamorada del que fue su amante, me lo contó en la cárcel, fue la única vez en las dos entrevistas en que sus ojos se iluminaron y se animó un poco.
—¿No fue solo sexo, entonces?
—Por parte de ella no, estaba absolutamente enamorada de ese hombre, se le veía.
—Da mucho pudor esa manera en que Alfonso habla de Rosario incluso separados: «Mis deditos», «lentejita»....
—Al escuchar las grabaciones da más grima todavía, porque lo dice de una manera tan fría... En las conversaciones Rosario está llorando, y Alfonso está en plan: «Tranquila, mi vida, respira. Todo va a salir bien». ¡Aunque seas inocente, acaban de asesinar a tu hija! Y tú diciendo que va a salir bien, ¡nada puede salir bien! Los dos estaban, además, muy preocupados por su imagen social, por lo que la gente pudiera pensar.
—De lo que dejas constancia es de que Basterra acudía al prostíbulo de su calle.
—Sí, y lo pagaba Rosario. El tenía preferencia por las chicas jóvenes, las prostitutas se vestían de niñas pequeñas y Alfonso era asiduo. Es como si Rosario dijera: «No me quiero acostar contigo, vale, entonces pago para que vayas fuera».
—¿Tú crees que Alfonso iba en el coche con Rosario?
—Yo creo que no, no sé si estuvo en la casa de Teo o no, pero otra persona más estuvo allí sin duda. Alguien tuvo que dejar el cadáver en la pista forestal. Para mí es imposible que Rosario arrastrara el cuerpo sola. Por otra parte, si Alfonso tenía tanto cuidado en que no lo vieran, en planificar una ruta, que es lo que dicen, lo habría hecho igual con el coche. No hay evidencias de que estuviera.
—¿A quién estaba más unida Asunta?
—A su madre. A Alfonso siempre se le vio más frío.
—¿Rosario estaba arrepentida?
—Si era culpable, para mí estaba arrepentida. A mí me dijo que su vida no tenía sentido y que iba a continuar intentando suicidarse. Y lo hizo. No paró hasta que lo consiguió. Ella no podía vivir ni dentro ni fuera de la cárcel.