Biden se aleja de la sombra de Netanyahu

Caroline Conejero NUEVA YORK / E. LA VOZ

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Joe Biden baja del Air Force One en Seattle
Joe Biden baja del Air Force One en Seattle Kevin Lamarque | REUTERS

El presidente de Estados Unidos intenta no verse arrastrado por su homólogo israelí y evitar que la Franja se convierta en su Vietnam particular

12 may 2024 . Actualizado a las 10:22 h.

Mientras las encuestas continúan registrando la creciente condena del público estadounidense (81 % de desaprobación) a la gestión de Joe Biden sobre la guerra entre Israel y Hamás, a solo seis meses de las cruciales elecciones de noviembre, el presidente ha comenzado por fin a dar señales de ruptura en su política incondicional de respaldo al Gobierno de Benjamín Netanyahu. El inquilino de la Casa Blanca, que en los últimos meses ha estado bajo una presión extraordinaria, comienza a responder a los llamamientos de miembros de su partido, e incluso de su Administración, para limitar los envíos de armas en medio de una crisis humanitaria que alcanza ya casi 35.000 muertes. Rompe un apoyo incondicional de siete meses a Netanyahu.

Se trata de un paso de no corto recorrido para un presidente que ha sido siempre un ferviente defensor de Israel. Nunca escaso en entusiasmo, Biden solía incluso alardear de haber recaudado más fondos para el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés) que cualquier otro político en Washington, una inversión política que le ha dado rédito con creces al generarle el mayor apoyo financiero de donantes proisraelíes conocido en los últimos 30 años. Una organización que ahora se teme podría ayudar a hacerle perder las elecciones.

Como liberal conservador, nunca simpatizó con los movimientos de derechos civiles y contra la guerra de Vietnam en las décadas de los 60-70. Militarista acérrimo —llegó a sugerir la invasión de Irak años antes que Bush—, Biden viajó a Tel Aviv a pocos días del inicio de la ofensiva en Gaza para dar el abrazo del oso a Netanyahu y declararse sionista, sin tener mucha noción de lo que significa.

Aislado en la burbuja de Washington y desconectado del malestar de los ciudadanos horrorizados por el inmenso sufrimiento que el dinero de sus impuestos causa sobre las vidas de miles de palestinos en forma de armas, Biden ha parecido en los últimos meses más empeñado en proteger al Gobierno extremista de Netanyahu que en preservar su propia continuidad en el poder, lo que, según algunos analistas, ha puesto en riesgo su reelección en noviembre. El desdén por el voto de protesta durante las primarias, particularmente en estados clave como Míchigan, o por las concentraciones estudiantiles ha acrecentado incluso la preocupación sobre su edad, y llevado a muchos a cuestionar su capacidad para gobernar en una sociedad que atraviesa profundos desafíos.

Sus estrategas más cercanos, Antony Blinken, Jake Sullivan y Brett McGurk, insiders de carrera del equipo político de Washington, con muy poca comprensión del mundo musulmán, han venido suministrando al presidente sus propias dosis de la vieja escuela realista, que basa la estabilidad en Oriente Medio en la potencia militar de Estados Unidos. El propio Blinken, que tras la matanza de Hamás del 7 de octubre, se presentó en Israel «no solo como secretario de Estado de EE.UU., sino también como judío», se embarcó en una campaña de presión a los líderes árabes para que acogieran a los 2,3 millones de palestinos de Gaza. La campaña le granjeó la indignación del establishment árabe. 

El binomio endiablado

Al final de todas estas acciones, de la inversión política de Biden en apoyar a Netanyahu, no se han generado los resultados que se esperaban tanto en reducir el número de víctimas civiles como en lograr la liberación de los rehenes. El primer ministro israelí, como es su costumbre con todos los presidentes estadounidenses, tampoco ha parado de aleccionarle sobre las tesituras en Oriente Medio. Pero los tiempos han cambiado para Netanyahu y su capacidad de decisión se encuentra severamente restringida por los extremistas ultraconservadores de su gabinete, a quienes debe su regreso al cargo de primer ministro y la salvación, por ahora, de enfrentarse a los casos legales de corrupción por los que podría ir a la cárcel.

La convicción de que la falta de una alternativa política de sucesión a Netanyahu, y de que su caída podría llevar a la desestabilización del país y de la región, han reducido las opciones viables de Biden, que por ahora debe resignarse meramente a gestionar las intenciones de Netanyahu y condicionar la ayuda militar. Biden y Netanyahu quedan atrapados en un binomio de difícil solución. La victoria de uno supone la derrota del otro. El logro de un cese el fuego para Biden significa la caída de Netanyahu, y si Netanyahu continua con la guerra, Biden se arriesga a perder las elecciones. Por eso, en el mundo demócrata confían en que se produzca pronto el reconocimiento, por parte de su candidato, de que proteger al primer ministro israelí está fuera de sus manos, y de sus objetivos políticos. Sus asesores urgen a Biden a recuperar la credibilidad de sus electores y concentrarse en las prioridades de su propio país.