La UE recuerda su ampliación y sueña con repetirla

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Vista general del Parlamento Europeo, en una imagen de archivo.
Vista general del Parlamento Europeo, en una imagen de archivo. Contacto / Zheng Huan | EUROPAPRESS

02 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Se cumplen ahora veinte años del Big Bang de la Unión Europea en el 2004, aquella incorporación casi repentina de diez países más, y la UE lo celebra con un ojo puesto en la cola de países que han solicitado su ingreso, que resulta que son otros tantos. Bruselas (no la ciudad, sino la metáfora) quiere transformar la efeméride en un precedente positivo que dé argumentos a las nuevas candidaturas. ¿Lo es? En gran medida, sí. En efecto, aquella expansión de 2004 se puede considerar, en líneas generales, exitosa. La UE, en su conjunto, ha crecido, y algunos de los países incorporados entonces han crecido considerablemente (Polonia, Malta, Eslovaquia). Más importante aún es lo que no ha ocurrido en la economía europea: la UE no quebró en la gran recesión que llegó cuatro años después del Big Bang, y el país que estuvo a punto de tumbarla, en todo caso, no fue uno de los recién llegados sino un socio más bien veterano como Grecia.

Otra cosa es que esa evaluación positiva sirva de precedente. Aquella ampliación de la UE era hija de un tiempo ya pasado. Incorporar a siete países de la extinta órbita soviética (República Checa, Eslovaquia, Polonia, Hungría y los países bálticos) era la consecuencia del fin de la Guerra Fría, acoger a Eslovenia una forma de empezar a hacer lo mismo con el conflicto de los Balcanes, y la entrada de Chipre era posible porque se había prometido también el ingreso a Turquía. Como Malta, casi todos estos países tenían poblaciones y economías pequeñas y, por lo tanto, fáciles de digerir. La lista de espera actual tiene un contexto y un contenido muy diferentes. Europa está atascada económicamente y al borde de la guerra, y entre los candidatos a entrar se encuentran países que están ya en guerra declarada (Ucrania), en un paréntesis bélico (Moldavia), en estado de guerra latente (Bosnia) o en un grave conflicto con otros aspirantes (Kosovo). Algunos tienen un tamaño asumible, otros (Turquía) difícilmente asumible, mientras que en el caso de Ucrania la factura de su incorporación sería descomunal. Casi ninguno de ellos cumple con los criterios de gobernanza democrática que se reclaman de miembros ya existentes de la UE, como Hungría. Muchos en Bruselas le dan la vuelta al argumento y sostienen que la entrada de estos países, precisamente, les protegería de la agresión y ayudaría a la estabilidad en Europa. Pero, mientras que lo primero es posible lo segundo es dudoso. Aunque a Europa le guste imaginar que el Mercado Común fue el factor clave en la paz relativa que ha gozado el continente tras la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que fue el resultado de la propia guerra el que hizo imposible una Alemania agresiva, en tanto que la Guerra Fría fue la que impuso un equilibro del terror que, paradójicamente, creó un mundo más peligroso, pero más seguro. Sería la OTAN, no la UE, el foro adecuado para debatir el futuro de esos países conflictivos.

Lo que está claro es que, si aún así, la UE decidiese dar el salto a una nueva ampliación como la del 2004, tendría que convertirse en otra UE. Una organización mucho más grande obligaría a una reforma radical de la mecánica interna, tanto económica como política. Las mayorías decisorias, muy en particular, no podrían ser las mismas. Es cierto que hasta ahora la UE ha demostrado una enorme maleabilidad y capacidad de adaptación; pero, como cualquier otro material, es seguro que tiene su punto de fractura. Desgraciadamente, no sabremos dónde está hasta que lleguemos a él.