Al explicar el ataque yihadista de la semana pasada contra una sala de conciertos en Moscú, los analistas se han apresurado a señalar el papel prominente que ha jugado Rusia en la lucha contra la yihad, sobre todo en Siria. Es cierto, pero también es importante entender que el de los yihadistas es un odio sin fronteras. Sería un error pensar que la inquina del Estado Islámico de la Provincia del Jorasán (EIPJ) contra Rusia es exclusiva. Al igual que los responsables del atentado contra el maratón de Boston del 2013 eran unos chechenos de los que habría cabido esperar hostilidad contra Rusia e indiferencia hacia Estados Unidos, el EIPJ no tiene mayor inquina contra un país u otro. En la mentalidad yihadista, todos los Estados no musulmanes están poblados por infieles a los que hay que someter o destruir; todos serían supuestamente culpables del retraso en el triunfo del islam. Incluso consideran enemigos a otros grupos musulmanes no menos radicales que ellos, como los talibanes de Afganistán, simplemente porque no aceptan su primacía. De modo que basta con que Rusia sea un país «cristiano» y poderoso, un ejemplo del «Occidente decadente», aunque ni sea Occidente ni su decadencia la que imaginan los yihadistas.
Dejando aparte el Partido Islámico del Turkestán (PIT), que sí está concentrado en atacar a China, las otras organizaciones yihadistas de Asia Central tienen en este momento puesto su foco en Rusia: la Unión de la Yihad Islámica (UYI), Katibat Imam al-Buhari (KIB), Katibat al-Twahid wal Jihad (KTJ), y sobre todo el EIPJ, que ha llevado a cabo este ataque. Pero esta especialización en Rusia es pragmática y temporal. En Afganistán, el santuario del EIPJ, existe una nutrida población tayika que mantiene fuertes vínculos con los tayikos de la república de Tayikistán y con otros 200.000 que viven en Rusia propiamente dicha. Esto proporciona al EIPJ una base considerable para reclutar terroristas. Los atacantes de la sala de conciertos eran tayikos, y también los detenidos como sospechosos. Habrá que esperar para conocer su perfil exacto, pero algunos de estos reclutas de la yihad en Rusia tienen la nacionalidad y otros son inmigrantes de las repúblicas de Asia Central a los que su situación irregular en el mercado laboral ruso hace especialmente vulnerables a la radicalización. La guerra de Ucrania ha venido a acentuar esto, porque muchos han sido alistados en el Ejército para ir a luchar al frente, de donde regresan con su rencor intacto y un entrenamiento militar que los hace más peligrosos.
Todo esto quiere decir que, desgraciadamente, esta rama asiática-central del yihadismo terminará por actuar también en Occidente. Así lo creen los servicios de inteligencia norteamericanos y europeos, y por eso disponían de información sobre un ataque inminente en Rusia por parte del EIPJ. Putin ha intentado relacionar a Ucrania con este ataque, pero la única relación verdadera es que el Kremlin, cada vez más paranoico y aislado por agresión a su vecino, ha bajado la guardia ante una amenaza mucho más real.
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