Aunque los altos el fuego se reclamen por razones humanitarias, la triste realidad es que son un instrumento más de la diplomacia y la guerra. Es lo que ha ocurrido con la resolución de alto el fuego sobre Gaza en el Consejo de Seguridad de la ONU, que ayer cayó víctima de los complicados juegos políticos en torno al conflicto palestino-israelí. Cuando todo parecía preparado para aprobar esta declaración cocinada por Estados Unidos, inesperadamente la vetaron Rusia y China. Alegaban que su redacción era desequilibrada, al plantearle más exigencias a Hamás que a Israel. En realidad, Moscú y Pekín buscaban propinar una derrota a Washington, que también ha vetado otras resoluciones sobre Oriente Medio.
¿Quiere esto decir que se ha frustrado la posibilidad de un alto el fuego? No. La moción en la ONU era solo un modo de dar lustre a las negociaciones que ha llevado a cabo estos días el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, y es ese lustre lo que rusos y chinos han querido negarle. Pero si Blinken ha atado bien los cabos, el alto el fuego todavía es posible. La «presión internacional» sobre las partes en conflicto, de la que tanto se habla, es irrelevante. La única presión que cuenta es la que puedan ejercer Estados Unidos sobre Israel y Qatar sobre Hamas. Al parecer, Blinken ha convencido a Catar para que amenace a Hamás con cerrar sus oficinas en el emirato, sin las que tendría muchas dificultades para operar. Esas conversaciones comenzaban ayer y, si la presión catarí surte efecto, Hamás deberá comprometerse a liberar a los 134 rehenes que tiene en su poder a cambio de alguna exigencia asumible por los israelíes. Al mismo tiempo, Blinken estaba ayer en Tel Aviv para conseguir la conformidad de los israelíes. La impresión era positiva, pero nada garantiza que todo encaje al final.
Aquí es donde hay que mencionar Rafah, la localidad del sur de la Franja de Gaza que el ejército israelí tiene rodeada. Los israelíes creen haber destruido ya 18 batallones de Hamás en toda Gaza. Si esto fuese así (y no hay forma de saberlo), quedarían poco más que los cuatro batallones que se cree que Hamás tiene en Rafah. Desde el punto de vista humanitario, o simplemente humano, el argumento para cancelar esa ofensiva contra Rafah es evidente: allí se agolpan casi millón y medio de personas desesperadas al borde de la hambruna. Pero, para acordarse, el alto el fuego tiene que tener incentivos para los dos bandos. El incentivo de Hamás está claro: si pudiese preservar esos dos batallones íntegros y una parte de su cúpula, le será más fácil reconstruir sus fuerzas más adelante. Por su parte, el Gobierno israelí cree que podría asestar ahí el golpe definitivo a Hamás, aunque la experiencia del norte de la Franja, donde resurgen los combates a pesar de que el ejército lleva meses allí, revela que lo definitivo es una quimera. La liberación de los israelíes secuestrados inclinaría la balanza hacia la tregua, siempre y cuando el precio no le parezca inasumible al Gobierno israelí y Hamás decida que no puede sacar más partido ya a esa baza.
Comentarios