«No estás sola», el documental: lo que no se contó del caso de la Manada
ACTUALIDAD
Netflix da la versión de quienes nunca habían hablado, los hechos probados
01 mar 2024 . Actualizado a las 11:10 h.Pensará el espectador que nada nuevo va a encontrar en una historia repetida hasta la saciedad, en un suceso — el de la violación múltiple en un portal de Pamplona durante los sanfermines del 2016 y todo lo que posteriormente desencadenó— revisado ya del derecho y del revés. Y resulta lógico partir desde esa posición: la sociedad sufrió un incansable bombardeo informativo que acabó replegándose en goteo, pero que nunca cesó, porque —aunque también nos fatigue esta otra cantinela— aquel caso cambió la forma de entender la violencia sexual y —lo más importante— la manera de juzgarla. Puede además antojarse oportunista un documental sobre la Manada que se estrena a una semana del 8-M y solo ocho días después de hacerse pública la sentencia de Dani Alves, que enmendó todo lo que estaba mal en la de Navarra y que supone el primer caso mediático que evidencia que sí, el «solo sí es sí» sirve de algo, como mínimo para que el tratamiento que hoy se le da a las víctimas sea otro. Alrededor de esto precisamente orbita No estás sola: la lucha contra la Manada, que hoy estrena Netflix, alrededor de la versión de las supervivientes, de lo que en su día no se contó.
Al ser aquel un proceso secreto y en marcha, únicamente se le dio voz al relato de los agresores, interesado y —tal y como quedó probado— distorsionado. Entonces todavía había cosas que no podían nombrarse; la herida era reciente, de difícil comprensión, sangraba y estaba expuesta, señalada, sobada en cada tertulia. Hoy, cuando España ya es otra, Almudena Carracedo y Robert Bahar remueven lo ocurrido, miran atrás —al asesinato de Nagore Laffage tras el chupinazo del 2008— y, también, a un lado y al otro: a quién estuvo, acompañó, sostuvo y comprendió, a quien pasó por lo mismo.
Se turnan así en el documental los testimonios de la primera policía que habló con la víctima en el banco donde una pareja la encontró llorando de madrugada; del agente de la Policía Foral de Navarra que repasó de pe a pa los chats de Boza, Escudero, Cabezuelo, Guerrero y el Prenda, metiéndose en sus vidas —«conocía sus expresiones, conocía todo»—; de la chica de Pozoblanco a la que grabaron semiinconsciente en un coche en marcha, practicándole tocamientos; de la asistente social que, tras la agresión, acompañó durante días a la de Pamplona en un apartamento. «Le planteé llamar a sus padres para contarles lo ocurrido. Llamó, pero no pudo. Se bloqueó, empezó a llorar. "Lo siento", dijo. Y al final fui yo la que hablé con la madre. Habían oído cosas, porque había salido en la televisión, y pensaron: "¿No será mi hija?"». Lo era.
Asistir a estos 102 minutos no es fácil ni cómodo, requiere entereza. Y no porque muestre imágenes explícitas. Rodado desde la rigurosidad y el respeto, se ahorra detalles retorcidos y trucos para impresionar; basta lo que pasó —y la mecha que prendió—, no es necesaria la casquería para provocar el estremecimiento. Tengan a mano el mando para darle al pause y coger aire cuando la cámara entre en el portal; cuando repique la risa de hiena de un tipo que perfectamente podría ser su primo, su compañero de trabajo, su novio, su hijo; cuando la pantalla se tiña de violeta al grito de «hermana, yo sí te creo».
Al recolocar las piezas, Carracedo y Bahar no solo dejan en evidencia un sistema —y una mirada— que permitía sistemáticamente que ciertas cosas sucediesen; también enfocan el volantazo. La Manada movió de casilla la culpa. Que no era nuestra, que no era mía. Ni —tampoco— de dónde estaba ni de cómo vestía.