La primera conclusión del primer cambio de ministros de la legislatura —39 días después de arrancar, por cierto— es que Pedro Sánchez empieza a copiar a Alberto Núñez Feijoo. Lejos de los fichajes estrambóticos de astronautas, presentadores de magazines y activistas del llamado «Gobierno bonito» surgido de la moción de censura, el líder socialista ha echado mano del manual de política para adultos del gallego y tirar de un colaborador del segundo nivel de su equipo para asumir la delicada área de Economía tras la marcha de Nadia Calviño al bien remunerado, pero escasamente influyente, sillón del Banco Europeo de Inversiones.
El tercer Ejecutivo de Sánchez no ha hecho sino aumentar el poder del presidente y su equipo directo de Moncloa sobre un gabinete que afronta una legislatura de extrema debilidad por los intereses contrapuestos de sus aliados nominales. Así, en su última toma de decisiones ha primado la decisión de blindar a los que han sido sus ministros, más allá de su desempeño o de las críticas recibidas tanto dentro como fuera del PSOE. Véanse los casos de Fernando Grande-Marlaska, en Interior, o Margarita Robles, en Defensa. Sus carteras eran especialmente codiciadas por los aliados de Sumar y los independentistas, pero ambos mantienen su interlocución directa con el presidente. Su lealtad con Sánchez les lleva a renunciar a muchos de los principios de los que han hecho gala a lo largo de sus carreras. Y esa capacidad de «cambiar de opinión» —entiéndase el lenguaje sanchista— les garantiza la permanencia.
Y a los que se han quedado sin cartera, siempre les quedará un hueco en la inagotable cartera de puestos pagados con dinero público que maneja Moncloa. Ahí tenemos los casos de Héctor Gómez, más efímero ministro que portavoz socialista incluso, recolocado como embajador ante la ONU. O Miquel Iceta, que pasó en dos años por dos ministerios, con escaso éxito, y ha acabado como embajador ante la Unesco en París en uno de los puestos más cotizados de la carrera diplomática al que él, por cierto, no pertenece. Hasta Carmen Montón, que fue titular de Sanidad una semana antes de dimitir por plagiar un trabajo universitario, han encontrado acomodo en Nueva York, en la ONU.
Otros, como Raquel Sánchez, disfrutarán de una de las plazas mejor remuneradas de la Administración, presidenta de Paradores, apenas un mes después de dejar el Ministerio de Transportes. Pero de los últimos retoques de Sánchez, lo que más llama la atención es la capacidad para recuperar a antiguos altos cargos que todos daban por amortizados, como el exministro de Cultura José Manuel Rodríguez Uribes, repescado para dirigir el CSD, al astronauta Pedro Duque para ocupar la presidencia de Hispasat, o al ex secretario de Comunicación Miguel Ángel Oliver, que desembarcó en la presidencia de la agencia Efe.
Para tiempos de trinchera política, Sánchez parece haber elegido la bunquerización con los suyos. Pena de diálogo.
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