La mitad de los 48 millones de españoles no habían nacido cuando se aprobó la carta magna
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Es lo más valorado de la democracia, pero no se conoce lo suficiente
07 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.La mitad de los 48 millones de españoles no habían nacido cuando se aprobó la Constitución. El 6 de diciembre de 1978 fue ratificada en referendo con 15,7 millones de votos a favor (87,78 %) y una participación del 58,97 %. Solo los ciudadanos que ahora tienen más de 63 años pudieron votarla.
Según datos estadísticos, se puede inferir que el 16,2 % de los habitantes actuales, poco más de uno de cada seis, acudieron a las urnas, y que únicamente el 14,9 % respaldaron con su voto la Constitución. Cuarenta y cinco años después, es el elemento de la democracia española mejor valorado por los españoles, según una reciente encuesta del CIS, con una nota de 6,59 sobre 10, y el único que aprueba.
La carta magna, que concitó un amplio consenso, es invocada ahora como arma arrojadiza por los dos principales partidos políticos. Los socios de Gobierno de Pedro Sánchez no la reconocen como propia, mientras que el aliado de Alberto Núñez Feijoo, Vox, rechaza aspectos fundamentales de ella, como el Estado de las autonomías, y ayer boicoteó el acto en el que se le rindió homenaje.
Conocimiento insuficiente
Pero ¿los españoles conocen suficientemente bien el texto que ha sido la clave de los mejores años de nuestra historia contemporánea? Xavier Arbós, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, estima que no, pero añade que eso se puede corregir con información. Lo que más le preocupa es que «no se percibe su significado: un marco de convivencia en libertad». Y concluye: «Si no reconocemos la importancia de la Constitución, aun criticándola, estamos debilitando la democracia». La politóloga Carmen Lumbierres coincide: «En general, la ciudadanía no conoce el contenido de la Constitución, la mayor parte de la divulgación se ha hecho sobre el título preliminar, que sintetiza los principales rasgos del Estado democrático, y el título I, de los derechos y libertades de los ciudadanos». Pero, «en aquellas partes que afectan a la estructura institucional del país, el conocimiento es mucho más difuso, y hay un gran desconocimiento del título VIII, dedicado a la organización territorial del Estado, bastante confuso de por sí».
Explicar sus valores
Lumbierres asegura que «sigue faltando una educación para la ciudadanía, o bajo el nombre que se le quiera dar, que explique el sistema político en el que vivimos, los valores democráticos y constitucionales». Miguel Ángel Presno, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, va un paso más allá: «En no pocas ocasiones no la conocen bien los que tienen encomendada la función constitucional de desarrollarla legislativamente o de aplicarla en los diferentes ámbitos de poder estatal, autonómico y local». Cree que «su contenido tendría que explicarse de manera detallada, cuando menos, en la educación secundaria».
Carlos Barrera, director del Máster de Comunicación Política y Corporativa de la Universidad de Navarra, señala que es necesaria una labor didáctica para «hacerla entender, porque enfrentarse en crudo a ella es demasiado laborioso, incluso contraproducente; habría que indicar también sus desarrollos, porque la Constitución no deja de ser un marco de convivencia y, en bastante cuestiones, un simple pistoletazo de salida; por ejemplo, en el modelo territorial y el Estado autonómico». Arbós aboga por explicarla y enseñar sus valores, y cree que «lo mejor es ponerla en perspectiva histórica, porque así se comprende su importancia».
El mejor rendimiento
«Puede que no sea una Constitución perfecta, pero ha tenido mejor rendimiento que cualquiera de sus predecesoras», sostiene. «Y sus valores se muestran destacando el consenso del que nace, en contraste con las luchas fratricidas del pasado», explica.
Para Presno, «probablemente se utilice como arma arrojadiza porque no se conoce bien y se hace aparecer como constitucional o inconstitucional algo que no necesariamente lo es». Arbós asegura que «conviene recordar que tenemos una Constitución que se puede reformar, y no son más constitucionalistas los partidos que no quieren que se modifique; son tan constitucionalistas los que quieren cambiarla como los que quieren dejarla como está».
Utilización partidista
Barrera defiende que «hay que quitarle dramatismo a esa presunta utilización partidista de la Constitución; es algo casi connatural, debido a que dejó bastantes puntos al libre desarrollo por parte de los legisladores posteriores».
Lumbierres considera que, en el escenario político actual, «cualquier situación, acto o regulación es ahora utilizado como arma arrojadiza en esta política hipercompetitiva; los símbolos, la Jefatura del Estado, hasta las víctimas —de la guerra civil, del franquismo, del terrorismo de ETA, del yihadismo—, son usados para, en lugar de utilizar argumentos en la confrontación, acudir al trazo grueso».