Argentina se atreve con el experimento Milei
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Pocos pueblos saben tanto de economía como el argentino, convertido en una nación de expertos escaldados por décadas de inacabables crisis económicas, corralitos, devaluaciones y cifras de inflación que parecen resultados de partidos de baloncesto. Era una anomalía, por tanto, que nunca un economista hubiese presidido este país cuyo nombre alude precisamente a la plata. Ahora se corregirá esa anomalía, aunque sea a costa de introducir otras nuevas. Porque Javier Milei es, desde luego, una anomalía, para bien y para mal. Lo es, entre otras razones, porque desafía la historia política argentina, reducida a una sucesión de variantes de esa ideología sin forma que es el peronismo, con el paréntesis trágico de la dictadura y el decepcionante de los gobiernos cívico-radicales y de centroderecha, durante los que Raúl Alfonsín se vio asfixiado por la tutela de los militares y Mauricio Macri por la hostilidad del establishment peronista. No es que Milei sea algo absolutamente nuevo (su populismo recuerda algo al de peronismo, de hecho), pero ese avatar anarcoliberal que se ha inventado está cuidadosamente pensado para no dejar dudas a los votantes de que lo que están eligiendo es un cambio. «Liberal» le distancia de los peronistas; «anarco» le separa del centroderecha.
Sin embargo, y al margen de extravagancias, qué tipo de cambio quiere Milei está más o menos claro: una desestatalización de la economía y una resolución rápida de la inflación para mejorar el nivel de vida. Cómo de profundo vaya a ser ese cambio es ya otra cuestión.
El triunfo holgado en las presidenciales le otorga una enorme legitimidad, pero por lo demás Milei carece de base política. Su movimiento La Libertad Avanza tiene una presencia casi simbólica en el legislativo, no tiene ningún gobernador y no cuenta con el apoyo de Buenos Aires, donde el peronismo defiende sus cuarteles de inverno. Milei, en definitiva, es un ideólogo solitario que tendrá que apoyarse en la derecha convencional de Bullrich y Macri, lo que le obliga a rebajar el tono de muchas de sus promesa e ideas. Lo ha venido haciendo en estas últimas semanas, en las que ya no hablaba de la liberalización de la venta de órganos, ni de la legalización de las armas, que probablemente nunca fueron más que chascarrillos de campaña para llamar la atención.
Ese pacto con Bullrich y Macri que le ha proporcionado la victoria, debería forzarle ahora a cambiar ese personaje del «loco de la motosierra» por otro que encarne la dignidad de la presidencia de la República argentina. La lista de ministros nos dará la pista de si es así y la prueba definitiva será la economía, con la dolarización como su gran propuesta. Él ha puesto el listón absurdamente alto, prometiendo que volverá a hacer de Argentina un país rico. Seguramente, ningún argentino espera tanto. Conque Argentina no siga descendiendo en la espiral en la que se encuentra ahora, sería suficiente. Si no lo logra, Milei pasará a ser otro paréntesis más en la monótona recurrencia de las distintas familias del peronismo.
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