«Yuri Gagarin tenía la mejor sonrisa, por eso lo eligieron para ser el primer hombre en ir al espacio»
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«No era brillante en nada, pero era bueno en todo». La figura del primer hombre que viajó al espacio es aún hoy enigmática por el secretismo que rodeó a la carrera espacial de la Unión Soviética: una apasionante historia que narra el escritor británico Stephen Walker en su libro «Más allá»
17 nov 2023 . Actualizado a las 13:11 h.Recuerda Stephen Walker que «no hay nada más fantástico que la realidad» y, aunque suene a tópico, ni mucho menos lo es en la historia en la que se adentró en los últimos años: la del primer hombre que viajó al espacio. El escritor y cineasta británico viajó a Rusia con el propósito de preparar un documental y allí tuvo acceso a numerosos documentos que estuvieron clasificados durante décadas. También habló con muchos de los personajes que rodearon a Yuri Gagarin en esos meses frenéticos en los que se convirtió en un icono de la Unión Soviética y del mundo entero. Aquel proyecto audiovisual no llegó a hacerse realidad, pero todo el material permitió a Walker escribir Más allá, un apasionante libro sobre la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La editorial Capitán Swing acaba de sacar la edición en español y se ha traducido a otros siete idiomas, aunque el próximo año sale la más esperada para el autor: la edición en ruso.
—Naciste días después de que Gagarin fuese al espacio, ¿recuerdas la primera vez que oíste hablar de él?
—La verdad es que la primera imagen que tengo del espacio es a los 8 años cuando los humanos llegaron a la Luna. Estaba con mis abuelos y recuerdo que para ellos fue algo extraordinario; habían nacido en una época sin coches, sin tecnología. Tengo en la mente esa televisión en blanco y negro y unas imágenes borrosas, realmente no entendía muy bien lo que estaba pasando, qué era aquello que impresionaba tanto a mis abuelos.
—¿Cuándo empezó tu pasión por la historia espacial?
—Siempre me ha interesado volar, me intriga mucho eso de dejar la Tierra, aunque solo sea por unos miles de metros. Tengo licencia de piloto privado y he hecho muchos viajes, bastantes por España. Ese es el núcleo de mi pasión. Pero la razón por la que llegué a escribir el libro fue porque quería aprovechar todo ese material al que conseguí acceder sobre la carrera espacial. Encontré informes que no había visto nadie antes, me encantó conocer a la hija y a la sobrina de Gagarin, y a muchas otras personas que fueron protagonistas de este hecho histórico, pero que nunca habían contado su experiencia a nadie, nadie les había preguntado.
—¿Sigue habiendo archivos que no han salido a la luz?
—Creo que sí, hay muchos que se han perdido y creo que también hay otros que siguen siendo secretos. En la investigación descubrí cosas que nadie sabía, y aun así me quedó la sensación de que hay más; sobre todo en torno a la muerte de Gagarin, sobre la vida y muerte de Serguéi Koroliov, el padre de la nave espacial en la que viajó; y sobre los riesgos que suponía el viaje. Porque los soviéticos corrieron muchos riesgos, hicieron un gran esfuerzo para llegar al espacio a toda costa.
—Tengo la sensación de que tu libro también es un homenaje a los que quedaron en un segundo plano: esos animales cobaya, los cosmonautas en la reserva o esos ingenieros, especialmente a Koroliov. ¿Era tu intención?
—Por supuesto, nunca se habla de ellos. En San Petersburgo encontré a un matrimonio de 80 años, los dos ingenieros, que de jóvenes participaron en aquel vuelo. Nunca habían contado su historia. Compartieron sus memorias, su entusiasmo, me transmitieron un calor y una calidad humana increíble.
—Citas a unas cuantas mujeres, aunque ninguna estuvo entre las aspirantes a aquel primer vuelo...
—En ese aspecto la Unión Soviética estaba más avanzada que Estados Unidos, había mujeres pilotos en los años cincuenta y estaban bien cualificadas para participar en este programa espacial. No tuvieron oportunidad porque la URSS quería un hombre blanco. Pero sí hubo mujeres soldados de combate, pilotos en la Segunda Guerra Mundial. La primera mujer que fue al espacio fue rusa, en 1963, veinte años antes de que lo hiciera la primera estadounidense. Pude entrevistar a la médica de Gagarin, que también fue la responsable de todas aquellas perritas que fueron al espacio antes que él; una señora formidable que estaba llena de amor por esos cosmonautas y también por esos animales.
—¿Qué fue lo que llevó a Gagarin a ser el elegido: su carácter, su formación o su ideología?
—¡Su sonrisa! Creo que al final se redujo a eso. Él no era brillante en nada, pero era bueno en todo. Era un momento crucial y la URSS necesitaba dar una buena imagen. Y Yuri Gagarin era encantador, guapo, atractivo y tenía una gran sonrisa. Era el soviético ideal para dar la imagen que querían dar al mundo.
—Y en toda tu investigación, ¿no le encontraste ningún defecto?
—Gagarin era un poco adulador, un pelota que diríamos ahora. Parte de la clave para que fuera el elegido estuvo en la relación que consiguió tener con su jefe; sabía que debía convertirse en un especie de hijo para Koroliov. De hecho, hubo un gesto que encandiló a este, cuando Yuri se descalzó como señal de respeto al entrar en la nave espacial Vostok que le iban a mostrar. Y desde ese momento se creó un amor recíproco entre los dos que fue lo que hizo que Yuri tomara ventaja.
— Y sin embargo, después de aquel viaje empezó su decadencia. ¿Crees que le costó más asimilar el cambio en su vida al propio vuelo espacial?
—Sí, el vuelo espacial lo cambió todo y el reto no empezó al despegar, sino cuando aterrizó. Se convirtió en un mito, en un semidiós. Era más famoso que los Beatles y no supo adaptarse a ello. Murió por dentro, empezó a tener problemas con el alcohol, con su matrimonio, engordó… No le permitieron volver al espacio por si moría allí y lo redujeron a la Tierra.
—La URSS ganó la carrera espacial manipulando la información, ¿Podría hoy un país hacer lo mismo?
—Ahora estamos en otra era mediática, aquella era más inocente. Entonces había un único canal de radio en la URSS, hoy eso sería imposible. Pero en estos momentos somos las personas las que debemos orbitar en las fuentes que nos parecen más fiables para escapar de las fake news.
—Y no solo del lado ruso se ocultó información, ¿cómo pudo EE.UU. esconder el pasado nazi de Von Brown, el diseñador de sus naves?
—La sociedad americana desconoció durante muchos años el pasado de Von Brown y de más de cien científicos nazis que emigraron para construir misiles. A la CIA le daba igual porque necesitaba armamento para enfrentarse a la URSS y asegurarse la victoria en caso de una tercera guerra mundial. Sin embargo, tras el viaje a la Luna empieza el desinterés por la carrera espacial, y es cuando empieza a salir a la luz esta información. Mi madre estuvo a punto de morir de adolescente en un bombardeo con misiles diseñados por él en Londres, así que es una figura que tengo muy presente. Pero también me fascina ese duelo que mantuvo con Koroliov, los dos padres de las primeras naves que viajaron al espacio tienen más vínculos: uno utilizó mano de obra esclava de campos de concentración para fabricar misiles, mientras que el otro sobrevivió a uno de esos campos en Siberia.
—Lo explicas muy bien en el libro: «Gagarin pudo contemplar la belleza del planeta montado en un misil diseñado para destruirlo». ¿Hubiera sido posible esta hazaña de no haber sido precedida por la gran guerra?
—La Segunda Guerra Mundial cambió la tecnología. Yo creo que la carrera espacial hubiera ocurrido, pero no de forma tan acelerada. Después, en los años ochenta, perdió interés, nadie quería gastar el dinero en el espacio.
—Rusia logró llegar primero, pero al final parece ser más famoso el viaje a la Luna. ¿No te parece un poco injusto?
—Creo que la llegada a la Luna atrapó la imaginación del planeta entero, empezando por la de mi abuelo y la mía misma. Era la siguiente etapa de esta aventura espacial y los medios de comunicación tuvieron bastante que ver en eso, además, de la decisión del Gobierno estadounidense de relatar cada uno de los detalles de aquel viaje. Fue un riesgo, pero les salió bien. Mientras, en la URSS seguían escondiendo los fracasos porque eran como una humillación.