A António Costa no le quedaba otro camino que la dimisión. Si tenía alguna duda, la conversación que mantuvo ayer con el presidente de la República, su amigo personal (aunque no afín ideológicamente) Marcelo Rebelo de Sousa, terminó por disiparla, porque Costa anunció su renuncia inmediata. No podía ser de otro modo, habiendo sido imputados por corrupción ministros de su Gobierno, y detenidos su jefe de gabinete y un empresario que todo el mundo sabe que es el mejor amigo de Costa desde los tiempos de la universidad. Aunque de momento no esté imputado él mismo, las sospechas sobre el propio Costa hacen pensar que lo estará pronto. Los detalles de la investigación todavía no se conocen, pero está claro que Costa, como mínimo, jugó con fuego al permitir que su amigo, el empresario Diogo Lacerda Machado, hiciese negocios con dinero público mientras lo mantenía en la cercanía del poder. Y fue una imprudencia mayor aún nombrar jefe de su gabinete a una persona con los antecedentes de Vítor Escária, que ya había tenido roces con la corrupción en el caso Galpgate. De hecho, Escária era uno de los hombres de confianza de otro primer ministro socialista, José Sócrates, que acabó en la cárcel por corrupción. Costa resultó ser entonces el hombre providencial para el Partido Socialista, el político con fama de buen gestor que, aunque no ganó las elecciones del 2015, logró contra todo pronóstico formar una mayoría de gobierno con la izquierda radical y la extrema izquierda. Y luego logró algo todavía más difícil: reducir el déficit y el paro, y convertir a Portugal en un ejemplo europeo de prudencia fiscal. Los portugueses premiaron este «pequeño milagro portugués» otorgándole una mayoría absoluta en enero del año pasado que ahora entra en crisis. Y de repente vuelve el espectro de Sócrates; no el filósofo sino el político.
Toca al presidente Rebelo de Sousa decidir si le da otra oportunidad al Partido Socialista, encargándole un nuevo gobierno a otro de sus líderes. El calendario del presupuesto así lo aconsejaría. Pero es mucho más probable que decida llamar a los portugueses a las urnas. Pesan sus propias palabras, cuando hizo su encargo a Costa y dijo que aquella era una mayoría exclusivamente suya. Por otra parte, la política de Costa era tan heterodoxa dentro de su partido que sería difícil encontrar un candidato a sucederle que no haya criticado esos presupuestos generales. En un par de días sabremos la decisión de Rebelo de Sousa. Si finalmente opta por las elecciones anticipadas, la suposición generalizada es que las ganaría el Partido Social Demócrata (PSD, que, a pesar de su nombre, en Portugal es un partido de centroderecha). Ya antes de este escándalo, las encuestas de octubre indicaban un giro a la derecha en el electorado portugués, aunque el PSD aparecía empatado con el Partido Socialista y ambos muy lejos de la mayoría absoluta, lo que obligaría al PSD a buscar alianzas con otras fuerzas del centro y la derecha, e incluso quizás de la derecha radical representada por Chega. António Costa, el hombre famoso por su afición a completar puzles, ha legado al país uno que lo tendrá entretenido durante un tiempo.
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