La nueva y vieja geopolítica del conflicto palestino-israelí
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La geopolítica del conflicto palestino-israelí, durante gran parte de su historia, era simple. Israel tenía el apoyo de Estados Unidos. Los países árabes que apoyaban a los palestinos, en su mayor parte dictaduras de corte más o menos socialista, contaban con la Unión Soviética. Por su parte, las monarquías absolutas del golfo Pérsico, aliadas de Washington salvo en esto, utilizaban la amenaza del embargo de petróleo para castigar a Europa por su apoyo al Estado hebreo. Ese apoyo estaba lejos de ser uniforme. Países como la República Federal Alemania o Francia eran declaradamente proisraelíes; otros, como España, no tenían siquiera relaciones diplomáticas con Israel, mientras que la mayoría hacían equilibrios. Existía ya entonces una «internacionalización» del conflicto como la que intenta impulsar ahora Hamás. Esta se daba en forma de atentados y secuestros aéreos en Europa, protagonizados no solo por las organizaciones de la OLP, sino incluso por grupos de la extrema izquierda europea. En definitiva, y aunque nacido justo antes, era un conflicto que se inscribía fácilmente en los parámetros de la Guerra Fría.
La trágica crisis actual permite observar cómo ha cambiado esta geopolítica, en algunos casos tan solo de forma sutil, en otros de forma radical. Pero también es interesante comprobar cómo esos cambios tienden a llevar al mismo lugar. El movimiento palestino está ahora, en la práctica, encabezado por un movimiento islamista, Hamás, que, aunque también nacionalista, recurre a una retórica religiosa y ultraconservadora, dejando atrás el lenguaje revolucionario de la OLP característico de las décadas de 1960 y 1970. A pesar de ello, la Rusia de Putin, heredera de una URSS que ya no existe, se pone igualmente de su lado por puro interés coyuntural: Hamás, apoyada por Irán, ha pasado a formar parte de la coalición que tiene por enemigo a Estados Unidos y, por extensión, a sus aliados, como Israel. El papel que jugaba la socialista Siria anteriormente, el de pequeña potencia militar con capacidad para amenazar la frontera norte de Israel, lo juega ahora la ultrarreligiosa Irán a través de su milicia aliada en el Líbano, Hezbolá, una organización de corte islamista como Hamás.
También en Europa una larga evolución ha conducido al mismo lugar. Como en tantos otros asuntos internacionales, el esfuerzo por hablar con una sola voz hace que la UE tenga dificultades para articular un mensaje con sustancia y sus declaraciones públicas se quedan a menudo en fórmulas de compromiso que remarcan lo obvio. Los países que quieren mostrarse más enérgicos se desmarcan de ese consenso y hablan o actúan por su cuenta, reproduciendo, más o menos, las viejas líneas de su política exterior en este asunto (Alemania y Francia, claramente a favor de Israel; otros países, menos). Las ideologías van pasando y van cambiando, pero los argumentos del debate sobre Oriente Medio se repiten, casi con las mismas palabras y los mismos eslóganes que cuando comenzó allá en la década de 1940. Se diría que una de las maldiciones de este viejo conflicto irresoluble consiste en que, incluso cuando cambia con tiempo, permanece igual.
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