Mohammed Al-Faisal, destacado miembro de una dinastía saudí, es ya el principal accionista de la estratégica empresa española
17 sep 2023 . Actualizado a las 08:48 h.Hay quien dice que la mejor manera de irse es sin decir nada. Con los zapatos en la mano para que no se escuchen los pasos y cerrando la puerta con sigilo. Que quienes lo hacen avisando, en realidad no quieren irse. Que lo que quieren es que los detengan y les pidan que se queden. Puede que tengan razón. Claro, que también los hay que llegan sin anunciarse. De sopetón. Para sorpresa de todos. Eso último es precisamente lo que han hecho los saudíes con su desembarco en Telefónica. Nadie los esperaba. Pero ahí están. Y de la discreción con la que orquestaron la maniobra ya nada queda. Todo es revuelo. Y con razón. No es habitual que un Gobierno irrumpa de esa forma tan abrupta en el accionariado de una empresa estratégica de un país amigo. Ellos mantienen que lo han hecho de esa manera porque no querían que nada se filtrase al mercado. Eso, y que vienen en son de paz. Que respaldan la estrategia y al equipo directivo del grupo español. Ni por esas han logrado evitar la polémica.
Meses han estado trabajando en Saudi Telecom Company (STC), grupo controlado por el fondo soberano de Arabia Saudí, para hacerse con el 9,9 % del capital de la operadora española. A la chita callando. Sin que nadie se percatase. Dos mil millones de euros se han gastado en convertirse en su principal accionista. Será por petrodólares.
Detrás de una operación a la que todavía le falta el plácet de un Gobierno ahora en funciones, pero tan dividido como casi siempre —Yolanda Díaz ya ha dejado claro que no está por la labor de extender la alfombra roja para los saudíes, sino más bien todo lo contrario—, un hombre: Mohammed K. A. Al-Faisal (1967), a los mandos de Saudi Telecom desde el 2018. Príncipe, cómo no. Uno de los cientos que gobiernan el principal país del golfo Pérsico a las órdenes del rey Salman bin Abdulaziz y su heredero al trono, Mohammed bin Salman.
Nieto de Abdulá bin Faisal, el hijo mayor del rey Faisal que dirigió varios ministerios a mediados del siglo XX, es licenciado en Ingeniería Industrial por la Universidad Rey Fahd de Petróleo y Minerales y tiene un MBA en la Harvard Business School. Como es costumbre entre los miembros de la dinastía saudí, antes que en casa, desarrolló su carrera laboral fuera de las fronteras patrias. Trabajó para Citibank. En Nueva York y en Ginebra. Para luego desembarcar en el Saudi American Bank. Dirigió después el grupo Al Faisaliah. Y desde el 2015 ocupa un sillón en el consejo de administración de la filial saudí de JP Morgan.
Puede que a los amantes del fútbol les suene algo más. Estuvo entre los ejecutivos que ayudaron a Mohammed Alkhereiji, reconocido fan del Chelsea, a articular su oferta por el club inglés cuando las sanciones por la invasión rusa de Ucrania obligaron a Roman Abramovich a deshacerse del equipo de sus amores. Dos mil setecientos millones de libras ofrecieron por él. No tuvieron suerte. La palma se la llevó el empresario estadounidense Todd Boehly, copropietario del club de béisbol Los Angeles Dodgers, quien descubrió el potencial del fútbol cuando trabajaba de becario en el Citibank de Londres. Pero esa es otra historia.
Puede que tampoco esta vez le sonría la suerte y se tope STC con el veto del Gobierno a sus pretensiones. Y, por lo que pueda pasar, Al-Faisal se ha cubierto bien las espaldas. Será Morgan Stanley, el banco de inversión que ha preparado el asalto a la operadora, el que asuma las pérdidas en caso de veto. Petrodólares sobran, sí, pero tampoco es cuestión de ir por ahí despilfarrándolos.
.