Cómo el ejército ruso crea un desastre económico y medioambiental a gran escala en Ucrania

Glauber Senarega
Glauber Senarega REDACCIÓN / AGENCIAS

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Imagen de satélite que muestra los daños en la presa de Kajovka
Imagen de satélite que muestra los daños en la presa de Kajovka

Científicos y abogados ucranianos sostienen que la comunidad internacional debe exigir compensaciones a Rusia por sus atentados directos contra la naturaleza

17 jul 2023 . Actualizado a las 17:40 h.

La guerra en Ucrania no destruye solamente las ciudades y los pueblos donde habitan decenas de miles de personas inocentes, sino que también envenena la naturaleza y, de esta forma, genera estragos económicos adicionales. Aire, agua, suelo, biorecursos; no hay ni un solo componente del medio ambiente que escape a los efectos nocivos del conflicto. 

Ataque terrorista a la central hidroeléctrica de Kajovka

El primer día de la invasión, el ejército ruso capturó la central hidroeléctrica de Kajovka en la región de Jersón. Meses después, en la noche del 6 de junio del 2023, la presa fue volada.

«Los ocupantes rusos han cometido el mayor crimen de ecocidio», dijo por entonces el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. «La destrucción de la presa y el embalse es un golpe provocado por el hombre contra el medio ambiente, después del cual la naturaleza tendrá que recuperarse durante décadas».

En la Unión Europea, la destrucción de la central hidroeléctrica de Kajovka fue reconocido oficialmente como un crimen de guerra por parte de Rusia. Sus consecuencias conmocionaron al mundo entero. El embalse se encuentra en el territorio de tres regiones: Zaporiyia, Dnepropetrovsk y Jersón. Su longitud es de 240 km. Fue el más grande en términos de volumen en Ucrania. Contenía 18.200 metros cúbicos de agua que, al ser abruptamente liberados, arrasaron con todo a su paso y anegaron las dos márgenes del río, pero más especialmente la zona izquierda de Jersón al encontrarse sus casas en una cota más baja de terreno. 

Ahora, el embalse de Kajovka ya no existe. Las implicaciones ecológicas y socioeconómicas a largo plazo de esto son difíciles de evaluar, pero no pintan bien. Las aguas del embalse proporcionaban riego para casi todo el sur de Ucrania; concretamente, para el 94 % de la tierra agrícola en la región de Jersón, casi el 75 % de la de Zaporiyia y el 30 % de la de Dnepropetrovsk. En conjunto, este territorio producía casi el 80 % de todas las verduras de Ucrania. Incluso la península de Crimea se ve afectada, porque el embalse de Kajovka era el único que abastecía al Canal de Crimea del Norte. 

Cohetes, minas y cadáveres

La contaminación química de Ucrania es enorme. Los productos químicos y cancerosos que se liberan en el aire cuando los cohetes explotan envenenan todo aquello que tocan. El combustible de los proyectiles también es tóxico: los metales pesados y los compuestos ingresan al suelo y envenenan las aguas subterráneas.

Los misiles que golpean instalaciones y empresas estratégicas de la industria química aumentan el riesgo de catástrofes medioambientales a gran escala. El equipo militar roto y quemado que queda en los campos tampoco es seguro, pues se trata de restos de productos derivados del petróleo y chatarra oxidada. Las minas, tanto detonadas como sin detonar, también son extremadamente nocivas, porque los metales pesados que contienen son fácilmente acumulados por el suelo.

Ni siquiera los enterramientos de cadáveres en fosas comunes pueden considerarse seguros dado su potencial de cultivar y diseminar enfermedades. 

Ucrania documenta cada caso de daño ambiental. Docenas de grupos móviles de científicos y abogados ucranianos están trabajando en esto en estrecha colaboración con activistas extranjeros. Su objetivo es que la comunidad internacional exija compensaciones a Rusia, no solo por sus atentados directos contra las personas y la infraestructura, sino también por el velo de veneno, destrucción y contaminación que ha dejado a su paso en las llanuras, bosques y ríos del país.