Su incapacidad para defender los logros económicos condicionó el resto
11 jul 2023 . Actualizado a las 13:55 h.A Pedro Sánchez le pasó lo mismo que al Real Madrid de Florentino el 6 de marzo del 2002, la memorable noche del Centenariazo. Con todo a su favor para ganar, cuando se quiso dar cuenta iba perdiendo 0-2 y ya era demasiado tarde. El candidato socialista no se esperaba la salida en tromba de Feijoo, se puso nervioso muy rápido y perdió pie en el debate económico, que a priori parecía el escenario perfecto para presumir de gestión. En el toma y daca sobre el PIB, el paro o el IPC, fue incapaz de defender datos objetivamente positivos, y en cambio Feijoo supo interpretar que en este tipo de debates no cuenta tanto lo que dices, o su verosimilitud, sino cómo lo dices. De manera que le hizo una enmienda a la totalidad de la gestión económica, con datos cuestionables que Sánchez no supo desmontar y cuya falsedad no logró hacer patente.
La prueba de que el socialista no estaba cómodo fue que tuvo que recurrir en exceso a la frase «estoy muy tranquilo» cuando el popular le recomendaba que no se pusiera nervioso. Con todo, el gran error en el bloque económico fue no saber encapsular un argumentario creíble y, cuando tuvo tiempo para hacerlo, Feijoo utilizó una frase resultona: «No me va a enredar usted».
Cuando se pasó al debate de la política social, la violencia de género, los derechos del colectivo LGTBI, Sánchez jugaba en casa, y supo llevarlo a su terreno acusando a Feijoo de «claudicar ante el machismo de Vox». Seguía nervioso, pero supo disfrazar esa agitación de indignación, aprovechando que Feijoo evitó condenar la actitud de Vox en las concentraciones de repulsas por los últimos crímenes de violencia machista. En cambio, perdió una ocasión de oro para empatar el partido cuando desaprovechó el cierre del bloque hablando del aznarismo y las mentiras del 11M, hechos sucedidos hace casi veinte años. Fue un ejemplo, no el único, de que Sánchez llevaba en la libreta una serie de argumentos que tuvo que ir colocando con calzador a lo largo del debate, vinieran o no a cuento. Ocurrió en otro momento, cuando Feijoo le atacó con el Falcon, al recordar otro gran episodio del aznarismo, la foto de las Azores, cogido con pinzas y que, de nuevo, le habrá olido a naftalina a una buena parte de los espectadores.
El minuto de oro del debate no era en realidad el minuto final, en el que ambos candidatos echan una perorata enlatada que siempre suena hueca. El momento álgido del debate, al menos para el potencial electorado del PSOE, era ver cómo se defendía Feijoo de los acuerdos que ha firmado con Vox en las últimas semanas. Parecía sencillo, pero Sánchez lo complicó. Se enredo en exceso con un listado de altos cargos que el PP ha aupado a las instituciones, poniendo el foco en su lado más ultra, pero Feijoo se puso de perfil y no se dio por aludido. Además, Sánchez se complicó en un relato inerte, la insistencia en que Vox es un partido constitucional pero no constitucionalista. Típico argumento que los asesores introducen en una ficha y que es mejor no sacar. Y que, una vez sacado, el gran error es perseverar si ves que no se entiende.
Tampoco fue capaz de eludir dos trampas que le puso Feijoo. La primera fue equiparar los acuerdos parlamentarios puntuales a los que el PSOE ha llegado con Bildu a lo largo de la legislatura con los pactos de Gobierno que el PP está firmando con Vox. Era sencillo de verbalizar, pero no lo logró. Y la segunda fue el gran error de Sánchez, que marcó el debate y que se convertirá en argumento central de lo que queda de campaña y del tiempo restante hasta una eventual investidura: Feijoo le propuso, incluso llevaba un documento por escrito, que el segundo partido más votado se abstenga para que gobierne el primero, evitando así que Vox o Sumar entren en el futuro gobierno. Sánchez debería de haber llevado una respuesta preparada, porque no era la primera vez que el popular lo planteaba, pero no fue capaz de dar respuesta concreta, más allá de hacer referencia al pacto PP-Vox que impedirá un gobierno socialista en Extremadura.
En resumen, Feijoo utilizó un montón de datos que serán revisados por los verificadores, pero resultó creíble en su ataque. Sánchez, que en ningún momento estuvo presidencial, gastó muchas más energías en defenderse, y no fue capaz de rebatir los argumentos del rival, pese a que la mayoría eran esperables.