Silicon Valley no quiere mayores: así funciona el edadismo en la tecnología

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

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MARCOS MÍGUEZ

Uno de cada tres europeos afirma haber sufrido discriminación por su edad, que es especialmente acusada en el ámbito tecnológico: cumplir años se penaliza laboralmente en Silicon Valley y los diseños dejan a un lado a las personas mayores

01 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando se piensa en un gurú tecnológico vienen a la cabeza diversos nombres. Lo que los une a todos es que son jóvenes. El edadismo es la discriminación social más invisible que opera en estos momentos y es especialmente atroz en el mundo de la tecnología. Silicon Valley no quiere personas de cierta edad en las empresas tecnológicas y eso acaba permeando a toda la sociedad.  

Según la OMS, a escala mundial, una de cada dos personas discrimina a los mayores por su edad y, en Europa, una de cada tres personas reconoce haber sufrido edadismo. Las consecuencias, principalmente para las personas mayores, son graves para la salud, el bienestar y los derechos. Se asocia a una menor esperanza de vida, una salud física y mental más deficiente, una recuperación más lenta de la discapacidad, un mayor deterioro cognitivo y mayor aislamiento social. 

«Ser joven es relevante en una industria que se dirige hacia jóvenes y que nutre una cultura juvenil», explica Mireia Fernández-Ardèvol, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación, investigadora del instituto IN3 de la UOC y autora de un libro sobre el edadismo en el ámbito de la tecnología junto a Andrea Rosales y Jakob Svensson que lleva por título Digital Ageism. How it Operates and Approaches to Tackling it en el que colaboran una treintena de personas expertas.

Que lo digital es juvenil empezó a estar claro cuando los móviles se convirtieron en un producto de consumo popular. La tecnología móvil, al principio reservada a los grandes ejecutivos «explota es cuando llega a los adolescentes». El vínculo entre juventud y tecnología se nutre no solo de la juventud de los emprendedores de Silicon Valley (solo hay que pensar en Mark Zuckerberg o en Steve Jobs) sino que también se alimenta de que las personas jóvenes han sido las que más han innovado en el sector digital.

Con esos valores tan arraigados, la gente mayor queda olvidada. El grito de Carlos San Juan, que decía que es mayor, no idiota, fue un baño de realidad: la sociedad digital estaba excluyendo a un importante sector de la población, incapaz ya, por ejemplo, de operar con el banco.

Silicon Valley está impregnado también de ese estereotipo que entrelazada la creatividad, el compromiso con el trabajo y la innovación con la edad. Ocurren cosas como que cuando los trabajadores (también hombres) tienen hijos, se considera que dejarán de estar tan comprometidos con el proyecto. Que a partir de los 40 años ya no es posible ser tan buen programador, que te vuelves menos ágil y creativo.

No se aleja mucho de las condiciones del resto de mercados laborales, incluyendo el español, en los que cualquier persona mayor de 45 años es carne de paro de larga duración. «Esos valores también están en el mercado laboral. La diferencia es que en Silicon Valley se da antes y está mucho más marcado». 

Lo que ocurre también en la meca de las tecnológicas es que se cuida mucho que el empleado se vincule mucho con la empresa. Se pueden hacer actividades de ocio, hay zonas de descanso muy atractivas, hay una serie de beneficios... Todo lleva a pasarse allí el día, a que la vida social se haga en relación con el ámbito laboral. A que el el trabajo y la vida estén completamente mezclados y que se penalice el hecho de empezar a tener una vida fuera. 

«Eso hace que el ritmo y la forma de ser de esas empresas sea una cultura adulta joven, donde no pasa nada porque salgas de tu casa a primera hora de la mañana y vuelvas a las tantas de la noche», explica la investigadora de la Universitat Oberta de Catalunya

De nuevo, Mireia Fernández-Ardevol resalta que lo que pasa en Silicon Valley no dista tanto del mercado laboral español, en el que los más jóvenes, al incorporarse, lo dan todo y cuando llegan a cierta edad se han saturado o se dan cuenta de que es necesario equilibrar y empiezan a poner límites. 

¿Cuánto hay de verdad en esa creencia de que las personas mayores y la tecnología son incompatibles? No es verdad. No son incompatibles. «En nuestros estudios, vemos que no es la edad lo que lo explica». Es el mismo mecanismo que el del género: hay más hombres en estudios vinculados con la tecnología y más mujeres en estudios vinculados con cuidar de la gente. «Esto no viene dado por el sexo. Es la construcción cultural que dice que las niñas cuidan y que los niños pueden no cuidar».

A la edad se asocian otros estereotipos, una especie de profecía autocumplida que viene a decir que las personas mayores no pueden manejarse con lo digital, cuando no es cierto. «A mí hubo un tiempo en que las personas mayores me enseñaban cosas sobre WhatsApp», reconoce la investigadora. Porque tenían tiempo para explorar y para innovar: Porque les interesaba. 

 El peligro es que el edadismo en la tecnología se retroalimenta. Como no hay personas mayores en los equipos que diseñan las plataformas, los dispositivos y las aplicaciones, estas no tienen en cuenta la perspectiva de este colectivo, perpetuando la discriminación y el sesgo. Solo hay que ver la dificultad que entraña para mucha gente mayor operar con la banca online o descargar sus informes médicos.

«La banca online nunca se diseñó pensando en usuarios y usuarios con pocas competencias digitales», más bien al contrario: se orientaba a aquella clientela con elevadas competencias que reclamaba no tener que ir a la oficina. Pero llegó la pandemia y de pronto, la única vía era la digital. Y era una vía que discriminaba a la gente mayor.

«No se incorpora a las personas mayores en el codiseño de productos y es muy difícil incorporarlas a veces en estudios de mercado», porque se trata de un target caro. «No vas a ir a preguntar a esa gente porque te sale muy caro porque es un público difícil. Hay mucho estereotipo que lo único que hace es reforzar esa exclusión», afirma Mireia Fernández- Ardevol

El edadismo se sustenta en que las únicas personas relevantes para el sistema son las que tienen capacidad de producir. Y llegada cierta edad, la de la jubilación, se pasa a los márgenes. Lo mismo ocurre con quienes todavía no han entrado en la edad de convertirse productivos para el sistema. Pero ahí sí hay una diferencia: a la infancia y adolescencia sí se las ha dotado de las competencias digitales a través del sistema educativo. 

Internet es una tecnología de finalidades múltiples y «se conceptualiza como un una infraestructura que tiene que ver con la productividad». Y si tiene que ver con lo productivo tiene que ver con lo educativo. En su momento, hubo preocupación por cerrar la brecha digital, por que hubiese acceso a Internet en las escuelas. En algún momento van a ser productivos.  

Ahora mismo, la mayor brecha digital es por edad y hasta los 55 años, el 98 % de la población española está conectada a Internet. ¿Se puede reconducir? Sí: sensibilización, diseño universal y formación. Usar WhatsApp es sencillo. La banca online o la salud digital, más sofisticado. Por eso es fundamental la formación. Pero la formación tiene que ser la adecuada, la que se adapte a las necesidades de cada persona.

Es fundamental entender que todas las personas usan las tecnologías porque les son útiles en algún aspecto de su vida. Los datos del INE muestran que en los años 2020 y 2021 algunos usos digitales se incrementaron de forma importante «y algunos ya están cayendo porque ya no tienen sentido porque ya no hay confinamientos». Otros, como pedir cita en el médico o operar con el banco, se han vuelto básicos en la sociedad actual. «De todas maneras, cuando se trata de ese tipo de servicios públicos hay que tener en cuenta que hay que poner paralelos telefónicos o presenciales, porque eso es un derecho de ciudadanía», recuerda la investigadora.