Por qué hacerse selfis es bueno y no tiene que ver con la vanidad

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

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Una peregrina se hace un selfi con la imponente estatua de Vákner al fondo.
Una peregrina se hace un selfi con la imponente estatua de Vákner al fondo. Ana García

Dedicamos siete minutos diarios a sacarnos fotografías. Una investigación con más de 2.000 participantes revela que la perspectiva cambia la forma en la que nos relacionamos con ellas

26 jun 2023 . Actualizado a las 14:33 h.

Cada día, los más de mil millones de usuarios activos en Instagram publican 95 millones de imágenes, cumpliendo a rajatabla aquella predicción de Susan Sontag de los 70: «No sería un error hablar de una compulsión fotográfica». Convertir la experiencia en un modo de ver. De hecho, de media, pasamos siete minutos diarios haciéndonos selfis, que quizá se haya convertido en la perspectiva con la que se narra el siglo XXI.

Cuando Sontang hablaba de la compulsión fotográfica todavía faltaban décadas para la llegada de los smartphones y de lo que ya se conoce como la era del selfi, que se ha asociado una y otra vez a la cultura del ego. Pero sacarse fotografías a uno mismo quizá no tenga tanto que ver con la vanidad. A lo mejor es incluso positivo.

Al menos es lo que concluye una investigación publicada en la revista Social Psychological and Personality Science en la que se ha analizado cómo nos relacionamos con las fotografías dependiendo de la perspectiva: las que se hacen en primera persona (es decir, las que captan lo que vemos) y las que se hacen en tercera persona: en las que salimos nosotros.

Primera conclusión: no hay una obsesión con los selfis. La gente utiliza ambas perspectivas en las fotografías y de hecho, una recopilación de las imágenes de más de 7.500 usuarios de Instagram dejan un empate: el 49 % de las imágenes eran en primera persona y el 51 % en tercera. El 70 % de los usuarios tenían una imagen de cada entre sus entradas más recientes.

Segunda conclusión: elegimos una u otra perspectiva en función de cómo queremos conservar el recuerdo: las fotografías con la perspectiva de tercera persona (como los selfis) capturan más el significado que la acción concreta del momento. Un selfi con una amiga en la playa habla más de pasar tiempo de calidad con alguien a quien quieres que la fotografía de un atardecer, más centrada en un paisaje bonito.

«Aunque a veces la cultura popular se burla de las prácticas fotográficas, las fotos personales tienen el potencial de ayudar a las personas a reconectar con sus experiencias pasadas y a construir sus propias narrativas», explica el investigador principal de este proyecto, Zachary Niese, de la Universidad de Tubinga. 

Las fotografías personales tienen muchas funciones: permiten rememorar un momento pasado, crear la oportunidad de recodar con otras personas, transmitir algo significativo de la personalidad, los valores o los objetivos propios... Y según lo seis experimentos que ha puesto en marcha este grupo de investigación, la era de la sobreexposición a la imagen ha llevado a las personas a desarrollar una capacidad intuitiva sobre la capacidad de la perspectiva para capturar el significado o la acción del momento y además, la usan a su propia decisión. Es decir, se sacan una fotografía a sí mismas o usan lo que están viendo dependiendo de lo que quieren transmitir con esa imagen. 

En el primer estudio, se proponía a los participantes que eligiesen que tipo de fotografía tomarían en ciertas situaciones en las que el significado era más importante. Los resultados demostraron que cuando se trata de capturan la esencia, el significado de un instante concreto, la gente tendía más a utilizar la perspectiva de tercera persona. A incluirse en la imagen.

En otro experimento, en el que los usuarios miraban sus fotografías pasadas en Instagram, los participantes relataron que las imágenes en las que salían reflejados le traían más recuerdos del significado del momento. Y, de hecho, cuando a la gente se les pedía que eligiesen fotografías que tendiesen a capturar el significado, optaban por imágenes en tercera persona.

Una investigación anterior indicaba que cuando alguien mira fotografías de otra persona, las que están en tercera persona, como los selfis, llevan a pensar más en el significado del momento y hacen que las acciones sean descritas de forma más abstracta.

Y de hecho, es posible que igual que la perspectiva de las fotografías moldea la relación que tenemos con ellas y con los recuerdos que evocan, otras cuestiones fotográficas tengan el mismo efecto. Es posible que la gente elija filtros en blanco y negro para aquellas fotografías en las que quieren capturar el significado profundo del instante. 

«Las prácticas fotográficas de la gente tienen el potencial de servir a un motivo humano más fundamental para desarrollar y comprender nuestro sentido del yo, tanto en términos de las experiencias de nuestra vida como de su significado más amplio», explica Niese.

¿Es que hay una perspectiva mejor que otra? No, sentencian los autores de esta investigación, que alertan del peligro de inferir que las fotos tomadas de un modo son mejores que otras.

El estudio demuestra que la perspectiva más eficaz depende el objetivo de la persona en ese momento concreto. A veces se quiere captar un sentimiento o una conexión. A veces simplemente se quiere mostrar e lugar impresionante en el que uno está. 

A medida que las personas son más conscientes de sus objetivos al hacer foto y del papel que juega la perspectiva en ellas «pueden ser más hábiles a la hora de conservar recuerdos sobre los que reflexionar más tarde».

Como en todo, hay matices. Cada día se realizan en el mundo 92 millones de selfis, y aunque sirven principalmente para capturar el momento, la experiencia, el sentimiento, algo mucho más allá de la imagen, en algunos casos se convierten en un modo de aparentar y de alimentar el ego, lo que ha alertado a los especialistas en salud mental. 

Jordi Navarro, Coordinador Académico de Deusto Formación explica que hay personas que han llevado los selfis a «una obsesión por aparentar tanto físicamente como en relación al estilo de vida, hasta el punto de que muchas personas llegan incluso a someterse a operaciones con tal de encajar en un canon específico».

No es la primera vez que se abre el debate sobre los rasgos perfectos y las pieles sin defecto alguno que convierten las redes sociales en un catálogo de irrealidades que, sin embargo, se convierten en la aspiración de mucha gente, especialmente la más joven, frustrada por no poder alcanzar el nivel de perfección con el que son bombardeadas diariamente.

El informe Jóvenes y vulnerabilidad en entornos digitales revela que, de media, el grupo de edad entre los 18 y los 35 años dedica más de cuatro horas a las redes sociales, por lo que la concepción y exposición de uno mismo es crucial para muchos, que buscan la imagen perfecta con la que transmitir de ellos mismos y una estética concreta para sus redes sociales. 

Existe lo que se conoce como el fenómeno de los egobloggers, personas que utilizan las redes sociales y la imagen para alimentar su propio ego. Las redes sociales más populares entre la franja de población más joven, como TikTok, cuentan con paquetes de filtros que usan inteligencia artificial para modificar los rasgos faciales  y adaptarlos al canon hegemónico: labios más voluminosos, mandíbula más afilada, ojos más grandes pómulos más elevados. Es, literalmente, mirarse en una pantalla y no reconocerse. 

Las implicaciones psicológicas y sociales de este tipo de prácticas y el debate que han generado tienen ya su primer reflejo en la legislación y Francia ha promulgado normativa para regular la actividad de los influencers no solo en lo que a publicidad y promoción de productos se refiere. También tendrán que advertir si usan filtros de belleza en sus publicaciones.  «Lo haremos para limitar los efectos psicológicos destructivos que ejercen esas prácticas en los internautas, sobre todo entre los más jóvenes», decían desde el gobierno galo.