Con mi madre al fin del mundo: «Nunca me hizo un táper, pero es mi apoyo siempre y la mejor compañera de viaje»
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«Hemos llegado a andar 40 kilómetros al día», aseguran estas viajeras, que en casa reparten las tareas. Empezaron a correr juntas, las dos adoran los libros, saben seis idiomas y lo que es estudiar oposiciones. ¿Es posible hacer equipo con tu hijo? Sí, y no solo un día del año
13 may 2023 . Actualizado a las 21:51 h.Si madre e hija son equipo, parece que se hacen más ligeros la convivencia diaria, un viaje a China o andar 40 kilómetros en un día. Gloria y Marina, madre e hija, tienen un récord en caminatas, aprendieron alemán juntas y comparten la pasión por los libros, el running, los viajes y el movimiento en general.
Gloria, bibliotecaria desde hace un año en San Cibrao das Viñas, y Marina, tres veces premio a la Excelencia Académica que empezará en septiembre un máster sobre derecho europeo en Bélgica, tienen una diferencia de edad de 31 años, pero ese salto generacional se abrevia a la hora de viajar y compartir confidencias, de convivir y aprender. Las dos hablan seis idiomas y se entienden también sin palabras. «Ella es la persona más importante de mi vida. La que más quiero. La que más me ha cuidado y la que más se preocupa por mí a día de hoy», dice Marina de su madre. Completa declaración de amor para el Día de la Madre (que es todos los días).
Gloria la mira y asiente sin venirse arriba, con una templanza que domina el entusiasmo. «Tenemos la suerte de llevarnos bien, de hacer muchas cosas juntas —siguen las flores de Marina—. Veo que es difícil tener una relación tan cercana con tu madre. Estadísticamente, no es lo normal... En mi madre tengo una persona en la que apoyarme siempre. Sobre todo, cuando hay dudas sobre cómo enfocar mi futuro o cuando estoy ansiosa. Ella siempre me ayuda». Marina a su madre no se lo cuenta todo, pero valora no tener que esconderle cosas: «Algunas amigas le ocultan cosas graves a sus madres y me parece una carga. Está genial que mi madre me entienda, aunque seamos muy diferentes».
«Somos de generaciones distintas, y se nota, pero tenemos muchos puntos en común, gustos parecidos», dice Gloria, historiadora del arte que aprovechó el confinamiento para sacarse la oposición con los 50 cumplidos (así ganó la plaza de bibliotecaria en San Cibrao) mientras daba clases en una academia. Habla italiano, inglés, alemán, además de castellano y gallego, y empezó con el francés. ¿Secreto? Gloria piensa que no hay receta mejor que la motivación: «Vencer la pereza, no dejarse llevar por ella». Marina se aplica la máxima materna. Graduada en Derecho y ADE, ha hecho dos Erasmus y prepara una oposición a la Unión Europea.
Sus afinidades saltan a la vista. Coinciden en gustos en comer, en leer, en salir, en vestir. Las camisas, vestidos y pantalones que compran son para las dos. «Cuando nos vamos de viaje es útil; llevamos las mismas cosas y las intercambiamos», comenta Gloria.
Ellas se sienten equipo, en casa y cuando despegan.
Dos viajeras y un destino... o mil
Los viajes son un motor común. Saben perderse juntas, suelen coincidir en listas de prioridades y encajan los imprevistos con humor. Como diría Wilde, la vida es demasiado importante como para tomársela en serio. El primer viaje juntas (en plan adulto) fue a Londres, cuando Marina tenía 13. «Cuando yo era una niña, no teníamos los mismos intereses, claro...», cuenta. «Su padre y yo la llevábamos a las típicas vacaciones de playa», dice su madre. No olvidan el crucero que hicieron en familia por el Mediterráneo; Marina quería quedarse en el barco y sus padres exprimir el tiempo en cada puerto. «En Nápoles, ella se plantó y nos dijo: ‘Vosotros haced lo que queráis, yo me quedo en el barco, no pienso salir», cuenta Gloria. Ellos, encantados de pasar unas horas caminando cual adultos, y Marina, como pez en el agua de la piscina del barco (bajo la vigilancia del servicio de guardería). Ahora es la hija la que organiza las escapadas. Marina recurre a Skyscanner y tiene memorizados los destinos de Ryanair desde Santiago. En alojamientos, Airbnb y Booking son sus buscadores para viajar bien y barato. Los itinerarios los decide explorando cuatro o cinco blogs. «Lo dejo todo guardado en Google Maps y a partir de ahí hago itinerarios», revela. El que hicieron en diciembre a Egipto ha sido, de momento, el último viaje juntas. Para ellas, que prefieren viajar solas a su ritmo, la aventura por el Nilo y El Cairo fue «organizada de más». Les gusta el placer de perderse en los lugares que visitan para conocerlos de modo genuino. «Somos las dos muy madrugadoras, nos gusta ver un montón de cosas», comparte Gloria, y completa Marina: «... Y no tenemos problema en ir andando a todas partes». «¡Hay viajes en los que hemos andado 40 kilómetros al día!», apunta Gloria. «En Nueva York caminaste en tacones 40 kilómetros del tirón, la primera semana», le recuerda Marina. «Eran unos tacones bajitos».
Londres, Tokio, Budapest, Nápoles, Bruselas, Nueva York y Berlín están en su mochila compartida. A Berlín se fueron un verano a estudiar alemán cuando Marina tenía 16 años. En Asia se apañaron como pudieron, sin que ninguno de sus seis idiomas les echasen un cable. En China, con el mandarín, se entiende una «pobremente». «Para ir a la Gran Muralla tuvimos que coger tres buses, nada estaba en inglés y no había internet porque no teníamos VPN [un tipo de conexión para evitar bloqueos geofráficos]. Nosotras llevábamos en una hojita malamente apuntados los kanjis de cada parada...». Y llegaron descifrando sinogramas. «China fue el país más difícil. Coge un VPN antes de ir», recomiendan. «El último autobús que debimos coger para ir a la Gran Muralla fue especialmente crítico, porque se retrasó y llegaba como 40 minutos tarde. Estaba diluviando que flipas y un taxista nos intentó convencer de que el autobús no iba a pasar y de que solo podíamos ir en su taxi hasta la Muralla, que si no, no íbamos a llegar... Pero esperamos otros 20 minutos y llegó el bus», recuerda Marina. No quedará China en su memoria viajera por su hospitalidad. «La última noche en Pekín teníamos que ir al aeropuerto creo que a las seis de la mañana. Pedimos a la de recepción del hotel que nos llamaran taxi, pero nos dijeron que no... Aún no sabemos por qué, nos hicieron el gesto de no con el dedo», comenta Gloria. Se buscaron la vida y salieron.
Filipinas está, en cambio, en su top de lugares favoritos.
Comparten la idea de que la vida comienza cada año, cada día. «Mi madre me enseña que la vida no se acaba a cierta edad. Tiene energía... y más vida social que yo. A veces llego a casa de una cena con mis amigas y no está», cuenta Marina. Dicen que les viene de la abuela materna, que a sus 78 años va el gimnasio, juega al bádminton y no se pierde el café de amigas, además de cuidarlas a las dos.
«Igual que los tiempos cambian, las tecnologías avanzan y los tipos de familia son diferentes, me parece natural y también necesario un cambio al nivel padres-hijos. Cuando los hijos son pequeños, hay, por supuesto, una dependencia hacia sus padres. La cosa ha de cambiar cuando van creciendo. El modelo de relación donde la mujer da un ejemplo de independencia, de autonomía, de inquietudes, de seguridad, y deja atrás ese modelo anitguo de sacrificio extremo, es enriquecedor. Es un ejemplo para todo hijo e hija, ver además del referente en el padre y en la madre, que hay otras facetas que la de cuidador», apunta la psicóloga Alejandra Dotor, que sostiene esta observación con su propia experiencia de la maternidad.
Los años de crianza, no oculta Gloria, son duros, pero han superado con éxito la prueba de ser, de adultas, compañeras de piso. «Ahora que vivo en Ourense de lunes a viernes la echo mucho de menos», confiesa Gloria. Marina, que ahora vive con su abuela en A Coruña, volará a Leuven en septiembre rumbo a su futuro.
«La voy a echar muchísimo de menos. No sé si va a volver», expresa Gloria. Será otra etapa para aprender. Pero tienen ya algún plan de escapada en mente, que debe esperar a una operación de rodilla de Marina tras un accidente de esquí en uno de sus Erasmus.
Está bien que una madre sea alguien «con quien te gusta pasar tiempo». Que no sea solo esa persona que te saca las castañas del fuego en forma de táper de caldo o de lentejas... «Mi madre nunca me ha hecho táperes. Cuando me fui a Eslovaquia, a mucha gente del Erasmus la familia le mandaba cosas de España, como jamón o queso. Mi madre se negaba», cuenta. «No, nunca le mandé queso curado», ríe Gloria.
A correr también empezaron juntas. Ahora, Gloria corre un poco todos los días en San Cibrao, después de trabajar. Marina no puede por la lesión en la pierna, pero es una especie de instructora de su madre en el gimnasio, revela.
El amor de esta madre y esta hija tiene sentido del humor. «Nos reímos mucho la una de la otra, y mucho juntas», dicen. Han perdido vuelos, pero nunca las alas. Los viajes accidentados son, al final, los que más recuerdan. Vivir es superar contratiempos. Saber disfrutarlos, de nota.