El fundador de Bolt, una empresa emergente de tecnología financiera, pasa a engrosar el selecto grupo de ricos menores de 30 años
12 feb 2023 . Actualizado a las 10:15 h.No es que sea la historia de Ryan Breslow (Miami, 1994) muy diferente a las de otros gurús de la tecnología. Esos jóvenes —algunos ya no tanto— que —para bien o para mal, eso va en gustos— piensan, producen y venden la tecnología que está transformando la sociedad del siglo XXI. A pasos agigantados. Al menos a la vista de los que peinamos canas. Pero merece ser contada.
Ni que decir tiene que no acabó sus estudios. Los dejó para volar por su cuenta. A lomos de una «start-up», claro. En su caso, especializada en el pago digital con un solo clic para empresas. Competidora de otras como Fast o Checkout.com y nacida para desafiar a Amazon. Capaz de ganarse el favor de inversores de la talla de BlackRock —la mayor gestora de fondos del planeta—, General Atlantic o SAP, de los que ha conseguido que le confíen 1.300 millones de euros. Palabras mayores.
Llevaba Breslow dos años en la Universidad de Stanford cuando decidió aparcar los libros y dedicarse en cuerpo y alma a su criatura: Bolt. Dejó de ir a clase, sí, pero no abandonó del todo la Universidad. Lo ha confesado él mismo: durante meses siguió viviendo en secreto en su antigua residencia, con la complicidad de sus antiguos compañeros de habitación. E, incluso, comiendo de gorra en el campus, donde contaba con un amigo cocinero. Entonces los recursos eran pocos. No como ahora, que atesora una fortuna de 1.100 millones de dólares, lo que le permite figurar en la lista de los diez millonarios más jóvenes del planeta.
Y todo porque, como ha contado en más de una ocasión, le «fascinaban los pagos y cómo se manejaba el dinero» desde que era un adolescente. Y al final, decidió que le «apasionaba más eso que los estudios», así de sencillo.
También comparte Breslow con otros genios de la tecnología el gusto extremo por la meditación. «Vivo como un monje. Es increíble lo que puedes lograr si eliminas las distracciones», contaba no hace mucho en una entrevista en Forbes. De lo aburrido que le puede resultar a buena parte del resto de los mortales eso de suprimir las diversiones, nada dice el gurú de Bolt. A él le pirra. Así que, que le aproveche. Faltaría más.
Para el trabajo, sin embargo, aparca el joven multimillonario el modo monje para activar el de león. Que consiste, según relata, en aplicar breves, pero intensísimas ráfagas de hiperconcentración. Algo así como un felino cazando gacelas, será, porque muchas más pistas no da el de Miami sobre el secreto de su éxito.
Y, cuando no está meditando entre palmeras y estatuas de Buda en casa o trabajando hiperconcentrado cual guepardo, baila. Música «house disco», para más señas. Con los pies descalzos. Sobre el césped sintético del patio trasero de su bungalow de tres habitaciones, en South Beach.
Pasa la mayor parte del tiempo a solas en su morada. Rara vez come delante de otras personas. Nada de carne. Ni de gluten. Y el alcohol y la cafeína, ni olerlos. Tampoco es de su agrado la luz eléctrica. Después del atardecer, solo velas. Y antes de acostarse, a tocar el tambor para relajarse. Uno de piel de búfalo que fabricó con sus propias manos y la ayuda de una tribu indígena de la zona. Habrá que comprarse uno. Lo malo va a ser encontrar la tribu.
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