La dirigente argentina no se presentará a las próximas elecciones y su influencia ha menguado incluso en las calles
12 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Cristina Fernández Kirchner (La Plata, 1953) es la figura política más importante de Argentina en los tres últimos lustros y vuelve a estar en los titulares de diarios de todo el globo después del fallido atentado contra su vida, el pasado primero de septiembre, y la condena a seis años de prisión por corrupción conocida la pasada semana contra la astuta y divisiva vicepresidenta, que despierta profundas pasiones y furibundos odios en la sociedad del país sudamericano.
«La sentencia ya estaba escrita», dijo la mandataria, tras calificar al tribunal como un «pelotón de fusilamiento» que busca «condenar un modelo de desarrollo y de reconocimiento de los derechos del pueblo» por los que, asegura, inició su carrera política.
Cristina se interesó muy pronto por los asuntos públicos. Estudió derecho en la Universidad de La Plata, a principios de los 70, y allí conoció a su marido, Néstor Kirchner. Ambos militaron en las Juventudes Peronistas pero se alejaron de las mismas por oponerse a la lucha armada. Es posible que esa decisión les salvara de la prisión o incluso la muerte tras la irrupción de la dictadura.
La pareja se retiró, en 1976, a la provincia patagónica de Santa Cruz, hogar de Néstor, para resguardarse de la represión. Allí fundaron un exitoso bufete de abogados, que les reportaría cuantiosos ingresos, antes de iniciar su ascenso político con la vuelta de la democracia.
En 1991 Néstor ya era Gobernador de Santa Cruz y Cristina había llegado al Congreso, donde cimentaría su carrera durante décadas. Los Kirchner fueron identificados como líderes de una de las alas más izquierdistas del peronismo, llegando al poder en el 2003, cuando Néstor logró la presidencia, logrando un crecimiento del PIB superior al 8 % en todos sus años de mandato.
Cristina tomó el testigo, en el 2007 y las turbulencias en su Gobierno iniciaron pronto, con una subida de los impuestos a la exportación que provocó una revuelta de los agricultores y su popularidad cayó. La economía se resintió también, debido, en parte, a la crisis financiera mundial. Polémica fue también la nacionalización de la petrolera YPF, con Cristina cimentando y aumentando el apoyo a su Gobierno con programas sociales.
Victoria y corrupción
En el 2010 murió Néstor, de un problema cardíaco, y se especuló con la posibilidad de que Cristina no fuese la elegida del peronismo, pero finalmente ganó las en primarias, con un 52 % de los votos, ya sola, sin el rebufo de su marido, demostrando que el kirchnerismo era la fuerza dominante del peronismo y que debía ser candidata a la presidencia, que logró en el 2011 con el mayor porcentaje de sufragios tras la vuelta a la democracia.
Fue entonces cuando comenzaron sus problemas jurídicos por acusaciones de corrupción. El peronismo, sin ella en la boleta a la presidencia, no logró la reelección ante Mauricio Macri y Cristina volvió al Congreso en el 2015, en una etapa en el que los señalamientos aumentaron, mientras ella logró unir a las divididas facciones peronistas para ir con un candidato único, Alberto Fernández, a los comicios del 2019, en los que se presentó a la vicepresidencia, algo que, tras ganar esas elecciones, la situarían como líder del Senado, un puesto clave, que ocupa actualmente.
El gobierno inició torcido, debido a la pandemia de coronavirus. Fernández empezó poco después a promover una disciplina fiscal con la que no estaban de acuerdo en el ala más izquierdista del peronismo.
El pacto con el Fondo Monetario Internacional para reestructurar los 48.000 millones de dólares de deuda con dicho organismo firmados por Macri acabó suponiendo la ruptura tácita del Gobierno. Ese acuerdo llevaba consigo ajustes y medidas de contención de gasto que el kirchnerismo criticó fuertemente. La comunicación entre Kirchner y el presidente está rota, y las conversaciones entre ambos en los últimos meses, filtran los medios locales, se cuentan con los dedos de la mano.
Un futuro incierto tras el atentado
El pasado uno de septiembre, miles de personas se concentraban frente a la casa de la vicepresidenta para apoyar a Cristina después de que la fiscalía pidiese 12 años de prisión para ella. Un conductor de origen brasileño disparó una pistola contra la cara de la líder izquierdista, pero la bala no salió de la pistola. Fernández se plegó entonces en favor de Cristina, pero la relación entre ambos no ha cambiado en demasía.
En el horizonte se ven ya las presidenciales de 2023, en un país sumido en una crisis económica, con una divisa local desplomada, una inflación que superará el 100% interanual y una migración en aumento.
Las encuestas prevén una victoria del macrismo, situando al peronismo segundo, a más de diez puntos de distancia del principal grupo opositor, e incluso más cerca de los terceros, los libertarios de Javier Milei.
Cristina sigue manteniendo un 25% de votantes fieles, pero su influencia ha menguado y, además, anunció que no se presentaría a las próximas elecciones, tras el veredicto de los jueces, que la condenaron a seis años de prisión por la adjudicación irregular de contratos públicos de obras viales al empresario Lázaro Báez, amigo de Néstor, que supuso, según la Justicia, una defraudación de 1.000 millones de dólares.
Esa bajada de popularidad se ha notado, según incluso sus correligionarios, en las calles estos días, porque ha habido marchas en contra de su condena —está protegida por fueros hasta diciembre del 2023— pero no tan mayoritarias como muchos vaticinaban. «Pasaron dos años cantando ‘si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar’, ayer la tocaron y se quedaron en su casa», criticó fuertemente el político kirchnerista Luis D’Elia el día después del veredicto.