Pirotécnicos de Járkov: «Cuando me pongan la prótesis de la pierna, volveré a trabajar limpiando minas»
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Serguéi tiene la firme voluntad de despejar bosques y caminos para soldados y civiles
10 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.El pasado 7 de noviembre, Serguéi trabajaba con su equipo de desminado en un cruce de caminos a las afueras de Járkov. Los rusos habían dejado la zona infestada de explosivos y debían retirarlas para que el equipo de logística del Ejército pudiese aprovechar las carreteras. Se topó con dos antitanques y se dio cuenta de que no había un par de ellas, como le habían notificado. Era un campo. Es extraño encontrar dos juntas. «¡Dad la vuelta!», ordenó a sus soldados. Al deshacer el camino, pisó el borde de una mina antipersona. Sufrió heridas en la cara, en el brazo y en los ojos. Y tuvo que decir adiós a su pierna. «No es la primera vez que los rusos me dan una felicitación de cumpleaños así», bromea el jefe de los pirotécnicos de la ciudad.
A sus 32 años, Serguéi es teniente coronel y jefe del equipo antiminas de Járkov. En el 2016, en el marco de la guerra del Donbás iniciada tras la anexión de Crimea por Rusia dos años atrás, empezó a trabajar manipulando explosivos en Lysychansk, Kramatorsk y Severodonietsk. Forma parte de un equipo «esencial», según dice, en la protección de Ucrania. «Sabemos que hay camioneros y gente a la que le gusta caminar por el bosque. Entendemos que entre militares hay que enfrentarse, pero es tremendamente injusto para los civiles tener que vivir con estos explosivos en su tierra. Son los que más las sufren», comenta.
Durante la invasión rusa de esta parte del país, las fuerzas de Putin sembraron kilómetros de minado. Para limpiar estas zonas, Serguéi debe acudir primero al terreno para evaluar la situación y organizar un plan de limpieza. «Es importante que nos coordinemos todos muy bien. Una vez mi unidad sufrió daños porque utilizaron una carretera distinta a la mía. No suele pasar porque utilizamos las mismas coordenadas GPS, pero ya puedes ver el riesgo. Parece una formalidad, pero puede ser la diferencia entre la vida y la muerte», comenta.
El buen trabajo es prioridad
El joven oficial es un experto en lo suyo. Tras escalar posiciones en el Ejército desde soldado raso, entiende que su experiencia es valiosa para su unidad, así que insiste en ser lo más meticuloso posible en su instrucción. «Quiero que atiendan, que escuchen y que aprendan a utilizar minuciosamente nuestras herramientas. Nuestra vida depende de ello», asegura.
El equipo está reforzado con la presencia de la oenegé danesa Halo Trust, que brinda instructores y algo de personal para ayudar a que las planicies ucranianas vuelvan a verse repletas de trigo y no de instrumentos mortales. «También nos facilitan equipamiento de todas partes. Alemania, Italia… a mí la herramienta que más me gusta es el F3 australiano. Es mi pequeño amorcito», cuenta Serguéi con una sonrisa en la cara.
El Ejército les provee de cierto equipamiento, como las protecciones para el cuello y la cintura que se sujetan al chaleco antibalas, pero ocasionalmente han de adquirir el equipo ellos mismos. Algo parecido sucede en el Ejército de España. «Compré mi chaleco porque el mío era antiguo, e ir bien preparado puede salvar una vida. Fíjate, solo perdí la pierna», comenta riendo.
Objetivo: avanzar y salvar
Serguéi tiene un gran sentido de la responsabilidad y sabe que las prisas no son buenas en su trabajo. «Si no, estamos muertos», añade, para comentar que suelen trazar franjas de cinco kilómetros de extensión en una sola tanda de limpieza. «Trabajamos con equipos pequeños, así que no podemos abarcar mucho terreno. Generalmente, vamos a las zonas en las que nuestro Ejército realiza asaltos sobre posiciones enemigas. Cuando acaban, nos llaman y vamos a limpiar la zona. Así les procuramos un avance seguro y sin demasiados riesgos», asegura el eslavo.
Con riesgos o sin ellos, Serguéi espera dejar pronto la silla de ruedas para volver al trabajo. No quiere que su pueblo ni sus compañeros de armas afronten la misma suerte que él o una peor. «En cuanto me den mi prótesis, volveré a trabajar. Es mi responsabilidad y mi voluntad salvar a todos los que pueda. No tengo miedo», zanja con orgullo.
Junto a los militares, los civiles también caen presa de las minas rusas. Por su desesperación ante el invierno, acostumbran a ir a los bosques cercanos a por leña, la opción más asequible para zonas que viven sin recursos económicos, trabajo o luz. «No nos hacen caso. Una vez limpiamos una zona para poder trabajar y algunos ancianos se echaron a la carretera pensando que habíamos despejado toda la zona. Murieron, por desgracia». Harto de encontrarse civiles, llama a que no acaben sus días como lo hacen los soldados en el ejercicio de su trabajo. Pero es comprensivo: «Quieren seguir con sus vidas, están hartos de rusos, misiles y muertos».
El militar sabe que no todos los soldados que intenten ganar posiciones a Rusia sobrevivirán. Su trabajo y el de sus camaradas es muy arriesgado, y no puede evitar recordar, con pesar, a sus compañeros caídos. «Ocho de mis amigos han muerto. Todos oficiales. En Lyman murió un amigo mío por una mina casera. Era capitán, un buen hombre. Pero sé que me ayuda desde el cielo», asegura sonriente y con la mirada buscando a sus compañeros caídos. Por eso quiere volver al trabajo. Por ellos. Por todos.
«Destruimos todo lo que nos dejan los rusos»
En las afueras de la ciudad, Artchuck, jefe de la División de Seguridad Civil de Járkov, da un paseo por las instalaciones del Ejército en la que yacen decenas de misiles rusos desmontados y que servirán de materia prima para vehículos y sus reparaciones. «No tenemos intención de lanzarles ninguno de estos a los rusos. Destruimos todo lo que nos dejan», comenta mientras señala la pila de bombas cubiertas por la nieve.
Su despacho consiste en una mesa encerrada en una colección de artillería: municiones de mortero, lanzamisiles, granadas... todo procedente, vía tierra y aire, de Rusia. «Tenemos de todo, lo recogimos en el norte de la ciudad después de liberar los territorios. No son muy amables con nosotros», comenta con ironía.
Según describe, los procesos de desminado de la región tardará entre 5 y 20 años en despejarse por completo. Tal vez más. «Un mes de guerra equivale a dos de desminados, más o menos». Ahora, su prioridad es garantizar la seguridad de las instalaciones que proveen a la región de gas y electricidad, así como las carreteras y las vías ferroviarias para poder asegurar el tránsito de los civiles.
Comenta, también, que en invierno es más complicado trabajar por la nieve y las demandas de ciertos sectores económicos. «Tenemos que atender a las empresas que trabajan en el sector de la madera y la electricidad y los proveedores. La gente necesita este recurso para el invierno y tenemos que encargarnos de ello de forma más o menos prioritaria, pero nunca lo hacemos cuando cae la nieve, es peligroso trabajar así porque suelen cubrir las minas y es más delicado manipular el suelo».
Una llamada interrumpe a Artchuck. Las alarmas han sonado en las localidades fronterizas con Rusia y se preparan para un bombardeo. «Lo siento, vamos a tener trabajo», zanja.