El chico sonriente que necesitó escribir una canción para destapar el acoso escolar que sufrió
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Javier Lago, cantautor de Pontevedra que este viernes tocará en la sala Karma, compuso sobre un dolor que nunca había logrado verbalizar
27 oct 2022 . Actualizado a las 18:58 h.Javier Lago, cantautor de Pontevedra, tiene un don. O posiblemente más de uno. Pero el primero enseguida salta a la vista en cuanto se conversa con él. Es de esas personas con capacidad infinita para hacer sentir bien al prójimo, a su interlocutor. No es que regale los oídos. No es eso. Pero se esfuerza por poner atención a todo lo que se le dice, por agradecer cada palabra de elogio. Y lo hace de una forma exquisitamente dulce. Es la empatía hecha chaval. Javier, a sus 26 años, puede ponerse ya el apellido de cantautor porque lleva ya unas cuantas batallas en el mundo de la música, en el que debutó cuando aún era un bebé de chupete subiéndose a la nevera de un bar para entonar una de Disney, y que ahora le permitirá encaramarse al escenario de la sala Karma de Pontevedra (este viernes, día 28 de octubre, a partir de las 22.00 horas). Pero no fue hasta el pasado mes de abril cuando, a través de la música, decidió abrir en canal un dolor que siempre había llevado dentro. Compuso entonces una canción, llamada Nada tiene sentido, en la que pone voz al sufrimiento acumulado en sus años de colegio y instituto por el acoso que sintió.
Algo se rompió en Javier, que lleva media vida componiendo y que estudió tanto violín como piano y guitarra, cuando en A Coruña mataron a Samuel Luiz en una paliza callejera tras gritarle «maricón». Dice que ese suceso le tocó sobremanera y que estuvo meses «con una ansia de reivindicación enorme». Eso le llevó a mirar hacia su intimidad, al yo más difícil: «Me di cuenta de que a veces hay que ponerle voz a las cosas, que no era ejemplo de nada callando que sufrí acoso escolar, porque está bien que se sepa que esas cosas suceden, que le pasan a personas con nombres y apellidos». Habló primero con su círculo íntimo, con su familia, y luego nació una canción en la que dice que «hace tiempo que ya no puedo gritar, solo callo y me revuelvo en soledad y en las noches más oscuras me verás cerrar los ojos a ver si pasan ya».
Reconoce que no fue nada fácil reencontrarse con ese dolor, con los insultos que recibió «por no encajar en los estereotipos masculinos», con lo juzgado y apuntado que se sintió entre pupitres o en el patio del recreo. Pero también confiesa que fue altamente sanador contarlo y cantarlo. Le dolió que sus padres pudiesen sentirse mal por no haberles dado la oportunidad de ayudarle cuando todo pasó. O que alguna profesora le confesase que lamenta no haber sabido leer el sufrimiento detrás de su perenne sonrisa de chico aplicado. Pero está muy orgulloso del paso dado. Por él y por otros. Además, su canción, en cuyo videoclip un niño baila libre, le abrió las puertas de un colegio para contar su experiencia. Salió reconfortado: «Vi que las cosas mejoraron, que seguirá habiendo muchos casos de acoso, pero que hay mucho menos miedo a hablar. Y eso me da mucha esperanza».
Javier, afortunadamente, sí se sintió bien en la universidad. Estudió y se graduó en Comunicación Audiovisual, otro mundo en el que nunca deja de trabajar. Luego, comenzó a buscarse la vida, a sobrevivir, entrelazando esos dos sectores, el audiovisual y el musical. Pese a la irrupción de la pandemia, sus temas no han dejado de sonar y, de cuando en vez, su voz y sus maneras, que al principio le valió comparaciones con Ismael Serrano, al igual que sus letras, aparecen para recordarnos la importancia de amar de forma sana. O, como en su último tema, El temblor, recién salido del horno, para explicarnos que, a veces, por mucho que el dolor nos zarandee o veamos sufrir a alguien, solo queda esperar y acompañar.
Este viernes, quince de sus canciones, con las que algún seguramente haga un disco, sonarán en la sala Karma de Pontevedra (las entradas están a la venta por ocho euros en la web www.wegow.com). Allí estarán Javier y sus circunstancias, que su talento convierte en letras y sonidos para terminar asomando por su garganta. Cuenta él que todo lo que pase en el directo será exclusivo, irrepetible, que es la culminación de un ciclo. Y lo dice con la voz temblando de emoción.