Ayman Al Zawahiri: el cerebro que se aprovechó de Bin Laden para expandir el terror
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El médico egipcio fue el cabecilla militar de Al Qaida y consagró toda su vida al yihadismo radical
03 ago 2022 . Actualizado a las 09:07 h.Tras los atentados del 11-S, con casi 3.000 muertos y la idea concebida de que el terrorismo yihadista global iba a ser y ha sido la principal amenaza para la seguridad mundial, George W. Bush inició la invasión de Afganistán en el 2001 para poner punto y final a las actividades de Al Qaida. El mundo conoció más de cerca el rostro de Osama Bin Laden, el artífice de la propaganda yihadista y el promotor del grupo en todo el mundo. Pero detrás del multimillonario saudí había un doctor formado en el Cairo con experiencia militar que, en realidad, fue el cabecilla de los atentados y el padre armado de Al Qaida. Su nombre, Ayman Al Zawahiri.
Al Zawahiri nació el 19 de junio de 1951 en un Egipto dominado por el descontento clandestino de un mundo árabe que los islamistas veían débil. El caudillo yihadista veía cómo el mandato inglés había plagado su patria de campos de golf y universidades americanas, traído ideas de democracia y un país laico y, en resumen, un panorama decadente para las lecturas islamistas más o menos moderadas de la política. Eran los años 60 y Sayyid Qutb, responsable de la propaganda de los Hermanos Musulmanes, publicó un manifiesto titulado Hitos del que se desprendería la idea central de la vida de Al Zawahiri: «Occidente ha perdido su vitalidad y el marxismo ha fracasado. En esta crucial y desconcertante coyuntura, ha llegado la hora del islam y la comunidad musulmana».
El posterior cabecilla militar de Al Qaeda optó por unirse a la liberación de su país de una forma muy radical. Su familia, como recoge el periodista Thomas Wright en su libro Los años del terror, le consideraba inteligente, tímido, pero con un fuerte carácter. Ello, sumado a la concepción de que tan solo los árabes podían ser gobernados por sus coetáneos bajo las interpretaciones más radicales del islam, empujaron a Al Zawahiri a tomar las armas y adoptar un estilo de vida de guerrero santo nómada.
La primera victoria
Las autoridades egipcias lo involucraron en la muerte del exprimer ministro egipcio Anuar al Sadat en los años 80, creyendo que había tomado parte en su asesinato. En la cárcel, junto a otros yihadistas, se le sometió a torturas que radicalizaron aún más a los presos. Y su siguiente destino, tras abandonar la prisión, era encabezar el sueño yihadista del momento: la instauración de un régimen radical en Afganistán, cuya guerra por su liberación comenzó en 1978. Tomó las armas, llamó a la guerra santa a sus allegados compañeros y junto a los muyahidines locales echaron a los soviéticos del lugar, consiguiendo su primera victoria fáctica en cuanto a su ideología: una tierra regida por el islam más extremo para los musulmanes más «devotos».
Allí fue donde conoció a Osama Bin Laden. Le habló de sus ideas, le radicalizó y se encargó de que el multimillonario saudí diera la cara por el grupo que bautizaron como Al Qaeda y que nacería en el año 1988 en Pakistán. Al Zawahiri era un ideólogo adiestrado en combate. Trazaba estrategias, concretaba la agenda, ponía la vista en el horizonte y allí donde señalaba era donde había que actuar. Sin embargo, nunca gozó de demasiado carisma, por lo que encomendó a Bin Laden que se encargara del aparataje propagandístico. Por eso, para el mundo, Osama era la yihad.
Objetivo: World Trade Center
El doctor egipcio tenía contactos en Washington, Francia y medio mundo árabe, pero eran insuficientes para movilizar a la causa yihadista. ¿El problema? el dinero. Por eso, su compañero saudí era idóneo: poseía numerosísimos contactos de acaudalados en su Arabia Saudí natal y en los países del Golfo que apoyarían la causa de Al Qaeda así que, de cara al mundo, Osama sería el líder de los terroristas. Entre bambalinas, la cosa era distinta.
Al Zawahiri estaba convencido de que el mundo árabe no podría regirse por el islam y darle a los árabes gobiernos nacidos de su propia identidad y una interpretación radical del islam si no se acababa con la influencia de Estados Unidos. La elección del objetivo no fue aleatoria. Los norteamericanos representaban todo lo que había acabado, según el propio Al Zawahiri, con la identidad propia de los árabes musulmanes: democracia, cristianismo, consumismo, libertad, laicidad. Enemigos de su visión radical del islam.
El 11 de septiembre, animados por la animadversión americana, la victoria en Afganistán y los satisfactorios atentados cometidos a lo largo de Oriente Medio y el África mediterránea, Ayman al Zawahiri mandó a 19 terroristas a secuestrar los vuelos 11 y 77 de American Airlines y los 93 y 175 de United Airlines para estrellarlos contra las Torres Gemelas, dejando casi 3.000 muertos y 25.000 heridos. Este evento supuso el inicio de una nueva época. Historiadores como José Luis Comellas lo consideran el inicio del siglo XXI.
A la caza de los responsables
Tras los atentados en Estados Unidos, la OTAN, bajo iniciativa de George W. Bush, lanzó la invasión de Afganistán, que duró hasta el año pasado. Tanto Bin Laden como Al Zawahiri fueron la máxima prioridad a combatir para los servicios de seguridad de Washington. Bush los quería «vivos o muertos». Pero conscientes del peligro, ambos cabecillas de la yihad se ocultaron con sus colegas talibanes entre Afganistán y Pakistán, conscientes de que los combatientes escindidos de los muyahidines no consentirían una agresión norteamericana en su país.
Del resto, se sabe poco. La primera mujer de Al Zawahiri, Azza Ahmed, se negó a contribuir con los estadounidenses para que localizaran a su esposo. Las consecuencias para ella: un misil dirigido a su casa que acabó con su vida. El exdoctor egipcio bailaba entre las cuevas afganas y las casas pakistaníes para no ser encontrado, al igual que Bin Laden, que finalmente fue encontrado y ejecutado en las afueras de Abbottabad, Pakistán.
Al Zawahiri dejó escritas unas memorias alas que tituló Caballeros bajo la bandera del Profeta y pasó el resto de su vida en la clandestinidad hasta ser abatido el pasado fin de semana, dirigiendo a Al Qaida en la sombra y emitiendo vídeos propagandísticos mayoritariamente relacionados con la causa de Palestina, la liberación de Israel y la continuidad en la yihad global. Pero sin Bin Laden, y habiendo inspirado a otros grupos, pronto el escenario de la «guerra santa» global sería devorado por su competidor escindido del propio grupo: Estado Islámico.