La inflación sigue desbocada y se sitúa en el 10,8 %, su máximo en 38 años

Sara Cabrero / Andrés Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

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Alberto López

El incremento se debe al encarecimiento de los alimentos y la electricidad

29 jul 2022 . Actualizado a las 19:42 h.

La inflación no se va de vacaciones. Un mes más, el encarecimiento generalizado de la vida no da tregua a las billeteras de los españoles. Y como ya tiene habituados a los consumidores, el dato del mes de julio trae debajo del brazo un nuevo máximo histórico. Los hitos se acumulan y desde hace ya unos meses el índice de precios de consumo (IPC) acostumbra a pulverizar sus propios récords. Según el dato adelantado publicado ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE) —que ofrecerá las cifras definitivas referentes a este julio a mediados del mes de agosto—, el IPC se disparó en plena época estival hasta alcanzar el 10,8 %, afianzándose así en el terreno de los dos dígitos y marcando uno de sus niveles más altos de la serie histórica. En esta ocasión, en concreto no se veía una cifra similar desde septiembre del 1984. Casi cuarenta años atrás.

Pasear por los datos de este aciago año permite dar cuenta del esfuerzo que supone ya desde hace meses rellenar la despensa. Con los números desvelados ayer por el INE, la inflación encadena tres meses consecutivos de ascensos. Solo en abril se daba una tregua moderándose 1,5 puntos de golpe: pasaba de registrar un crecimiento del 9,8 % en marzo a un 8,3 %.

Fue, se podría decir, un espejismo. Porque a partir de ahí, el rali alcista no ha parado de dar sustos a las economías familiares y empresariales. En mayo escalaba hasta el 8,7 % y en junio se asentaba cómodamente en los temidos dos dígitos, quedándose en un 10,2 %. Suma y sigue, porque en julio los dos dígitos se mantienen y ya rozan el 11 %.

Explica el INE que detrás de este incremento de los precios vuelve a haber dos grandes protagonistas. Un mes más, los alimentos y bebidas no alcohólicas y la electricidad son los grandes culpables de este comportamiento. Pero comparten responsabilidad con otras partidas como el vestido y el calzado, cuyos precios bajan menos que el año pasado. Y eso a pesar de que julio viene marcado en los comercios por el inicio de las rebajas.

Dentro de todo este maremoto de cifras, hay algunas cuestiones que invitan un poco al optimismo. Los precios de los carburantes han empezado a dar algo de tregua a los conductores al ir rebajándose estos últimos días para situarse por debajo de los dos euros. De hecho, la operación salida de estos días costará cerca de diez euros menos que la de hace justo un mes.

Sube también la subyacente

Pero este respiro de las gasolinas no es suficiente para enfriar el IPC. Lo que empezó como una crisis energética ya se está contagiando de manera virulenta a todo el resto de la cesta de la compra. De hecho, la inflación subyacente —un indicador muy analizado estos últimos días debido a que no incluye ni a la energía ni a los alimentos frescos, que son los elementos más volátiles— vuelve a traer consigo un jarro de agua fría importante. Este indicador escaló en julio seis décimas, hasta situarse en un preocupante 6,1 %, la más alta desde enero de 1993. ¿Qué implica esto? El aumento de la inflación subyacente es un indicio de que la escalada de los precios es un mal endémico que afecta a la mayor parte de productos que componen la cesta de la compra. Y lo que es peor, que el encarecimiento se está haciendo persistente, provocando que una rápida vuelta a la moderación en los precios se complique cada vez más.

El fenómeno inflacionista no es ajeno al resto del mundo. De hecho, en la eurozona también se ha intensificado y en julio escaló a un máximo histórico del 8,9 %, lo que supone más de cuatro veces la meta de estabilidad del 2 % que mantiene fijada como horizonte el Banco Central Europeo (BCE).

«Para poder comer salmón teño que ir á casa da miña nai»

Las calles de Santiago de Compostela se plagan estos días de turistas y peregrinos. Entre ellos todavía quedan algunos compostelanos, que en esta época estival pelean contra el encarecimiento que ha experimentado la vida. A las puertas de los supermercados de la ciudad se puede constatar el agobio que padecen los bolsillos gallegos. No importa procedencia, clase social o edad, las respuestas se repiten en lo que al aumento de precios se refiere: «No hay un producto concreto, en todos se nota un encarecimiento», comenta con cierta resignación Fernando Casanova ante un supermercado sito en la calle República del Salvador. Los productos frescos y los derivados del trigo, tan exportado desde Ucrania, van a la cabeza.

Más marca blanca

La solución de Casanova es más marca blanca y cambiar de supermercado, «de ser necesario», ya que ahora se fija mucho más en los precios. En Montero Ríos, unas calles más allá, sale de otra tienda Fernando Rodríguez, compostelano que está de paso al vivir durante el invierno en Palma de Mallorca. Pone atención a las ofertas, que se han convertido en su truco para seguir consumiendo productos frescos. Si la nectarina está rebajada, se la queda, aunque renuncie a los melocotones: «Fíxome moito nos produtos de oferta e sempre que podo procuro mercar marcas brancas», afirma. Fernando Rodríguez no tiene coche, con el ahorro que eso supone estos días. Casanova sí y, como con los supermercados, se pasa el día comparando precios: «Las gasolineras del centro ni se me ocurre pisarlas, prefiero ir al polígono y repostar en una de bajo coste».

El coche es, muchas veces, la única vía de transporte para el rural. Celia Riande vive en una aldea de Ames y tiene que utilizar su vehículo para moverse hasta el centro de Santiago, donde trabaja. «O depósito do coche dúrame a metade só co traballo, entre semana, polo que en escaparme unha fin de semana xa nin penso».

Nada nuevo para algunos

Las rentas bajas son las que más sufren los envites inflacionistas. Con el encarecimiento de los productos más básicos, algunos se vuelven lujos. Celia Riande, a sus 24 años, cuenta al salir del supermercado que pierde gran parte de su renta en gasolina y no puede disponer del transporte público, «porque non chega a onde vivo». Al hacer la compra nota más caros los yogures o las galletas, «que non baixan dos tres euros».

Coral Piñeiro, vilagarciana de 24 años, ha de comprar para su casa productos naturales por motivos de salud, «libres de compoñentes artificiais». No aspira ni a los ecológicos, que le gustaría, pues «para comer algo tan normal como salmón sen que me doa no peto teño que irme á casa da miña nai». Y hasta las visitas en coche a su madre ha tenido que recortar.

El transporte público tampoco ayuda: «Estou entrando no mercado laboral e non quero comezar con mal pé, polo que ante os escasos horarios, usar o transporte público para traballar é unha quimera».

La factura de la luz alcanzará en julio el tercer precio más alto de su historia

La factura de la luz del mes de julio volverá a provocar más de un disgusto en los hogares españoles. El recibo del séptimo mes del año para un consumidor medio acogido a la tarifa regulada será el tercero más caro de la historia. Detrás de este encarecimiento se encuentran los altos precios que está registrando el mercado mayorista, provocados básicamente por las altas temperaturas y la crisis energética que esta afrontando Europa.

Utilizando el simulador del recibo eléctrico de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), un consumidor tipo del mercado regulado que tenga una potencia contratada de 4,4 kilovatios y un consumo mensual de 250 kilovatios hora (KWh) distribuido en los diferentes períodos (punta, llano y valle), la factura de julio rondaría los 100 euros. Concretamente, y a falta de que los dos días que faltan para que termine este mes, el precio se quedaría en los 99,59 euros, aunque ese valor podría disminuir entre hoy y mañana, cuando la demanda eléctrica es menor y el precio de la electricidad suele caer.

Esta cifra es un 58 % superior a la registrada el mismo mes del 2021 —cuando se pagó a 62,8 euros— y el doble que en el 2020 (que se situó en los 49,5). Sin embargo, se queda lejos del máximo de marzo de este mismo año, el más caro de la historia, que cerró con una factura media superior a los 120 euros.