Elaxar Lersundi, padre del protagonista de «Mi pequeño gran samurai»: «Que aprueben la ley trans estatal ya»

Alejandra Ceballos López / m. f. REDACCIÓN / LA VOZ

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Vio morir a su hijo antes de tiempo, pero mantiene viva su lucha por las infancias trans con este documental que se ha proyectado en más de 20 festivales

13 jul 2022 . Actualizado a las 13:57 h.

Elaxar Lersundi conoce a la muerte de cerca, es enterrador. Tiene claro que no hay vida después; es ateo. Sin embargo, cree en las energías, es por eso que sabe que algo de su hijo ha quedado en la tierra a pesar de que ya no está en el plano físico. Es el padre de Ekai Lersundi, un chico trans de 16 años que se suicidó en febrero de 2018, mientras atravesaba los trámites burocráticos que le implicaba la asignación de terapia de reemplazo hormonal. «Creo en las energías y lo que sí tengo claro es que Ekai ha dejado mucha energía aquí».

La historia de Ekai inspiró el corto documental Mi pequeño gran samurai, de la directora Arantza Ibañez. Se estrenó a nivel mundial en el festival internacional de Zinegoak (Bilbao) donde obtuvo el premio del público. A partir de ahí, ha sido proyectado más de 20 festivales y ha ganado diversos premios internacionales. Elaxar y su esposa Ana se encargan de continuar la lucha que su hijo inició en vida. Ahora, aprovechan las vacaciones con su hija Iradi para proyectar el filme en diferentes ayuntamientos y seguir difundiendo el mensaje y la batalla que su hijo no pudo terminar.

—¿Cómo inició el proceso de Ekai?

—Ekai tenía 15 años y dijo que era un chico y yo le dije «A mí me da igual que seas chico, que seas chica, un perro o un caballo». Ahí empezó el calvario. Lo llevamos a la Unidad de Identidad de Género y, según los médicos, tenía disforia de género. En el 2019 la OMS anuló considerar esto como una enfermedad, pero para él ya era tarde. Esperó más de año y medio y no consiguió la autorización. Yo no diría que se suicidó solo por la falta de hormonación, pero que ayudó mucho a que tomara al decisión, sí.

—¿Había otra alternativa?

—Nosotros le propusimos a Ekai que enviáramos su analítica de sangre y huesos a Barcelona, porque allí, luego de 30 días ya te dan la hormonación, pero él dijo que no, que quería hacerlo en el País Vasco para agilizarlo para él y los que venían detrás. Tenía demasiada empatía.

—¿Cuáles crees que fueron los motivos del suicidio?

—No lo sabemos ni nosotros. Incluso tenía planes de estudiar imagen y sonido. Mucha gente cree que el que se suicida quiere dejar de vivir, pero realmente quiere dejar de sufrir y es el último camino que encuentra.

—E Iradi, ¿cómo lo tomó?

—Cuando pasó todo esto tenía 12. Le tocó madurar de golpe. Desde ese momento ella empezó a cuidar de nosotros. Le mandaba mensajes a mi mujer «¿Ya habéis comido? ¿Habéis dormido algo?». Cuatro meses después, le pregunté qué pensaba de lo que había pasado con Ekai. Me dijo: «Él vino, hizo lo que tenía que hacer y se ha ido».

—¿Cómo fue el proceso del documental

—Arantza nos conoce de toda la vida. Nos contó cómo quería enfocarlo y a Ana y a mí nos encantó la visibilidad que daba a las personas trans y al suicidio. Hicimos el crowfunding y la gente respondió muy bien. Filmamos en un fin de semana.

—¿Qué inspiró el título?

El titulo es Mi pequeño gran samurai, porque un samurai no pelea con odio a los que tiene delante, sino por amor a los que vienen detrás.

—¿Cuál ha sido la respuesta de los jóvenes?

—Llega a dentro con mucha intención. Eso buscaba Arantza, mover muchas cosas y cambiar el punto de vista sobre las personas trans y el suicidio.

—¿Cómo fue estar frente a la cámara?

—Te tienes que vaciar por dentro. Nosotros lo tomamos como un homenaje más a Ekai. Esto no es por mí. Yo digo que una persona, mientras sea recordada, sigue viva.

—¿Hay esperanza para las personas trans?

—Yo pediría que aprueben la ley estatal ya, que no dependa de donde naces para tener unos derechos u otros. Y recordaría que la igualdad y la diversidad son el alma de la libertad.