Llega la «cheapflación», pagar lo mismo por menos calidad

Sara Cabrero
S. Cabrero REDACCIÓN / LA VOZ

ACTUALIDAD · Exclusivo suscriptores

TOLGA AKMEN | EFE

Después de la reduflación, las marcas comienzan a aplicar esta fórmula para lograr reducir los costes de producción

04 jul 2022 . Actualizado a las 13:33 h.

La inflación llega en algunas ocasiones sin que los consumidores se den cuenta. Lo hace de forma camuflada, con pequeños cambios en los productos que nutren nuestra cesta de la compra que a duras penas son perceptibles para los ojos menos avezados.

Desde hace ya unos meses, los consumidores conviven con el término reduflación, un fenómeno que consiste en reducir la cantidad de producto de los envases y mantener el precio o incluso subirlo algunos céntimos. Como lo explican gráficamente muchos expertos: poner menos patatas en la bolsa y algo más de aire. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) denunció hace unos días a seis conocidas marcas por echar mano de esta treta y ofrecer a los clientes unos productos algo más exiguos por la misma cantidad de precio. De hecho, según las estimaciones que manejan, se han registrado reducciones de entre un 5 y un 10 % del contenido de una gran cantidad de envases.

Pero ahora algunas marcas han decidido ir un paso más allá. Ante la imposibilidad de asumir los sobrecostes que les supone fabricar el mismo producto, y ante la dificultad que también les conlleva trasladar ese incremento al tique final, están echando mano de otras tácticas que les eviten subir los precios o por lo menos hacerlo en menor medida. Una de ellas es la conocida como cheapflación —un término resultante de unir las palabras en inglés cheap (que significa barato) e inflation (inflación)—. La composición del término ya da una idea de lo que hay detrás de esto. Se trata de ahorrar en costes sustituyendo las materias primas que se emplean para elaborar el producto por otras más baratas y (en la mayoría de los casos) de peor calidad. Por ejemplo, un jamón cocido al que se le baja el porcentaje de carne en su fórmula mientras se aumenta la cantidad de agua o de estabilizantes. O un jabón en el que reducen la cantidad de perfume para incrementar la de otros componentes algo más baratos.

Desde la asociación de consumidores Facua explican que no se trata de una estrategia ilegal siempre y cuando se cumpla con las normas de etiquetado que exige la Unión Europea: «Es una estrategia que se puede hacer. Salvo que habláramos de fraudes en los porcentajes de ingredientes, de tal forma que al consumidor le hicieran creer que la mayor parte del producto es un determinado ingrediente y luego en realidad no es así», explica Rubén Sánchez, portavoz de la organización. Y, para entenderlo, este experto pone un ejemplo: «Imagina unas patatas fritas que antes estuvieran hechas en su mayor parte en aceite de girasol, pero ahora el fabricante decide mezclar esa materia prima con aceite de palma. Siempre que el etiquetado no te haga creer que es todo aceite de girasol, la marca es totalmente libre de hacer este tipo de cosas». Pese a ello, Sánchez ve lamentable que se empleen estas tretas: «Pero es una técnica más para seguir manteniendo los márgenes de beneficios sin que el consumidor se dé cuenta de que se está mermando la calidad del producto».

Problema para la marca

Pero este tipo de maniobras pueden acabar convirtiéndose en un problema para la marca. Porque estas tretas minan (y mucho) la credibilidad de las marcas. «El riesgo de optar por la cheapflación es que si la empresa no lo comunica bien y la gente se da cuenta las consecuencias pueden ser desastrosas. Es que, además, en los tiempos que corren ya no tienen margen de maniobra para parar una crisis de credibilidad. En cuanto un cliente se da cuenta de tu estrategia, lo comparte en las redes sociales y en cinco minutos te han conseguido sacar los colores», destaca Eduardo Irastorza, profesor de la escuela de negocios OBS Business School y experto en márketing estratégico. El resumen, especifica este experto, puede ser pan para hoy y hambre para mañana: «Lo que pretendemos que sea un beneficio a corto plazo puede acabar convirtiéndose en una pérdida de cliente y de fidelidad total. Y recuperar eso es muy difícil».

Irastorza asegura que este fenómeno ya se está aplicando en muchos productos de diferentes lineales del supermercado: «Y se va a extender todavía más. Porque con una inflación del 10 %, las marcas van a tener que seguir ajustándose el cinturón». Y dará el salto a otros lugares que no sean el supermercado. «Vamos a ver cheapflación en las tapas y las cañas. Hasta los productos que no vienen empaquetados tendrán que reducirse», resume.