Millones de trabajadores «fantasma», tras el éxito de la inteligencia artificial
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Las plataformas contratan microtareas como etiquetar fotos por unos céntimos
20 jun 2022 . Actualizado a las 09:18 h.Cuando un usuario de Facebook navega por su muro no ve imágenes violentas o inapropiadas. Deduce que una máquina, previamente entrenada con inteligencia artificial, hace una criba automática. En realidad, a muchas plataformas les es más barato contratar a chabolistas de la India que pasan ocho horas al día revisando fotos y vídeos por unos centavos la hora. Son los trabajadores fantasma que sustentan la inteligencia artificial (IA). Cuando se habla de estos servicios y soluciones automatizados, a los críticos de la IA les viene a la memoria aquel muñeco autómata turco con turbante que jugaba al ajedrez y que asombró a todas las cortes europeas del siglo XVIII, pero había truco: un gran maestro se ocultaba en la caja del tablero y movía las piezas.
Algunos ya se preguntan si la era del aprendizaje automático está agotada y la inteligencia artificial tocó techo y ha entrado en su tercer invierno. Ya hubo un parón en los años 60, tras el chasco que siguió a los vaticinios de que un cerebro electrónico superaría a la mente humana en una década. Dicha meta se ha pospuesto mil veces y el gurú Ray Kurzweil la ha aplazado al 2050.
En plena fiebre del oro del aprendizaje automático de la IA ha surgido el escepticismo entre los autores. Mary L. Gray, Phil Jones y Antonio G. Casilli han desvelado la cruda realidad: las plataformas de Silicon Valley han descubierto que sale más barato contratar a humanos que hagan el trabajo de datos de los robots. Sospechan que se está asentando en el siglo XXI un nuevo modelo de colaborador precario, como los free-lance o los riders, que aceptan encargos a demanda.
Dichos autores, en sendos libros, revelan que un ejército de trabajadores invisibles que usan un ordenador en call centers de la India o cibercafés de Filipinas hacen infinidad de microtareas para que las noticias trending-topic, los cotilleos más frescos de las celebrities y los resultados de fútbol lleguen al móvil del cliente o que el mayordomo del hogar Alexa entienda sus órdenes.
La importancia de estos microtrabajadores, como los denomina Casilli, es tal que un ejecutivo de una start-up confesó que los llaman «la inteligencia artificial no artificial». Admitió que, al ser tan baratos, «los humanos roban los trabajos a los robots».
Todo empieza cuando una plataforma, como MTurk, externaliza el trabajo digital y lo divide en miles de microtareas, como transcribir pequeños fragmentos de texto o cliquear sobre imágenes para etiquetarlas, que sirven para entrenar a los algoritmos y la IA. El trabajo en esta cadena de subcontratación de obreros del clic, dispersos por barrios de Madagascar o en las cocinas del cinturón de óxido de Estados Unidos, es opaco, barato y precario.
Luego, las start-ups que contratan estos servicios, monetizan y venden el resultado como si fuese el fruto del aprendizaje automático y la magia técnica de la inteligencia artificial (IA), según desvela Casilli en su libro Esperando a los robots.
El cliente cree que un robot inteligente «adivina» sus preferencias cuando, en muchos casos, los trabajadores fantasma, por ejemplo, universitarios keniatas desde la sala de informática de su facultad, rastrean su huella digital en las redes sociales y deducen los contenidos que le gustan.
Los investigadores Mary L. Gray y Siddharth Suri, en su libro Ghost Work, han seguido la pista a este ejército de trabajadores fantasma, y hallaron miles de ellos en Coimbatore, en el sur de la India. También en Estados Unidos. Concluyen que, a día de hoy, la inteligencia artificial, las apps de los móviles o las webs no funcionarían sin esta labor humana y esa red de trabajadores invisibles repartidos por el mundo que calculan rutas para Uber o ayudan al buscador de Google. Además, según Casilli, los microtrabajadores compiten como gladiadores por hacerse con un encargo en plataformas como Mechanical Turk de Amazon. Por ejemplo, para traducir un texto, un algoritmo solo contrata al más rápido y los más listos usan herramientas especiales que inflan su rendimiento. Cobran centavos o un dólar por hora pero les compensa.
Otro autor, Phil Jones, en su libro Work without the worker (Trabajo sin trabajador), resalta la opacidad de estas microtareas. Un colaborador de Clikworker desconoce lo que está creando para la plataforma porque el «microtrabajador es ciego» y sus encargos son impenetrables y secretos. Quizás esté ayudando a reprimir a una minoría étnica, pero le es imposible averiguarlo. Además, el peón opera en instalaciones semiclandestinas y es anónimo, pues en la plataforma no se identifica con su nombre real sino con un apodo o nick.
Los propios usuarios de internet son trabajadores invisibles cuando identifican imágenes de semáforos o de coches en el Capcha de Google para demostrar que no son un robot. En realidad, entrenan gratis a la inteligencia artificial del buscador, algo que insinuó Nicholas Carr en el 2010 en su libro Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Y es que el software somos nosotros.