Françoise Bettencourt, heredera de L'Oreal, la mujer más rica del mundo, prefiere vivir alejada del ruido mediático pese a los escándalos que han perseguido a su familia
28 abr 2023 . Actualizado a las 11:37 h.Es la mujer más rica del mundo. Y como algunos de los que pueblan ese privilegiado universo de las mayores fortunas del planeta, se empeña en seguir siendo un misterio. No así otros, encantados con la fama y el ruido que les es proporciona el dinero. Ella, no. Nada de entrevistas. Y apenas un puñado de fotos públicas suyas disponibles. Aunque, eso sí, y para su disgusto, ríos de tinta sobre su vida.
Hablamos de Françoise Bettencourt (Neuilly sur Seine, Francia, 1953), la heredera de L'Oreal, quien, según los cálculos de Forbes, atesora unos posibles de 74.800 millones de dólares. Se lo debe a ese tercio de las acciones del imperio cosmético que fundó su abuelo y que ella ha conseguido retener en manos de la familia.
Hija única de Liliane Bettencourt y nieta del de Eugène Schueller, el avispado hijo de un panadero de Alsacia (Francia) que se las ingenió para estudiar química y allá por 1907 acabó fabricando en la cocina de su casa los primeros tintes para el pelo, con los que cimentó su imperio, es hoy Françoise Bettencourt la cabeza visible —de puertas adentro, como a ella le gusta— del clan más rico y poderoso de Francia.
Debutó en el ránking de los más ricos en el 2018, al poco de fallecer su madre, con quien tuvo sus más y sus menos. Más de los segundos que de los primeros. El miedo a un posible secuestro, alimentado por el rapto de Jean Paul Getty III, heredero de Peugeot, llevó a Liliane a sobrepoteger tanto a la niña que aquello acabó minando de por vida la relación entre ellas.
Una distancia esa entre madre e hija que se agigantó hasta hacerse casi insalvable después de que Françoise decidiera casarse con Jean-Pierre Meyers, nieto de un famoso rabino asesinado por los nazis en Auschwitz, y se convirtiera al judaísmo, religión en la que educó a sus dos hijos. Y eso porque la vinculación de su abuelo y su padre, André Bettencourt, ministro de varios Gobiernos franceses, con el partido de Hitler ha sido siempre, además de un tema tabú en el seno de la familia, una alargada sombra sobre el imperio de la cosmética.
No mejoraron las cosas con el tiempo. Más bien, fueron a peor. Incluso, con tribunales de por medio. Y es que, en el 2007, la hija decidió acusar al fotógrafo Françoise-Marie Barnier y a otras personas del entorno de su madre de aprovecharse de la fragilidad mental de esta para obtener dinero y regalos, entre estos últimos, cuadros de Matisse, Picasso o Léger. Después de un largo juicio, el escándalo de la década en Francia, Barnier fue condenado a cuatro meses de cárcel — exentos de cumplimiento— y una multa de 375.000 euros. La hoy mujer más rica del mundo trató incluso de declarar a su madre mentalmente incompetente durante el proceso. Aquello las separó para siempre. «Ya no veo a mi hija y no quiero verla. Para mí se ha convertido en algo inerte», dijo Liliane de ella algún tiempo después.
Aquella tormenta mediática acrecentó el hambre de Françoise por el anonimato y su aversión por las ostentosas aficiones que practican otros millonarios. Ella, que habita en el Olimpo Forbes, prefiere la mitología griega.
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