Desde París llegó a la frontera ucraniana un camión con 15 toneladas de cajas de madera, cartones y extintores que tiene destino los museos ucranianos
09 may 2022 . Actualizado a las 12:05 h.En Korczowa, un pueblo polaco a menos de cinco kilómetros de la frontera con Ucrania, un grupo de voluntarios descarga un camión repleto de cajas de madera, cartones, extintores y rollos de papel burbuja. Las 15 toneladas de cargamento llegaron el pasado 4 de mayo desde París y tienen como destino final los museos ucranianos, en plena carrera a contrarreloj para salvar su patrimonio.
Cuando el ejército ruso atravesó la frontera, los museos tanto de Ucrania como del resto de Europa sabían que los bombardeos y el saqueo serían cuestión de tiempo; que en el segundo plano de cada guerra se libra una batalla para preservar la cultura. El primer museo ardió tan solo cuatro días tras el inicio de la invasión. Las llamas engulleron el Museo de Historia Local de Ivánkiv y, con él, 25 obras de la artista folklórica María Prymachenko, cuyas pinturas en brillantes azules y amarillos fueron consideradas por Picasso como un «milagro artístico».
La solidaridad con los museos ucranianos no se hizo esperar y, en Francia, la asistencia se organizó rápidamente para enviar materiales de protección. El cargamento llegado a Korczowa es el tercero coordinado por el comité francés del Consejo Internacional de Museos y el Escudo Azul, dos organizaciones no-gubernamentales dedicadas a la protección y al fomento del patrimonio. En total, cerca de 45 toneladas han sido enviadas desde el inicio del conflicto.
Al otro lado de la frontera, en Lviv, el tiempo apremia. Los voluntarios de la Iniciativa para el Rescate Urgente del Patrimonio, HERI, por sus siglas en inglés, aguardan impacientes la llegada del cargamento para repartirlo a los museos de las regiones más vulnerables del país. La situación degenera a pasos agigantados. El 14 de abril, las autoridades ucranianas anunciaban la destrucción total o parcial de cerca de 160 sitios culturales, incluyendo lugares de culto, monumentos, museos, memoriales, teatros y bibliotecas. Dos semanas después, el número se multiplicó a 250.
En paralelo, el 28 de abril comenzó a circular en las redes sociales la imagen de un soldado ruso saliendo del Museo de las Tradiciones Locales de Mariúpol con un bulto echado al hombro. La amplitud del expolio se reveló unas horas después. Según informaron las autoridades ucranianas, Rusia habría robado más de 2.300 piezas de la ciudad asediada y de Melitópol, incluyendo una colección de oro de Escitia, un imperio nómada que hasta el siglo II d.C se extendió desde las puertas de Asia en las Montañas de Altái hasta las orillas de Odesa sobre el mar negro. Estos objetos, testigos de la historia de Ucrania, estarían siendo enviados a Donetsk para seleccionar y enviar a los más valiosos a museos rusos.
Destruir la cultura de una nación es destruir su identidad, retorcer su historia hasta convertirla en un relato ajeno, asegurarse de que los que huyeron no reconozcan su hogar si un día vuelven. La quema de libros en la Alemania nazi, el bombardeo de Palmira y, ahora, el expolio de Ucrania son crímenes con el mismo objetivo: arrasar con la memoria histórica de pueblos hasta que, con el paso de las generaciones, olviden quienes son.
En un almacén del norte de París, los pasillos siguen rebosando de paquetes a la espera de partir en los próximos envíos. Las inscripciones en las cajas de madera recuerdan la fragilidad de los objetos que contendrán en las próximas semanas, cuando lleguen a su destino en primera línea del conflicto. Sobre algunas también se han escrito mensajes en inglés, francés y ucraniano: «A nuestros queridos compañeros y amigos de Ucrania: os enviamos todo nuestro apoyo».