La comunidad se siente aun más cerca de sus compatriotas ucranianos porque comparten un enemigo común
30 mar 2022 . Actualizado a las 14:16 h.Los tártaros de Crimea, una minoría musulmana con lengua y cultura propias, llevan siglos lidiando con Rusia. Tras sufrir expulsiones y deportaciones a lo largo de la historia y ver ocupada su península en el 2014, ahora dicen esperar a las tropas rusas en Ucrania con la lección aprendida.
Se diferencian del resto de los ucranianos por sus facciones, mezcla entre árabes y centroasiáticas, su lengua -que ahora escriben en letras romanas y antes en cirílico- y su religión, pero comparten con ellos un «odio» a los rusos relativamente nuevo para muchos habitantes del país.
Exiliados
Los tártaros se asentaron en Crimea en el siglo XV provenientes de Mongolia y cuando Catalina la Grande invadió la península en 1783, huyeron a Turquía. Regresaron y los soviéticos los deportaron a Siberia y Uzbequistán en 1944.
De vuelta otra vez, sufrieron la ocupación rusa en el 2014, que llevó a algunos al exilio por los abusos que, según dicen, se cometen contra ellos y que ha denunciado el Parlamento Europeo y la ONU.
Su último censo data de 1996, año en que había en Crimea unos 250.000. Esta cifra previsiblemente aumentó en los siguientes años y se redujo cuando en el 2014 Rusia invadió esta estratégica península entre el mar Negro y el de Azov, una ocupación a la que Ucrania no se está resistiendo en las negociaciones de paz con Rusia.
Muchos siguen en Crimea y los que huyeron a otras zonas de Ucrania se están preparando para hacer frente a las tropas de Vladimir Putin.
«Pasé veinte años de mi vida en el mundo de la lucha. Si vienen, estamos preparados para recibirlos», afirma a Efe Fevzi Mamutov, campeón de Europa y bronce mundial de lucha olímpica que lidera la comunidad tártara en la ciudad sureña de Odesa.
Huyó de Crimea en el 2014 porque, como luchador y militar profesional, no podía quedarse allí. Sus padres, que siguen en la península ocupada, le pusieron Fevzi en honor a un hermano de su madre que murió con seis meses de edad en un vagón mientras los soviéticos lo deportaban a Uzbekistán.
«Sabemos por lo que luchamos»
Su familia volvió a Crimea en 1991, año en que nació Fevzi, que colabora ahora en Odesa en un centro de la comunidad donde tejen redes de camuflaje y cocinan comida para los soldados ucranianos.
En una de sus clases, convertida en su despacho, evoca el sentir de sus compañeros tártaros. «Unos días antes de la guerra, los reuní en esta sala y hablamos sobre qué íbamos a hacer si empezaba. Dijeron que era un honor luchar y hacer frente a nuestros enemigos, porque sabemos por lo que luchamos».
Los rusos, denuncia, mantienen «como rehenes» a los tártaros de Crimea y registran sus casas. Desde que comenzó la invasión de Ucrania, acompañan esos registros con disparos al aire, unas prácticas que para Fevzi solo generan una espiral destructiva.
«En los registros hay muchos niños presentes que no solo sienten miedo, sino también odio. Sabemos que el odio no es un sentimiento creativo, es un sentimiento destructivo. Por estos bastardos que están ahora en Crimea, nuestras futuras generaciones están creciendo con odio».
En Odesa había alrededor de 1.500 tártaros antes de la guerra y en Ucrania (sin contar Crimea) alrededor de 20.000. Fevzi no sabe cuántos se han ido del país, pero sí que muchas mujeres y hombres «decidieron quedarse porque iban a ser más útiles aquí luchando contra los enemigos».
Ellos, dice, saben bien a quién se enfrentan porque ven el cambio que han sufrido los habitantes de Crimea en ocho años. «En Odesa, incluso mi niño, que está en tercero de primaria, puede ir al profesor y decirle lo que no le gusta, pero en Crimea y en Rusia no hay crítica».
«Hace muchos años los tártaros crimeanos ya decían que Rusia es una burbuja creada con mentiras», afirma, y no cree que Ucrania llegue a un acuerdo con Rusia para cederle la península. «No es razonable».
Enemigo común
En la calle, junto al centro social tártaro de Odesa, preparan todos los días en una gran olla «pilav», un plato de arroz típicamente turco, para repartirlo luego por puestos de control y edificios militares de toda la ciudad.
Ahora, los tártaros se sienten aún más cerca de sus compatriotas porque comparten un enemigo común. «Los ucranianos y los rusos se parecen físicamente porque son eslavos, pero no se gustan en la mente y en el corazón. Ahora, por primera vez en la historia, los ucranianos odian a los rusos», dice Fevzi.
Pero sugiere que eso cambiará y deja caer una teoría impresa en su genética: «A sus hijos no les gustarán los rusos. Sus nietos, ni se darán cuenta de que están ahí. Sus bisnietos, serán sus amigos. Sus tataranietos, lucharán contra ellos».