El excanciller alemán se ha significado por ser un lobista del mandatario ruso y en su país se le considera incluso un asalariado de Gazprom, la mayor empresa gasística privada de Rusia, pero de facto controlada por el Estado
28 feb 2022 . Actualizado a las 11:46 h.Entre las acepciones de muñidor destaca la de aquel que fragua intrigas o urde planes en busca de beneficios propios. Bien podría parecer el papel que desempeña Gerhard Schröder desde que abandonó, no sin polémica, la cancillería alemana en el 2005 —tras dos mandatos— y el liderato del partido que le encumbró, el SPD, hoy de nuevo al frente del Ejecutivo germano con Olaf Scholz.
Pero el protagonismo que ha vuelto a recuperar la figura de Schröder no viene precisamente de la política sino de los tejemanejes que mantiene con Putin y sus negocios con el gas. Hoy por hoy, se le considera incluso un asalariado de Gazprom, la mayor empresa gasística rusa controlada por el Estado pese a la apariencia, en la gestión, de una compañía privada.
Desde que se despojó de sus ataduras políticas, el carismático canciller tuvo claro que los negocios formarían parte de su nueva etapa, a modo de las tan cuestionadas puertas giratorias. No le importó que su calidad ética quedase en entredicho cuando hizo de consultor y relaciones públicas para el grupo editorial suizo Ringier AG, una de las principales compañías periodísticas de Europa central con sede en Zürich. Pero convertirse en presidente del consorcio Nord Stream I, el gasoducto que circula bajo el lecho del Báltico que nutre directamente del combustible a Alemania desde Rusia fue la gota que colmó el vaso ante la opinión pública de su país. Se le criticó duramente por lanzarse a ganar dinero a espuertas en el sector privado a los pocos días de dejar la cancillería y, sobre todo, a costa de un proyecto empresarial que era el fruto de un acuerdo político entre él y Putin.
Su amistad con el oligarca ruso es, a estas alturas, inquebrantable, por encima incluso de los intereses de su país en el conflicto bélico que acaba de comenzar en Ucrania y del que se desconocen sus consecuencias. Pocas semanas antes de que comenzase la escalada rusa contra la exrepública soviética, Schröder no solo aceptaba formar parte del consejo de administración, sino que lanzaba airadas críticas contra el Gobierno de Kiev, poniendo con ello en series aprietos al Ejecutivo de su propio país —ante los ojos de sus socios comunitarios y de la OTAN— sobre el papel que Alemania desempeñaría en esta crisis bélica. No es para menos, la locomotora germana está a expensas de cómo gire la válvula del gas ruso y su desempeño en este conflicto no deja de resultar comprometedor. Más aún si se cuestiona, como parece pretender al que llaman señor del gas, su credibilidad ante Occidente.
Ahora que ha estallado el conflicto bélico, Schröder tendrá que ponerse de perfil y esperar al desarrollo de unos acontecimientos desencadenados después de que Putin eligiese la peor de las opciones que tenía entre sus manos para resolver el conflicto con Ucrania: declarar la guerra.
Con 77 años cumplidos, los compromisos de Schröder con Rusia le vinculan más allá de los pingües beneficios que le proporciona el preciado combustible. Su faceta más personal. Pese a que siempre veló por resguardar su vida privada del foco público, fueron sonados sus numerosos matrimonios —se le atribuyen más de cuatro y la convicción de que hay que cambiar de pareja cada doce años— y solo con su última esposa, Doris, decidió adoptar dos hijos. Los dos son rusos.
Queda por ver si a este invitado en algunos actos institucionales y de su partido se le reservará aún la plaza de asistente por cortesía o, por el contrario, decide cruzar definitivamente la frontera y terminar su dorada jubilación a la sombra del mandato de un Putin que es, en definitiva, quien le paga.