César Carballo, médico: «A mi primer paciente lo tuve que emborrachar para que no perdiera la vista»
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Siente verdadera pasión por lo que hace, atender en urgencias a pacientes, muchos de ellos entre la vida y la muerte. «Ahí te das cuenta de cómo te puede cambiar la vida en un segundo. El futuro está muy bien, pero mejor ahora», dice este profesional
25 dic 2021 . Actualizado a las 10:11 h.Tras veinte años en primera línea sanitaria, el doctor César Carballo (Madrid, 1972), que muchos conocimos a raíz de la pandemia por sus apariciones televisivas, acaba de publicar su primer libro en solitario, Desde la trinchera, en el que nos presenta casos de pacientes al límite, nos habla de cómo funciona nuestro cuerpo, nos muestra la fiereza de los sanitarios en situaciones extremas y nos revela las carencias y fallos del sistema y los humanos, que también suceden.
—¿Sin el covid no habrías escrito este libro, o sí?
—Me encanta escribir, y me hubiese encantado escribirlo mucho antes, pero ahora tengo el apoyo de una editorial. Cuando me lo plantearon, les dije: ‘Me encantaría, es más, ya lo tengo pensado‘.
—¿Qué te atrae de las urgencias?
—La variedad de casos. Pasas de unos muy leves a otros muy graves en un minuto, incluso en la misma guardia tienes situaciones trágicas y otras cómicas… Esa rapidez, esa diferencia de casos, de repente viene un ictus, un infarto, un atropello, o viene un intento autolítico… es lo que me gusta. Tienes que saber mucho de todo, si no, es complicado.
—A día de hoy, se llega de rebote, ¿no? Tú eres médico de familia….
—Claro, luego tienes que formarte porque igual el internista no sabe nada de ginecología o de ojos, o el neumólogo de ecografía invasiva… Todo eso lo tenemos que aprender por nuestra cuenta, por eso pedimos una especialidad donde formarnos.
—Es la línea entre la vida y la muerte, ¿no?
—Tú tienes un accidente de moto y no se te ocurre ir al centro de salud. Fíjate, nosotros pase lo que pase no hemos cerrado, Primaria sí , se atendía telefónicamente y la gente tenía que venir a urgencias porque no tenía la respuesta que necesitaba. Urgencias hemos estado en todas las catástrofes que han pasado en los últimos 40 años dentro de nuestro país, y muchas veces fuera. Te encuentras casos terribles, trágicos... con esta pandemia nos hemos encontrado absolutamente de todo.
—Estos dos últimos años ha sido la vía de entrada. Nadie pedía una cita para decir: «Tengo coronavirus».
—Claro, muchas veces te duele la cabeza, se pide cita en Atención Primaria y te dan para dentro de cinco días. ‘Es que a mí me duele hoy, dentro de cinco días no sé lo que va a pasar‘. Esa queja la escuchamos mucho. Es verdad que hay que invertir en Primaria, pero la gente no es tonta, sabe adónde van y los atienden enseguida. Puede que tengas que esperar, pero vamos a atenderte. Al final se está haciendo un uso de las urgencias que deberían atender en otros niveles hospitalarios o extrahospitalarios. Por ejemplo: ‘Tengo una operación pendiente, pero me la han cancelado y a mí esto me duele‘ o ‘me han dado una colonoscopia para dentro de un año‘. Esto lo estamos viendo mucho estos meses, pero estamos aquí para lo que necesiten ustedes.
—¿A veces se hace un uso indebido?
—No es indebido, porque a alguien que le duele algo y que no le dan solución, yo no creo que sea indebido, pero es verdad que llevamos mucho tiempo de desinversión en el sistema, y eso se nota. Los niveles más expuestos, a los que la gente puede acceder directamente, son los que más lo notan, en concreto Primaria y nosotros.
—Insistes en el libro en que nadie te prepara para comunicar un fallecimiento, y en Urgencias, por desgracia, es parte del día a día. ¿Recuerdas la primera vez que te tuviste que enfrentar a algo así?
—No recuerdo la primera vez, pero sí casos que te tocan. Un chaval que se mató con 25 años en moto, y los padres venían pensando que tenía una fractura en la pierna. Y tienes que decirles: ‘No, no, siéntense un momento‘. Ahí piensas: ‘Me hubiera gustado que me hubiesen enseñado a decir estas cosas‘, y desgraciadamente no te lo enseñan en la carrera, aprendes a lo duro. Se echa en falta cursos para aprender a dar malas noticias, no solamente fallecimientos, también decir: ‘Tienes una mancha en el pulmón y vamos a tener que ingresarte, probablemente quimioterapia, radioterapia, cirugía...‘. Te cambia la vida, y es muy importante decirlo de forma que la gente lo entienda, que vea tu cercanía, y eso se aprende con la práctica.
—¿A veces falla la comunicación entre médico-paciente?
—Sin duda, muchas veces, o no se han explicado bien las cosas o no se han entendido. En ocasiones falla la comunicación, y probablemente sea porque tenemos las consultas repletas, y no hay tiempo para pararse o decir: ‘¿Lo ha entendido? Pregúnteme‘. Eso es lo que tendríamos que hacer, pero estamos tan agobiados, estresados… Es el problema de tener listas de espera tan grandes, el personal está cansado, cabreado, deprimido, por eso es tan importante no tener un sistema límite.
—A tu primer paciente lo emborrachaste. ¿Cierto?
—Sí, sí, es real, fue mi primer paciente de urgencias, lo atendí siendo residente de primer año. Un paciente con una intoxicación por alcohol metílico, se había bebido el líquido anticongelante del coche, y el antídoto es alcohol etílico. En el hospital, a veces hay en ampollas, lo podemos conseguir, pero no teníamos tiempo. El alcohol metílico hace una neuritis, una afectación del nervio óptico, te puedes quedar ciego —de ahí viene lo de me pillé un ciego—. Había que dárselo rápido, le dimos alcohol desinfectante, y mandamos a su mujer a por una botella de whisky. Tenía que beberse la botella casi entera. Salvó la vista, pero viéndolo con perspectiva... Le estabas diciendo: ‘Que beba más‘, mientras que al de al lado, un paciente con el hígado hecho polvo: ‘Usted no puede beber, tiene que dejar el alcohol‘. ‘Siga, siga‘. ‘Usted no‘. Absolutamente cómico ese día. Me encantan las urgencias.
—¿Veis cosas muy raras?
—Rarísimas, muchas veces decimos que de película de Almodóvar. Muchas las he dejado fuera, se ven cosas al límite. Estamos pensando en hacer un programa de casos clínicos raros de urgencias, creo que va a ser muy interesante. Probablemente sea mi próximo libro.
—¿Ya tienes en mente algo?
—Es que fíjate si dan de sí, incluso para programas o series de televisión. ¡Cuántas hay de urgencias…!
—¿Qué te parecen?
—Al final tienes que meter carga, es una serie, pero la mayoría de los casos son reales. A veces decimos: ‘¡Madre mía, esto lo cuentas en la tele y no se lo creen! Y de lo que te das cuenta trabajando es de lo poco que apreciamos la vida que tenemos. Lo frágil y lo etérea que es. Seguro que ya tenemos planes para los próximos días y luego ves cómo en un segundo te cambia la vida. De ahí el deseo del libro, de que la gente se dé cuenta de eso y viva la vida. Eso de ‘cuando me jubile, ya cuando gane‘… El futuro está muy bien, pero mejor ahora.
—¿Los diagnósticos hay que soltarlos en cuestión de segundos?
—Hay patologías que cada minuto que pasa se está perdiendo tiempo de sacar al paciente bien, por ejemplo, un infarto, un ictus, una sepsis... Si te retrasas cuatro o seis horas el pronóstico es mucho peor. Por eso es tan importante tener a gente preparada en urgencias, no vale cualquiera. Somos cabezones en decir que la gente con más experiencia no se puede ir, que hay que tratar bien a las personas, que hay que tener un reconocimiento profesional, que muchas veces nos va la vida en eso.
—Dices que eres muy tranquilo. ¿Nunca pierdes la calma?
—Sí, soy muy tranquilo. Cuando estamos en una parada cardiorrespiratoria tienes que dar las órdenes precisas sin ponerte nervioso y sin poner nervioso al equipo, eso es muy importante, y creo que te lo da un poco los años, aunque hay gente que nace así. Yo habitualmente soy tranquilo para todo. En esto hay que tener la cabeza fría, pensar en off y decir las cosas claras sin dar gritos. Y eso lo hace el médico con experiencia, una persona tiene que estar fuera dando órdenes, y a mí eso se me da muy bien.
—Dejas caer que estás desilusionado, que ya no te motiva tanto como debería… ¿Significa que estás pensando en dejarlo?
—Cada cuatro o cinco años cambio de escenario —ha trabajado en el Hospital 12 de octubre, La Paz, Infanta Sofía, Ramón y Cajal—, creo que me viene muy bien. La pandemia me ha servido para tocar otras cosas que no había tocado, a mí me cuesta mucho hacer solo una misma cosa. Me gusta la informática, la programación, hablar en público... Hacer cosas diversas me mantiene activo, y luego es importante tener un reconocimiento de carrera profesional, ir ascendiendo. Yo ahora estoy de soldado raso como hace 20 años. Por eso es importante el reconocimiento de la especialidad, para que los médicos mayores vayan adquiriendo nuevas competencias: tú manejas el equipo, tú esto otro… Hacer lo mismo que hacías hace 18 años no motiva. ¿Que será la crisis de los 50? También, puede ser, pero tenemos que ser más creativos e intentar que la gente con más peso y experiencia vaya adquiriendo otros cargos de responsabilidad, porque si no la gente se quema.