Eduardo sufrió un ictus con 24 años: «Cuando me desperté estaba en silla de ruedas y no podía hablar»

ACTUALIDAD

ANGEL MANSO

Hace siete meses estaba paseando por un parque con su pareja cuando se desplomó. La rápida actuación fue clave. No era la primera vez que la vida le obligaba a frenar en seco

08 nov 2021 . Actualizado a las 15:42 h.

El último día de marzo de este año, hace tan solo siete meses, Eduardo iba paseando con su pareja por un céntrico parque de A Coruña, cuando empezó a notar que no podía hablar. Se sentó en un banco, y al levantarse, se desplomó al suelo. «Pensé en un brote de calor o algo que había comido, pero no me imaginé en ningún momento que era un ictus», cuenta este joven de 24 años. La rápida actuación de su pareja fue clave en las consecuencias posteriores. «Me dijeron que me salvé por la reacción. Si hubiera tardado más, ahora mismo sería más grave lo que tengo», confiesa. Enseguida llamó a los servicios de emergencia, y en pocos minutos lo trasladaron al hospital. De lo que pasó después de caerse al suelo, poco o nada recuerda. Cuando despertó, al segundo día de estar ingresado, estaba en la cama del hospital, y fue cuando se dio cuenta de que no podía mover ni el brazo ni la pierna derecha, y de que tenía la boca torcida «como si fuera Stallone». Tampoco podía hablar. Tardó dos semanas en poder hacerlo.«No me salían las palabras, me comunicaba por señas», dice. Fue su madre quien le contó lo que había pasado. «Me dijo que es algo que tenía que asumir, que no le pasa a muchas personas, pero cuando ocurre hay que aceptarlo y trabajar para recuperarse y encontrarse mejor», dice Eduardo, que por aquel entonces estudiaba para ser panadero, pero lo ocurrido le obligó a dejar a un lado su formación.

 Él fue el primer sorprendido con el diagnóstico, pero cuenta que a los médicos también les llamó la atención que alguien sufriera un accidente cardiovascular de este tipo con tan solo 24 años. Sin embargo, Eduardo señala que, a pesar de que fue algo inesperado, tiene, en parte, una explicación. «Con 18 años me operaron del corazón, y desde entonces estoy tomando Sintrom, un anticoagulante. Hay algunas comidas que contienen vitamina K, como por ejemplo, el chocolate, la piña o el kiwi, que pueden descompensar la función del medicamento», explica. Él era conocedor de estos condicionantes, y sabía desde hacía tiempo cómo y cuándo podía tomar ciertos alimentos. Así es que suele dosificar su ingesta, y cada semana se decanta por uno de ellos, porque muy a su pesar, le gustan todos.

La semana anterior a que sufriera el ictus había comido piña. «No le di importancia —dice—, porque alguna vez la puedo tomar, siempre y cuando tenga controlado el Sintrom. Pero no sé... Me dio así». Estuvo 25 días ingresado. «El ictus puede venir de un coágulo o de que una vena se haya roto, y a mí me pasaron las dos cosas, por eso me operaron tan rápido», cuenta este coruñés que aunque confiesa no ser muy deportista, le gustaba jugar al fútbol, y «ahora mismo lo ve muy lejos». 

RECUPERACIÓN AL 70%

Al salir del hospital, la situación poco tenía que ver con el día a día de un chico de veintipico años. Los primeros días en casa la sensación fue de agobio. «Mis padres me tenían que ayudar para todo, para ir al baño, para ducharme, para comer... », recuerda. Con ayuda del logopeda, poco a poco le fueron saliendo las palabras, aunque reconoce que al principio se equivocaba bastante o pensaba la frase, pero no le salía. «Yo le decía a mi madre: ‘No sé ni cómo me entiendes‘», relata. Ya han pasado siete meses desde aquel 31 de marzo, y aunque él confiesa que le gustaría estar al cien por cien, sabe que no puede. Todavía está al 70 % de su yo de antes, pero los avances son notables. «He recuperado mucho. Estaba en una silla de ruedas, no podía caminar, ni ir al baño porque me caía. Primero lo hice con la ayuda de un bastón porque me caía, ahora puedo caminar, escribir, aunque me cuesta...», indica. En su recuperación ha tenido mucho que ver Adaceco, la Asociación de Daño Cerebral de A Coruña, adonde acude cuatro veces por semana a diferentes terapias. Recibe sesiones de fisioterapia, de terapia ocupacional, e incluso cuenta con la ayuda de una neuropsicóloga. «Poquito a poco voy dando pasitos, pero cada vez son más pequeños», apunta Eduardo, que ha retomado sus estudios de panadería.

Pero si hay algo que echa de menos, es que su mano derecha responda como antes. «Es una tontería, pero me fastidia bastante lavarme los dientes con la izquierda. Con la derecha tengo movilidad, pero se me cansa el brazo, tengo 30-40 segundos que estoy bien, pero después no puedo seguir», explica. La recomendación de los médicos es que intente forzar cada día un poquito, «porque si no va a ir a más», pero si hay dolor que pare. Alguna que otra vez ha pensado que por qué a él, que ya había pasado por un problema de corazón anteriormente, pero a los pocos segundos él mismo se responde: «Ya está, tengo que pasarlo», cuenta Eduardo, que si fuera por la madurez, ya estaría jubilado.