El compositor de «El chiringuito», fallecido este miércoles a los 81 años, fue durante décadas el rey de la canción estival
04 nov 2021 . Actualizado a las 09:12 h.A Georges Mayer Dahan le gustaba la oscuridad del jazz, pero también la alegría de la música popular. Cuando trabajaba como profesor en Francia (había estudiado Magisterio, además de música) componía canciones para sus alumnos. Pretendía un aprendizaje más divertido. Una vez el padre de uno de sus alumnos, productor de televisión, le dijo si quería ir con ellos a un programa. Acudió y provocó un gran enfado entre el resto de los progenitores. «Me decían que los niños iban allí a aprender, no a cantar», explicaba en una entrevista publicada en La Voz en el año 2004. La dirección lo expulsó. Desempleado y habiéndole cogido gusto a lo de fabricar melodías felices, se puso a grabar discos para niños en francés. Entró de ese modo en el mundo del espectáculo. Y no salió ya más.
Le quedó el apego por el jazz, en donde le gustaba refugiarse ejerciendo como clarinetista o saxofonista. Ahí se encontraba su vida más desconocida, tocando en clubes con colegas en paréntesis de su ocupación principal, la de propagador de algunas de las canciones más pegajosas, adictivas, bailadas y cantadas de la música popular en castellano. Temas como El bimbó, El africano o El chiringuito están incrustadas en la banda sonora de España de por vida. Ayer, cuando trascendió la muerte del cantante en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, sonaron en la mente de medio país y sin necesidad de pulsar ningún play.
Georgie Dann pertenece a ese tipo de artistas como Manolo Escobar, Alaska o Lola Flores, con los que un país entero establece una relación casi familiar. Siempre estaba ahí. Y cuando desaparecía, la gente preguntaba por su ausencia. En 1965 aterrizó en España para representar a Francia en el Festival del Mediterráneo con Tout ce que tu sais. Tras esa experiencia, le surgieron contratos en Latinoamérica. Aprendió el idioma en Venezuela, Argentina y México. Se embadurno de aquella música latina que había avistado con las incursiones en la bossa-nova de su adorado Stan Getz. Y perfiló, poco a poco, el canon de composición que lo haría famoso.
Pese a todo, el primer gran éxito llegó con aires rusos. El casatschok en 1969, una canción que miraba a la Unión Soviética con cuello vuelto y casaca y dos bailarinas con minifalda y botas altas, a lo Nancy Sinatra. Extravagante e hilarante, se convirtió en un éxito que abriría la puerta a una omnipresencia en la cultura pop española, con especial intensidad en verano, estación del año en la que se coronó como el monarca absoluto.
La receta ganadora del artista se concretizó en estribillos adhesivos, alegría instrumental, letras picantes con dobles sentidos y, siempre, un baile acompañándolo todo. En los setenta de suecas en Torremolinos y 600 circulando por la N-VI logró el éxito con El bimbó, Paloma blanca y Mi cafetal. En los ochenta del top-less y latas de Nivea azul, se hizo célebre con Moscú, El africano, El negro no puede y El chiringuito. Y en los noventa de Barcelona 92 y la proyección europea triunfó con La barbacoa y el reciclaje continuo de sus viejos hits.
Una imagen mítica
Aquel artista de americanas blancas, tacón cubano, sonrisa perenne y laca en el pelo intensamente negro era un fijo en los programas de variedades. Iba secundando siempre por una cohorte de bailarinas. Danzaban esas coreografías repletas de saltitos, sonrisitas y un pseudoerotismo que entonces sonaba a travesura. No se cuestionaba el sexismo de las letras de las canciones. Al contrario, se celebraban con alborozo versos como «Las chicas en verano / no guisan ni cocinan / se ponen como locas / si prueban mi sardina». O «está el menú del día / conejo a la francesa / pechuga a la española / y almejas a la inglesa».
Son líneas de El chiringuito. Como la gran mayoría de su producción lleva su firma en la composición. También su visión comercial clara y decidida. Esa en concreto, editada en 1988 cuando el músico era una máquina de generar beneficios, obtuvo el rechazo inicial de su discográfica. Al presentarla le dijeron, riéndose, si había perdido la inspiración, que a ver a quién le iba a interesar un tema así. Al final, la editaron, advirtiéndole que no iban a invertir en ella en promoción. El resto de la secuencia la conoce todo el mundo. Pocas canciones han sonado tanto y han servido para definir el concepto de canción del verano como esa.
El artista que se tomaba lo banal con seriedad, trabajo y disciplina
Georgie Dann destacó en un género que nunca ha contado con el cariño de los especialistas. Tachado de facilón o vulgar, rara vez se resalta el esfuerzo y la pericia. En una entrevista en La Voz del 2017 reivindicaba el trabajo que había detrás de sus éxitos: «Muchas veces el término de canción del verano no se aplica como algo serio, pero yo siempre me lo tomé con mucha disciplina. La barbacoa ha ido pasando de generación en generación y se canta. Sigue viva. Hoy sigo intentando hacer las canciones de la mejor manera posible».
Sin embargo, a finales del los noventa su carrera ya se empezaba a resentir. Lejos de los bombazos del pasado, sus nuevos temas carecían de la pegada de antaño. Además, le había aparecido la competencia de Macarena de Los del Río, Bomba de King África o Livin' la vida loca de Ricky Martin. En los últimos tiempos lanzó títulos como El veranito, La batidora, La cerveza, Viva el vino o Buen rollinksi, una revisión de El casatschok actualizada para el Mundial de Fútbol 2018 («Buen rollinski en el campo y en la grada / Si no hay gol tendremos que cantar»).
En cualquier caso, con la llegada de los rayos de sol, siempre surgía la pregunta: ¿Qué fue de Georgie Dann? Este periódico la hizo en el verano de 2019. Emilia García, su esposa y mánager, contestaba que el artista se encontraba en América. Su plan consistía en revisar viejos clásicos con colaboraciones en otoño con la idea de editarlo en el 2020. Y volver a la carga. Había que demostrarles a Luis Fonsi y Bad Bunny quién era al rey. El covid-19 desbarató el verano y el proyecto se quedó ahí, como tantos. Ahora con la movilidad mermada, se sometía a una operación de cadera. Muy débil y con otras patologías, le advirtieron de los riesgos que asumía al entrar en el quirófano. No consiguió salir adelante. Tenía 81 años.