Elizabeth Holmes, ascensión y caída de uno de los mitos de Silicon Valley

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PETER DASILVA | Reuters

La fundadora de Theranos, empresa hoy desaparecida, hizo una inmensa fortuna sobre la promesa falsa de una revolucionaria tecnología para los análisis clínicos, y hoy se enfrenta a cargos que podrían costarle hasta 20 años de cárcel

12 sep 2021 . Actualizado a las 20:29 h.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que en Silicon Valley bebían los vientos por ella. En aquel firmamento trufado de estrellas ella era la más rutilante. Tenía a todos rendidos a sus pies. La sucesora de Steve Jobs llegaron a proclamarla algunas voces. Ahí es nada. Y ella, claro, encantada. Hasta solía vestir de negro riguroso, como el mago de Apple, para alimentar esa leyenda. Todo un despropósito, se ha demostrado con el tiempo.

Y es que, de aquel resplandor ya nada queda. Su estrella se apagó. Repudiada por todos los que en su día la encumbraron, se enfrenta estos días Elizabeth Holmes (Washington, 1984) a un calvario en los tribunales estadounidenses. Acusada de un gigantesco timo. De los que hacen historia. Se cansó de proclamar a los cuatro vientos que ella y su empresa, Theranos, hoy desaparecida, tenían en sus manos una tecnología que era una joya.Toda una revolución en el capítulo de los análisis clínicos. Nada de costosas pruebas de laboratorio, ni de laboriosas extracciones de sangre. Un único pinchazo en el dedo, una sola gota de sangre, y se podían detectar enfermedades como el VIH o la diabetes. Hasta cien diferentes. Barato, seguro, efectivo y al alcance de todos. Y eso en un país, Estados Unidos, en el que la sanidad, ya saben, puede acabar saliéndole a uno por un ojo de la cara.

Brendan McDermid | Reuters

Treinta años contaba la joven Holmes cuando su nombre refulgía con fuerza en la lista de las grandes fortunas de Forbes. Varios miles de millones de dólares lo alumbraban. Para que se hagan una idea: Theranos llegó a estar valorada en 9.000 millones de dólares. Había fundado la empresa con solo 19 años, tras abandonar los estudios, empleando el dinero que sus padres habían ahorrado para pagarle la carrera universitaria. Movida, contaba entonces para deleite de sus admiradores, por un miedo atroz, y algo infantil, admitía, a las jeringuillas. Eso, y el dolor que le causó la muerte de un tío suyo, fallecido a causa de un cáncer que no supieron detectarle a tiempo.

A todos encandilaba con su relato. Y fueron muchos los que decidieron confiarle el dinero a Theranos. Entre ellos, inversores tan conocidos como el magnate de la comunicación Rupert Murdoch, el expresidente Bill Clinton o Carlos Slim, el titán mexicano de las telecomunicaciones. Para cuando salió a Bolsa, Theranos ya formaba parte del selecto club de los unicornios (nombre con el que se designa a las empresas cuyo valor supera el listón de los mil millones de euros antes de su salto al parqué). Y sin que a nadie se le ocurriera solicitar la más mínima prueba que respaldase aquel milagro.

Abraldes

No tardó mucho aquel castillo de naipes en venirse abajo. Y es que, resulta que lo que Holmes vendía no era más que humo. Una trilera disfrazada de maga de la biotecnología resultó ser. Ni máquinas prodigiosas del tamaño de una impresora, ni análisis exprés, ni diagnósticos ultrarrápidos capaces de salvar millones de vidas. Todo mentira. Lo destapó The Wall Street Journal.

Aquel monumental engaño le puede costar a la exempresaria hasta 20 años de cárcel. El juicio no ha hecho más que empezar, pero hace ya tiempo, mucho, que el mundo de las finanzas, el mismo que tanto la adoró, la condenó al olvido.