En su novela «No oigo a los niños jugar» la escritora y trabajadora social da voz a jóvenes adictos y sus fantasmas
15 jul 2021 . Actualizado a las 09:39 h.La génesis de un libro puede ser un notable prólogo del mismo. Le ha ocurrido a Mónica Rouanet con su tercera novela No oigo a los niños jugar (Rocaeditorial). Habló de ella en la Semana Negra de Gijón y en Galicia en la librería Cronopios de Santiago y la Fnac de A Coruña. Esta alicantina afincada en Madrid es especialista en pedagogía, trabaja con jóvenes en riesgo de exclusión social y «los espacios que nos dejan son rarísimos. En 2016 me llevaron a un nuevo edificio que había sido residencia-orfanato de niños sordos. Estuvo abandonado muchos años y lo volvieron a abrir como residencia de la Comunidad de Madrid. Las dos últimas plantas estaban cerradas y daban un miedo que no veas».
Un día subió con unos compañeros a dichas plantas: «Estaban las habitaciones de los niños, casi todas vacías pero algunas tenían las camitas hechas; dibujos colgados en las paredes, juguetes... Empecé a hacer un montón de fotos y un vídeo». Al mostrar esas fotos en una reunión familiar descubrió que en una de ellas «salía la sombra de un niño en un pasillo. No creo en cosas raras. Esa foto la hice yo y pienso que tiene que haber una razón lógica». Además «en un vídeo todo en negro se oye una voz: ‘Hola chicos, ¿dónde estáis?’. Pensé que me estaba gastando una broma».
Pero aún hubo más: «Hablé con la señora de la limpieza, la que más tiempo llevaba allí. Le conté lo que había visto, lo del niño y me dijo: ‘Ese es Fernandito’. Era un niño que vivía allí, que murió porque salió a la calle a por el camión de las chuches y justo pasaba un taxi que lo atropelló y lo mató. Me lo contó como si conociera al niño de verlo todos los días».
—En la novela aluden a una sugerente pintada que dice: «Sobran las palabras cuando la ciudad duerme y nosotros vivimos»...
—Esa pintada la vi en una de las plantas. A partir de ahí empecé a hilar y a crear una historia en la que unía lo que había sido el edificio con lo que yo lo disfrazaba ahora: un psiquiátrico de adolescentes donde todos o casi todos tienen una patología mental. La novela tiene el trasfondo de los fantasmas pero lo que quería era mostrar la dificultad de los niños y adolescentes que son diferentes a la hora de encajar en la sociedad porque es casi lo que más miedo da: lo de los trastornos psiquiátricos.
—Los cortes en las muñecas de la protagonista también imponen...
—Alma, la protagonista, es una chica de 17 años. Sufre un shock postraumático después de un accidente en el que se queda atrapada cuatro horas dentro del coche con los cadáveres de su familia. Ella tiene un shock horrible, queda sola y se corta las venas. Tras ese intento de suicido la internan en la clínica. Desde sus propios ojos vemos cómo se siente ella y cómo se sienten los otros jóvenes con patologías diferentes a la suya: tenemos a Luna que es una chica llena de adicciones; a Mario que es un esquizofrénico paranoide; a Ferran que es un obseso del sexo; a Gabriela con anorexia... Y en los capítulos alternos vemos a Fernandito y a otro niño que también se cayó de lo alto del edificio; les oímos hablar: el mayor le cuenta cómo eran las cosas antes y cómo son ahora. Y así sabemos cómo se sentían los niños sordos de antes, los que vivieron allí.
—Parece «Los otros»...
—Sí, ya me lo han dicho, pero esta novela no tiene nada que ver con la película.
—¿Por qué esa mezcla de fantasmas y personajes reales?
—La historia de los fantasmas es el enganche, porque siempre llaman más la atención, pero la novela es una crítica social: ahora se dice que estamos sometidos a los niños y a los adolescentes. ¡No! Estamos queriendo que los niños y adolescentes hagan lo que nosotros no pudimos hacer y se lo encasquetamos a ellos. Es necesario escucharles porque en cuanto dicen algo que se sale de lo que nosotros querríamos oír decimos que son cosas de la edad y no pasa nada, no pasa nada... ¡Claro que pasa! No te puedes imaginar la lista de espera que tenemos. Han aumentado los niños y adolescentes con daños mentales muchísimo. Es terrible.
—¿A causa de la pandemia?
—A raíz del encierro. La adolescencia es el momento en el que estamos encontrando nuestro lugar, nuestro hueco, estamos empeñados en encajar. Estás formándote, además de físicamente como persona. Y de pronto te separan de tu grupo. Vale que tenemos las redes sociales, pero llevan a confusión porque la comunicación no verbal, aunque te estén viendo, no existe tal cual. Tu no ves la tensión... Estás perdiendo la oportunidad de verte en espacios diferentes que no sea tu casa de fondo, con tus padres en la otra habitación. Están perdiendo un montón de cosas. Y esto les ha hecho polvo.