Llegó el día y pilló a la oposición con la munición agotada. No solo consumió el arsenal de improperios y descalificaciones, sino que muchas balas resultaron de fogueo y algunos tiros le salieron por la culata. Pedro Sánchez, el presunto traidor que vende la patria por las lentejas de la Moncloa, ha salido incólume de la precampaña de los indultos. Yo diría, aunque el tiempo lo dirá, que incluso reforzado.
Reconozcamos que su estrategia, a contrapelo de las encuestas, fue audaz. No aprobó las medidas de gracia con nocturnidad y verano, como pronosticaban los más sesudos analistas. Tampoco, una vez anunciada su decisión, se dio prisa en llevarla al BOE, desoyendo el consejo de sus partidarios. No rehuyó el debate, ni recurrió a su manual de resistencia, ni confió en la terapia del olvido para hacerse perdonar, sino que pasó al ataque.
Durante un mes, Sánchez se dedicó a explicar su teoría de la distensión y la concordia, en Cataluña y con Cataluña, y la pedagogía, unida a un par de clamorosos errores de la derecha, cosechó éxitos inesperados. Los socialistas críticos, tras una rápida digestión, pasaron de la «desgracia» (García-Page) a la gracia de los indultos, que tienen una «intención saludable de distender y recuperar una vía política» (Felipe González). El PP cayó en la trampa, pinchó en Colón y todavía anda Pablo Casado negando a Díaz Ayuso y su manifiesto de los persas, aquel que pedía a Fernando VII que anulase la Constitución para no ser cómplice de los liberales. Los sindicatos y patronal compraron la mercancía. Los obispos catalanes, partícipes en los colones que le hicieron a Zapatero, esta vez bendicen los indultos que la derecha tacha de inmorales.
Sindicatos, empresarios y obispos se han convertido en «cómplices» de Sánchez, según Pablo Casado: «Con todo mi respeto, somos los diputados y senadores los que representamos la soberanía nacional». Olvida el presidente del PP que los representantes de la soberanía nacional ya se han pronunciado y de forma contundente: 190 votos a favor de los indultos, 152 votos en contra. Habló el Congreso y lo hizo a instancias precisamente del PP. Segundo tiro por la culata: lo que era una decisión exclusiva del Gobierno se ha convertido también en un mandato del Parlamento cómplice.
Sánchez ganó la batalla porque encontró cómplices en todas partes. ¿Y ahora, qué? Los indultos no son la panacea ni el bálsamo de Fierabrás, pero sí una oportunidad para la distensión. Un puente que permanecerá abierto en lo que resta de legislatura. Ni Pedro Sánchez ni Pere Aragonès, por motivos más pragmáticos que ideológicos, permitirán que se destruya. La economía, a partir de ahora, toma el mando. «Nos vamos a salir del mapa, España podría crecer casi al 9 %», proclama Ana Botín y asienten Pablo Isla y Álvarez-Pallete. ¿Alguien cree que, en ese contexto, Esquerra colocará como prioridad salirse del mapa español y Aragonès la de hacerse un Puigdemont? La pela es la pela. Y la amnistía y la autodeterminación, solo un molesto sonsonete de fondo. Cada vez, espero, menos audible.
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