Pedro Sánchez se halla al borde del barranco y se dispone a saltar. La imagen la utilizó Iván Redondo, su jefe de gabinete, para subrayar su lealtad ciega e incombustible: se tirará con él al precipicio. Yo la uso en sentido distinto: para significar las tres posiciones políticas ante la decisión de indultar parcialmente a los doce presos del procés.
Primero, la posición de la derecha, la misma que volverá a retratarse en la plaza de Colón, pero cuidando esta vez de que la foto salga velada. Declara casus belli los indultos, pero solo de boquilla, porque desea fervientemente que Sánchez se arroje al vacío y se esmendrelle en el fondo del barranco. La legislatura habrá «acabado», palabra de Casado, y el PP volverá a la Moncloa. De hecho, si el presunto suicida se arrepiente, vaya chasco. El pintor del apocalipsis quedaría colgado de la brocha en la bóveda del Congreso. Que no nos engañe, pues, la escandalera montada. La recogida de firmas, las movilizaciones callejeras y las mociones en los ayuntamientos no persiguen torcer la voluntad de Sánchez, sino que buscan únicamente asegurarse de que el golpe sea mortal.
En otra categoría se inscriben ciertos barones y no pocos dirigentes socialistas que también se oponen a los indultos. Para ser justos, habría que analizar una a una las diversas posiciones. Para no meter en el mismo saco la matizada respuesta de Felipe González -no «en estas circunstancias»-, la viperina sentencia de Alfonso Guerra -indultos ilegales-, el torticero juego de palabras de García-Page -no medida de gracia, sino desgracia- o la opinión contraria de algún ministro. Pero todos comparten una máxima: ninguno arguye que la decisión sea mala para España, todos sugieren que será desastrosa para el PSOE y agua bendita para el PP. Esa, aparte de saldar cuentas pendientes con Sánchez, es su preocupación fundamental: la factura que pagará el partido.
Y aquí tenemos al presunto suicida que cobra impulso para lanzarse al vacío. Contra viento y marea y encuestas. Y sordo al clamor mayoritario: el sincero de quienes ven peligrar sus parcelas de poder y el hipócrita de quienes se frotan las manos porque ya visualizan los huesos del enemigo desparramados en el fondo del barranco. ¿Por qué, «en estas circunstancias», Sánchez se empecina en los indultos? La derecha dice que para congraciarse con ERC y «alargar artificialmente la legislatura». Aparte de la contradicción -¿en qué quedamos: prórroga o desahucio?-, el argumento no se sostiene. Aprobados los presupuestos, con la pandemia en retirada y la recuperación económica en ciernes, Sánchez no necesitaba meterse en este fregado para agotar la legislatura.
¿Por qué lo hace, pues? Solo hallo una respuesta plausible: por motivos de «utilidad pública» que el Tribunal Supremo no ve. Para introducir un elemento de distensión en el polvorín catalán. Si los indultos sirven para eso, bienvenidos sean, aunque Sánchez se rompa la crisma contra las urnas. Hipótesis esta por demostrar, ya que no siempre los ciudadanos castigan la medida impopular y necesaria.
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