«¡Corrí mucho!», dice el español que se salvó de los yihadistas en Mozambique

La Voz REDACCIÓN / AGENCIAS

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Un grupo de desplazados tras el ataque yihadista en la ciudad mozambiqueña de Palma
Un grupo de desplazados tras el ataque yihadista en la ciudad mozambiqueña de Palma

El superviviente del ataque, que provocó decenas de muertos, regenta un pequeño hotel en el centro de la ciudad de Palma

05 abr 2021 . Actualizado a las 20:59 h.

«¡Corrí mucho, corrí mucho!», confiesa a Efe Francisco Javier, el español que logró salvar la vida durante el sangriento ataque yihadista perpetrado el pasado 24 de marzo en la urbe costera de Palma, en el norte de Mozambique. «Todos salimos corriendo, todos teníamos miedo. Era el sálvese quien pueda», relata Javier -de 43 años y oriundo de Madrid- desde la provincia de Cabo Delgado, donde está la ciudad asediada por terroristas del grupo Al Shabab.

El superviviente, residente desde el 2013 en Mozambique, regenta «un hotel pequeñito, de doce cuartos» en el centro de Palma, en el que se hallaba cuando ocurrió el atentado, que ha causado «decenas» de muertos -según el Gobierno mozambiqueño- y miles de desplazados.

«Pasó lo que pasa muchas veces. Como siempre, se oye un aviso, de que parece que viene alguien, que nos van a atacar. Empieza a haber movimiento de gente, que sale, que huye y, como siempre ha habido avisos, siempre era lo mismo y después no pasaba nada, pues nos lo tomamos con tranquilidad», rememora.

«Al final, llegadas las 16.30 o así, la verdad es que se ve la cosa muy alarmante, ya hay mucho movimiento, ya se van escuchando tiros», explica Javier, el único ciudadano español que se encontraba en Palma en el momento del ataque.

«No entré en pánico, más sí vi el miedo, sí vi el terror», admite el hotelero madrileño, que, junto a un amigo y la cocinera de su establecimiento, decidió huir en un automóvil hacia la playa, donde lo dejó aparcado en las proximidades de un conocido hotel.

«Imagínate una guerra»

«[Entonces] empezamos a caminar. Pasamos momentos de miedo, estás escuchando tiros, no sabes qué es lo que pasa. Y estrés. Mucha gente huyendo con maletas, con comida (...). Y escuchando ruido de armas, de todo. Imagínate una guerra».

«Y andando, andando, andando llegamos hasta la playa», que estaba «bastante lejos de Palma» en dirección a la vecina Tanzania, dice el madrileño, que cree que pasaron, andando y corriendo, unas cinco horas. «Estaba tan cansado. Perdí las chanclas. Y me dolían los pies, tenía heridas en los pies».

Al caer la noche, recuerda, «nos tapamos los pies con arena porque hacía mucho frío». Ya por la mañana del día 25, «cuando nos levantamos, buscamos un barco».

«Vimos unas embarcaciones con unos chicos que lo que hacían ahí es ganar dinero, aprovechar la situación, como pasa en muchos casos. Entonces alquilamos un barquito a vela. Conseguimos cruzar hasta la isla que está enfrente».

De ahí, viajaron hasta una zona, en la que durmieron «un poco protegidos», hasta que pudieron alcanzar la península de Afungi, a algo más de diez kilómetros de Palma, tras una odisea de tres días, «todos cansados, sin comer, sin beber».

En Afungi, cientos de personas se refugiaron en las instalaciones fortificadas de la petrolera francesa Total, que lidera un multimillonario proyecto para construir una planta de licuado de gas natural de varios yacimientos en la zona.

«Debe de ser que tengo siete vidas»

«Yo, cuando llego ahí, después de estar todo el día en el barco, me había achicharrado toda la piel», dice Javier. En Afungi, contó con la ayuda de un familiar que le puso en contacto con su esposa y pudo conseguir vuelos para viajar a Pemba, capital de Cabo Delgado, y ponerse a salvo.

El gerente hace ahora gestiones para evacuar a todo el personal de su hotel. «Unos conseguí que salieran, otros están esperando. Parece que (...) todo está más tranquilo».

El afortunado ciudadano español desconoce si llegaron a irrumpir en su hotel los terroristas, a quienes nunca llegó a ver. «¡Y me alegro!», exclama.

«Vi el movimiento y entendí que estaban [los yihadistas] porque escuché los disparos, pero no llegué a cruzarme con ninguno, lo que, para mí, es una suerte. No te podría decir ni cómo visten, ni cómo van (...). Si me los hubiera encontrado, yo creo que no estaría aquí contándolo».

«Yo me sentía seguro» en Palma, que «es mi casa», subraya, al sentirse «agradecido por la suerte mía y de los compañeros».

Pese a la conmoción del suceso, Francisco Javier tira de sentido del humor y, para explicar su buena estrella, alude al apodo de «gatos» que se aplica a los madrileños. «Debe ser -zanja- que tengo siete vidas».