Unos 1.500 exiliados entrenados y financiados por EE.UU. intentaron asaltar la isla con un fallido golpe que sirvió para consolidar el régimen de Fidel Castro
01 abr 2021 . Actualizado a las 15:26 h.Seis décadas después de la fallida invasión de Bahía de Cochinos (1961), los cubanos exiliados protagonistas de aquella operación siguen convencidos de que fracasó por la falta de compromiso e indecisión del entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, los cambios de planes y la falta de cobertura aérea para amparar el desembarco. Defienden con firmeza no exenta de amargura que, de haber triunfado la invasión, se habría evitado una dictadura comunista que se prolonga ya 62 años en la isla.
El 17 de abril de 1961 se selló el destino actual de Cuba. Ese día tuvo lugar el desastroso desembarco en Playa Larga y Playa Girón, la segunda en el punto más meridional de la bahía, de unos 1.500 cubanos entrenados y financiados por Estados Unidos. Todos ellos, algunos jovencísimos, abrigaban la determinación de recuperar la libertad para su patria. El estado de ánimo y la moral eran óptimos. Pero la misión fracasó.
Las claves
Las claves del desastre de la operación anticastrista se explican por las «reservas» de Kennedy, que maniobró para «ocultar el respaldo de EE. UU. a la invasión», la falta de cobertura aérea requerida para salvaguardar el desembarco y neutralizar los aviones de combate cubanos. «De haber tenido el control del aire, que nos quitaron, se habría vencido a la dictadura comunista», dice en Miami Efe Johnny López De la Cruz, de 80 años, presidente de la Brigada de Asalto 2506, el grupo de combatientes cubanos que participó en la operación militar.
Retirado con el grado de coronel del Ejército estadounidense, López De la Cruz tacha de «error muy grande» la orden de Kennedy de «ocultar la implicación de EE. UU. en la invasión» y reducir el «apoyo logístico», además de su continua indecisión, algo que a la postre condujo al «desastre».
«Lo peor fue cuando nos dimos cuenta de que no teníamos los recursos para continuar la lucha», dice el cubano, que estaba al mando de una de las compañías de paracaidistas con tan solo 20 años. Cuenta que la misión de su compañía era establecer una cabeza de playa y «bloquear los caminos» que llevaban allí, dejando solo acceso a través de la ciénaga de Zapata, un ecosistema pantanoso e impracticable. Recuerda con especial satisfacción cómo, a medida que avanzaban, «se sumaba gente» favorable al intento de tumbar el régimen.
Estaba previsto que, en el momento de la eventual caída del modelo comunista en la isla, la Brigada 2506 actuase como el «brazo armado» de un Gobierno provisional hasta la convocatoria de elecciones libres.
La aviación castrista no fue destruida
Vuelve el veterano a lo que, a su juicio, fue la principal causa del fracaso de la invasión: cancelar los bombardeos sobre las bases aéreas militares y no acabar totalmente con la fuerza aérea castrista. «A (Fidel) Castro le quedaban ocho aviones de combate, y los nuestros eran bombarderos B-26 de la II Guerra Mundial» mermados de armamento y muy vulnerables, sentencia el veterano.
Salvador Miralles, hoy de 86 años, pilotaba con el grado de capitán el primer avión B-27 que bombardeó el 17 de abril las fuerzas del régimen cubano. Su ataque destruyó el barco cañonero Baire, que se hundió parcialmente.
Para Miralles, fue un error de consecuencias irreparables que no volaran todos los aviones el primer día de bombardeo, el 15 de abril. Solo ocho de los 18 aparatos despegaron desde Nicaragua ese día.
Estaban por llegar aún peores noticias. Al día siguiente, el 16, un alto mando estadounidense convoca a todos los pilotos para comunicarles que se cancelan los bombardeos de ese día con el argumento de que «querían ver la reacción mundial».
«Ese día me di cuenta, nos dimos cuenta todos, de que aquello estaba perdido. Era una misión suicida. ¿Cómo vas a empezar una guerra un día, pararla al siguiente y seguir al otro?», gesticula Miralles con indignación en la entrevista mantenida con Efe en el Museo Brigada 2506 de Hialeah Gardens. «Ya Fidel nos estaba esperando. Les dimos la oportunidad de reorganizarse. Kennedy se había echado para atrás y pasó esto», comenta en referencia al hundimiento de todos los barcos en el desembarco del día 17.
«Lo más increíble» es que a unos 16 kilómetros de la costa cubana se hallaban desplegados un portaaviones, cinco destructores y un submarino estadounidenses. «Y no hicieron nada», dice mientras señala las fotos de cuatro pilotos estadounidenses fallecidos en una operación desautorizada. «De haber triunfado habríamos liberado a Cuba, pero Kennedy nos traicionó. Maldito sea mil veces. Nos embarcó y luego quiso hacerse el santo», acusó el antiguo piloto.
Sin recursos
Hugo Sueiro, teniente del Ejército cubano, era con 21 años el jefe del Batallón de Infantería número 2, el primero que desembarcó en Playa Larga (cercana a Playa Girón) a la una de la madrugada del día 17. Amparados en la oscuridad de la noche, su batallón abandonó en lanchas el barco estadounidense Houston (horas después gravemente dañado por un cazabombardero B-26 de Castro) y logró sin ninguna oposición «desembarcar, ocupar la playa y avanzar» con su compañía. Pero esa misma mañana ya estaba la aviación castrista y su ejército contraatacando.
«De acuerdo con las instrucciones recibidas, se suponía que Fidel Castro no iba a tener ya aviones de combate, iban a estar destruidos por nuestros bombarderos», relata a Efe Sueiro, capitán retirado de las Fuerzas Armadas de EE. UU. y herido de gravedad en la guerra de Vietnam. «Los aviones (de Castro) no fueron destruidos por orden del presidente Kennedy. Los dejó libres para hacer ataques. El Gobierno estadounidense paró los bombardeos... y allá ustedes, básicamente», prosigue recordando con precisión detalles dolorosos.
Cuando se incorporó a la Brigada de Asalto 2506, Óscar Rodríguez tenía 19 años. Un año más tarde, un 17 de abril de 1961 era uno de los 181 hombres del batallón que comandaba Sueiro e hizo tierra en Playa Larga. Diez o doce días después, tras una dura lucha y huir con otros soldados por el monte, atravesar ciénagas hambrientos, sin municiones ni apoyo logístico, son apresados por las fuerzas de Castro.
«Fue algo desastroso. Nos dejaron tirados. Ni siquiera avisaron (del día de la invasión) al millar o más de hombres que había infiltrados en Cuba», dice con amargura.