La que fue una idílica y acomodada familia compostelana activó una espiral de destrucción que culminó con el asesinato de Asunta a manos de sus padres
22 nov 2020 . Actualizado a las 22:29 h.Rosario Porto y Alfonso Basterra se conocieron en 1990. Ella tenía 21 años y él 26. Ella era abogada, pero, sobre todo, era la hija del acaudalado matrimonio formado por el exitoso abogado Francisco Porto y la profesora de Historia del Arte Socorro Ortega, más conocida como Curro. Una familia más que acomodada y con influencias. Entre ellas, la de ser cónsules honorarios de Francia en la ciudad. Él, bilbaíno, era periodista, aunque pocas veces con un trabajo estable. Acabó viviendo del dinero de su mujer que, como no llegó a ejercer, realmente era el dinero de sus suegros. El 26 de octubre de 1996 se dieron el sí quiero pero, eso sí, en régimen de separación de bienes.
Aquellos primeros años juntos fueron «idílicos», como los definió la propia Rosario Porto a los psiquiatras forenses que elaboraron su perfil psicológico. Más por presión de sus padres, que querían ser abuelos, que por deseo propio, la recién formada familia Basterra-Porto inició en 1998 los trámites para el proceso de adopción de Asunta en China. La niña había nacido el 30 de septiembre del 2000 en Yongzhou, una ciudad interior de casi seis millones de habitantes situada al sur del país. Con apenas nueve meses de vida, en julio del 2001, la bebé llegó a Santiago. Fue la primera china adoptada en la capital de Galicia, lo que concedió a Rosario la notoriedad que siempre ansiaba. Eran los días en los que se les veía paseando felices y orgullosos por las calles compostelanas fotografiándose y grabando imágenes para los reportajes de prensa y televisión que se hacían eco de la noticia. Nada hacía presagiar el dramático y macabro giro que a partir de entonces adoptarían los acontecimientos.
Es difícil precisar en qué momento se activó la espiral destructiva en la que se sumieron entonces los Basterra-Porto, pero la familia empezó a caer incontroladamente por una pendiente de oscuridad el 12 de diciembre del 2011, cuando falleció Socorro Ortega, la madre de Rosario y abuela de Asunta. Tenía 78 años. Nueve meses más tarde, el 26 de julio del 2012, murió su padre, Francisco Porto. Tenía 88 años. Ambos eran mayores, sí, pero no estaban enfermos y se fueron en silencio, mientras dormían, en su piso situado en uno de los edificios más cotizados de la calle General Pardiñas, la milla de oro del Ensanche compostelano. Para muchos, por la forma en la que Rosario Porto y Alfonso Basterra asesinaron después a su hija, aquellas muertes para las que no hubo autopsias y que contaron con aceleradas incineraciones resultan ahora sospechosas, aunque ya jamás se podrá saber si hubo algo oscuro detrás de ellas.
Natural o no, con la muerte de sus padres en tan poco espacio de tiempo, Rosario Porto pasó de ser la única heredera de una familia rica a una mujer rica por sí misma. Charo, o Charín, como la llamaban sus más allegados, nunca fue una persona emocionalmente estable. Vivía en una constante montaña rusa que a partir de este momento ya va a ser incapaz de frenar. Tuvo su primera depresión a los 20 años, cuando estudiaba Derecho en la Sorbona de París y tuvo que regresar porque, como ella misma confesó después, no soportaba no ser nadie en una ciudad en la que nadie la conocía ni le rendía la pleitesía que habitualmente acompaña al dinero. Desde entonces, los ansiolíticos, los psiquiatras y las estridencias serán una constante en su vida.
En estos años su matrimonio está roto y en febrero del 2012 conoce a un empresario de la zona con el que inicia una relación. Ella se vuelve loca por él, quiere más, pero él pronto le para los pies y le explica que una cosa es tener una aventura y otra romper su matrimonio y abandonar a sus hijos. Alfonso Basterra se entera de la infidelidad la víspera de Reyes del 2013. Calla un par de días mientras masculla y barrunta, hasta que explota y se produce una fuerte discusión. El 14 de febrero de ese mismo año ya estaban divorciados. Quiso la fortuna que fuese el día de los enamorados, lo que ya nunca más serían.
Los que la conocían cuentan que Rosario revivió sin la punzante figura de Alfonso haciéndole sombra. Pero le duró poco. Aquel verano, tuvo un problema de salud, neurológico, que la obligó a estar hospitalizada. Su exmarido estuvo a su lado, la cuidó, y cuando recibió el alta ya estaba en marcha el escalofriante plan con el que ambos drogaron y asfixiaron a su hija Asunta, que estaba a punto de cumplir 13 años cuando el 21 de septiembre del 2013 la mataron cruelmente en el chalé que Rosario heredó de sus padres en Teo, a las afueras de Santiago.
La vida de los Basterra-Porto implosiona. El 24 de septiembre del 2013, la Guardia Civil detiene a Rosario en el tanatorio tras la incineración de Asunta y ante la estupefacta mirada de sus amigos y familiares, pero no tanto de la legión de periodistas que ya seguían el terrible crimen. Basterra corrió la misma suerte al día siguiente y el día 27 el juez que instruyó el caso, José Antonio Vázquez Taín, envió a ambos a prisión tras interrogarles. Ya no volverían a ser libres. El magistrado dio carpetazo a la investigación el 19 de junio del 2014 y el 29 de septiembre del 2015 arrancó el juicio en la sección compostelana de la Audiencia Provincial de A Coruña, por la que desfilaron 84 testigos y sesenta peritos.
El 1 de octubre del 2015 comenzó la declaración de los acusados. Ambos, como habían hecho hasta ese momento, lo negaron todo pese a la enorme contundencia de las pruebas que había en su contra y a las contradicciones de sus versiones. El 26 de octubre el jurado popular comenzó a deliberar y el 30 leyó su veredicto: culpables. El 11 de noviembre de ese mismo año, el tribunal compostelano dictó sentencia y condenó a ambos a 18 años de prisión por el asesinato de su hija. Recurrieron, pero ni el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG), el 16 de marzo del 2016, ni después el Supremo el 21 de noviembre de ese año atendieron sus alegaciones y confirmaron el fallo en su totalidad y calificando de «anodinos» los argumentos de Porto.
La prisión de Teixeiro (A Coruña) fue el destino de ambos. Él sigue allí, ella fue trasladada primero a la de A Lama (Pontevedra) y en marzo de este año a la de Brieva (Ávila). Él ha dado poco que hablar, más allá de los puñetazos y desprecios que se llevó al principio por parte de otros reclusos. Ella fue de incidente en incidente e intentó quitarse la vida en dos ocasiones, el 24 de febrero del 2017 ingiriendo una gran cantidad de pastillas de los tranquilizantes que tenía pautados por el médico por su depresión crónica y el 12 de noviembre del 2018 atándose al cuello el cordón de una sudadera y amarrándolo a la ducha. Un procedimiento muy similar al que finalmente empleó para poner fin a sus días el pasado miércoles, día 18, cuando se ahorcó con el cinturón de su bata y la ventana de su celda. Un trágico epílogo a la altura del drama de los años en los que ella y su exmarido destrozaron sus vidas y se llevaron por delante la de una niña, su hija, cuyo recuerdo estará ya para siempre en la memoria colectiva de una sociedad que ansía saber qué motivó a uno y a otro a llevar a cabo tan espeluznante crimen.