Todos los buenos discursos tienen un momento clave, el punto en el que quien los escribe introduce lo que quiere que se recuerde, lo que resume todo el mensaje. En el primer discurso que pronunció Joe Biden como presidente electo de Estados Unidos ese momento apareció hacia el final. Biden dijo que quería citar los versos de una canción que le gustaba a su hijo Beau, prematuramente fallecido hace cinco años.
La canción a la que se refería es en realidad una versión del Salmo 91 de la Biblia. Madonna lo parafrasea en un fragmento en una de sus canciones y una de sus frases es la que se imprime en las bandanas del uniforme de camuflaje de los marines, pero los norteamericanos lo asocian sobre todo con el dolor de la pérdida, porque se canta en muchos funerales, sobre todo desde que se generalizó en los de las víctimas de los atentados del 11S. El mensaje está implícito: unidad y reconciliación, dos ideas que en Estados Unidos se expresan con frecuencia a través de imágenes religiosas, promesa de protección («y te sujetará en la palma de su mano»), y de renovación y triunfo («Te elevará en las alas de las águilas»).
Tierra de oportunidades
En el resto del discurso, Biden se alejaba sutilmente de las posiciones más extremistas de su partido en los últimos años. Despachó la obligada mención a las políticas de la identidad con una enumeración de minorías, pero la idea-fuerza era la de Estados Unidos como «gran país» y «tierra de oportunidades», un lenguaje socorrido pero que suscita más consenso en el electorado dividido. Tendió la mano a los perdedores, algo que se hace siempre, pero que por el tono se puede saber si se trata de una oferta o una retórica. Y en este caso parecía una oferta, casi una súplica. Biden, veterano de mil batallas en el Senado, sabe mejor que nadie que va a necesitar acuerdos con la oposición. Tendrá que hacerlo con mucha habilidad para mantener unido a su propio partido, pero tiene a su favor la experiencia. El rechazo a los políticos profesionales llevó al poder a un amateur como Donald Trump. Los despropósitos de Trump han hecho añorar el saber estar de los del oficio. Quizás ahora Biden, el político profesional por antonomasia, sepa encontrar un término medio.
Melancólico y apagado
El verdadero problema de la veteranía de Biden es que quizá sea demasiada. Muchas personas de su edad se encuentran en un estado físico excelente, pero no así Biden. Es comprensible que en este momento parezca cansado, pero en su discurso había también un tono melancólico y a ratos apagado que hacen temer que llega a la Casa Blanca sin la energía necesaria. Puede ser algo pasajero. O quizás sea el reflejo, encarnado en el nuevo presidente, del estado de ánimo de la sociedad, agotada por las polémicas y deprimida por la epidemia (como casi todas las demás del mundo).
Precisamente en el Salmo 91 se hace referencia a la «pestilencia», la enfermedad contagiosa. «Aunque miles caigan a tu lado, el mal no se acercará a ti», dice uno de los versos de la letra que glosó Biden. Nadie, demócrata o republicano, habrá estado en desacuerdo con ese deseo. Ese será su primer reto.
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