Rusia alimenta la tensión separatista en antiguas repúblicas soviéticas

Ana Beatriz Bartolo / N. F. REDACCIÓN / LA VOZ

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El apoyo de Putin es una tentativa de influenciar la región del extinto imperio

03 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los sueños imperiales de Putin se realizan por su influencia en los conflictos territoriales de las exrepúblicas de la Unión Soviética (URSS). Su intención de garantizar la soberanía rusa en la región dificulta que los gobiernos locales logren realizar acuerdos con las zonas separatistas, apunta Ruth Ferrero, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Complutense. Para la experta, «Moscú alimenta la tensión.

Así, Rusia argumenta que ellos tienen que defender a sus compatriotas aunque no se encuentren en territorio nacional». Ferrero explica que en algunos casos, como en Transnistria en Moldavia, el Kremlin emite pasaportes y ofrece la nacionalidad rusa a ciudadanos de la región para después «tener la excusa para ‘protegerlos' de potenciales agresiones».

«Putin usa eso como poder blando para ganar influencia, o no perderla, en territorios que históricamente han dependido de Rusia y se encontraban bajo sus órdenes. Así lo que hace es minar la integridad territorial de países fronterizos», explica la docente que ejemplifica con el caso de Transnistria, una región que internacionalmente es reconocida como parte de Moldavia, pero «que está plenamente controlada por los rusos».

Putin no asimila la pérdida de influencia en territorios que en algún momento de la historia pertenecieron al Imperio ruso, según Ferrera. La docente subraya que el presidente ruso tiene como objetivo hacer que el país vuelva a ser una gran potencia a nivel global, capaz de influir en decisiones internacionales como ha sido en la Guerra Fría, pero hoy Rusia no pasa de una potencia regional.

Separatistas rusos

En 1991, la URSS reunía más de cien nacionalidades. Con su fin, los Estados autónomos buscaron fundamentar la identidad nacional en características étnicas, lo que convirtió en minorías a los grupos rusófonos, que antes dominaban con el apoyo del Partido Comunista. Esas poblaciones reivindicaron su independencia dentro de los nuevos países, apoyándose en el derecho de secesión garantizado por la Constitución soviética. Pero esos movimientos no fueron exitosos, despertando en los descendientes rusos un sentimiento de no pertenencia y exclusión social en esas naciones. Algunos países promueven esa diferencia entre los pueblos, como «es el caso de Ucrania, donde la población rusa está asentada sobre el territorio hace siglos, pero son suprimidos porque el Estado después de la URSS se organizó para atender a aquellos que son considerados ucranianos puros. «Letonia y Estonia han creado una categoría jurídica para no concederles a los rusófonos la ciudadanía, por considerarlos colonizadores que emigraron después de 1945», ejemplifica la experta.

En países como Georgia y Moldavia, los movimientos separatistas tuvieron un carácter militar a principios de los años 90, pero hoy viven en un estado de «conflictos congelados», según Ferrero. «No hay enfrentamiento abierto ni una solución política negociada entre las partes. Así, tienen un sistema político que funciona de manera operativa en una parte del territorio, pero en otra parte hay una administración paralela», dice la profesora de Ciencias Políticas. En Moldavia, como ejemplo de esa situación, el territorio separatista de Transnistria es excluido de las negociaciones del país con la Unión Europa y la región sobrevive bajo el apoyo económico ruso.